“La cólera destruye el sosiego de la vida
y la salud del cuerpo”. Denis Diderot
Debo empezar este artículo reconociendo mi calidad de chilango. Lo hago sin pesar y sin vergüenza. Todos tenemos defectos. Creo que mis amigos en el resto del país me perdonarán éste. La verdad, sin embargo, es que la ciudad de México no es tan mala como afirman muchos. Es cierto que los chilangos hemos tenido que vivir de manera casi permanente debajo de una nata parda de contaminantes. Es verdad que el ajetreo de la ciudad nos hace irritables y acelerados.
También es cierto que la ciudad sufre una tremenda inseguridad pública que a mí, en lo personal, me ha tomado como cliente frecuente. Pero a pesar de todas estas desventajas, los chilangos hemos encontrado maneras de hacer de ésta una ciudad de numerosas virtudes. La actividad económica del Distrito Federal es vertiginosa pero intensa y eficiente.
La vida cultural y el entretenimiento son tan amplios y variados como los que ofrecen las mayores urbes del mundo desarrollado. En aquellas zonas en que ha sido posible apartar a los ambulantes que habían convertido el centro histórico en un abigarrado bazar callejero, hemos visto resurgir la majestuosa belleza de lo que alguna vez se conoció como la “Ciudad de los palacios”. La mayoría de los chilangos, a pesar de la reputación que tenemos de arrogantes, son buenos e incluso amables.
México es, por lo demás, una ciudad abierta. Un porcentaje importante de los habitantes de la ciudad no nacieron aquí, pero han encontrado en esta urbe formas de ganarse la vida sin discriminaciones. Estamos tan acostumbrados a recibir gente de otros lugares, que los aceptamos a todos sin preocuparnos de su origen o nacionalidad.
Incluso nuestros gobernantes suelen ser importados. El actual viene de Tabasco.
En los últimos tiempos, sin embargo, mi paciencia —y la de millones de otros de mis conciudadanos— ha empezado a diluirse. Ya enfrentamos simplemente los habituales congestionamientos de tránsito de esta gran ciudad. Las calles se han convertido en un verdadero desastre. Los tiempos de transporte se han multiplicado. Hoy pasamos casi toda el día en los autos y en los vehículos del transporte público, avanzando a vuelta de rueda si no nos detenemos completamente.
Lo que antes nos llevaba media hora, hoy requiere cuando menos de hora y media. Las calles que antes tenían un flujo razonable, hoy se convierten en tapones constantes. Los vehículos se detienen durante lapsos interminables y los desesperados conductores hacen sonar sus bocinas en disonantes conciertos cotidianos.
La culpa recae directamente en lo que los chilangos hemos dado en llamar la Pejevía, una serie de construcciones sobre el Periférico que han bloqueado de manera constante la principal vialidad del sur-poniente de la ciudad.
El resultado ha sido la saturación de todas las demás calles y avenidas de la zona, pero las consecuencias se dejan sentir en toda la urbe. Si a esto añadimos la inclinación de los grupos políticos por bloquear calles a la menor oportunidad, y la de las propias autoridades para cerrarlas sin previo aviso por razones sobre las que nunca se nos informa, entenderemos por qué los usualmente apacibles chilangos estamos en pie de guerra.
Los chilangos somos seres razonables. Podemos entender que es necesario construir obras viales para mejorar el tránsito en el futuro. El problema es que mucho de lo que se está haciendo ahora parece innecesario.
La primera fase de lo que se ha llamado el segundo piso del Periférico y el Viaducto parece extenderse innecesariamente por kilómetros cuando un simple paso a desnivel habría logrado el mismo propósito. Hay, por lo demás, una especie de burla a los ciudadanos. Los medios de comunicación nos han informado de por lo menos dos inauguraciones de las obras. Pero después resulta que sólo se ha terminado una parte de un proyecto interminable que sigue afectando las vialidades de la ciudad.
Quizá me dirán que esta queja de los chilangos no tiene importancia frente a los problemas serios del país, como la pobreza. Sin embargo, la ineficiencia que las obras han introducido a la vida económica de la ciudad de México tiene un costo muy elevado. Pero hay otro costo más relevante que el monetario. El dinero, después de todo, siempre se puede recuperar. Pero el tiempo no. Las horas interminables que los chilangos pasamos atrapados en las calles y que no podemos usar para trabajar, educarnos o divertirnos, nunca las recuperaremos.
Estamos sacrificando los chilangos un tiempo irremplazable en una obra que a muchos nos parece innecesaria.
Arafat
¿Un terrorista? ¿Un héroe? Escoja usted los calificativos que quiera para Yasser Arafat. De lo que no hay duda es que fracasó, en un esfuerzo de más de medio siglo, en su intento por darle una patria al pueblo palestino.
Correo electrónico:
sergiosarmiento@todito.com