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La Pereyra es la Pereyra/Addenda

Germán Froto y Madariaga

p or un artículo publicado en estas mismas páginas la semana pasada, debido a la pluma de Laura Orellana, me enteré de que existe la intención, supongo, de la comunidad jesuítica de cambiarle el nombre a los colegios Carlos Pereyra, ahora que se trasladen a un nuevo edificio allá por donde está la Ibero.

La noticia me sorprendió pues nunca hubiera imaginado que un colegio al que todos identificamos como la Pereyra (quizá porque se le conoce como escuela y no colegio) pudiera abandonar su nombre que es toda una tradición en Torreón, por sabrá Dios cuál otro, tal vez sólo porque a algunas personas se les ocurrió esta peregrina idea.

Debo precisar que yo me formé en esa escuela y fui en ella profesor de preparatoria durante nueve años. Pero no son los ladrillo lo que me hace defender ahora la tradición, ni tampoco los años que pasé en sus aulas, pues para mí no son los muros, los ladrillos lo que realmente importa, como tampoco lo es el recurrir al lugar común de sostener que ahí pasé “los mejores años de mi vida”, pues cincuenta y tres han sido mis mejores años.

Lo importante es lo que miles de niños, adolescentes y jóvenes vivimos en esos recintos y toda la historia acumulada en ellos, la cual está íntimamente ligada a un nombre que es el de Carlos Pereyra.

En una rápida encuesta realizada con alumnos de varias generaciones, ninguno de ellos aceptó la idea de que se le cambie el nombre a la escuela. Lo más que llegué a escuchar fue que de empeñarse en esa absurda idea, debería escogerse un nombre como el de cualquiera de estos dos jesuitas que fueron pilares importantes en su creación: Leobardo Fernández o Benjamín Campos.

No alcanzo a entender el porqué ese deseo de sepultar el nombre de Carlos Pereyra, si este personaje nacido en Saltillo hacia finales del siglo antepasado (noviembre de 1871) fue un eminente historiador, sociólogo y profesor de la Escuela Nacional Preparatoria y autor de una eminente obra histórica sobre Coahuila.

Es cierto que está considerado como un defensor de los españoles que participaron en la Conquista, así como crítico de la Revolución Mexicana y hay quienes lo señalan como un “historiador de derecha”, ante lo cual es válido preguntarse: ¿Es necesario entonces ser historiador de izquierda para merecer la distinción de que una escuela lleve su nombre?

¿Qué acaso las escuelas Carlos Pereyra son de izquierda? ¿Todos los que ahí nos formamos tenemos por ende que estar ubicados en ese espectro de las doctrinas políticas y sociales? Claro que no.

Siempre he sido enemigo de las fobias y los ismos. Considero que lo importante en los hombres son sus ideas, sus valores, su congruencia entre el pensar y el actuar. Cada cual puede profesar la doctrina que más se acomode a su forma de pensar, siempre que respete el derecho de los demás a hacer lo mismo.

Dicen sus biógrafos que en Pereyra era: “Notoria su inclinación y admiración por la audacia española, que se abrió paso en lo que entonces se llamaron tierras ignotas”. Yo me pregunto si esa admiración, por demás legítima, puede constituir un estigma en la vida de un hombre.

Guardada toda proporción a nuestra Región Lagunera llegaron hombres y mujeres venidos de España que supieron abrirse paso en un mundo ajeno a ellos. Pero para lograrlo tuvieron que poner todo su empeño y esfuerzo; sudar como decimos nosotros “la gota gorda” para labrarse un futuro. Y a diario convivimos con muchos de ellos y sus descendientes que siguen empeñados buenamente en jugarse su futuro junto a nosotros. Así han aprendido. Como lo hicieron sus antepasados, a amar esta tierra y son incontables aquéllos cuyos restos aquí descansan.

¿Estos hombres sí nos merecen respeto y admiramos su audacia, pero no así la de aquellos que participaron en la Conquista? Una cosa es admirar su audacia y otra no condenar las acciones que destruyeron hombres y culturas.

En éste como en otros muchos aspectos, creo que el problema de nuestras sociedades es que arrastramos los odios y las fobias al través del tiempo, muchas veces de manera irracional. Somos en eso, lamentablemente, un pueblo incapaz de enterrar a sus muertos y perdonar lo que sucedió hace siglos.

Suponiendo sin conceder que argumentos como algunos de los señalados fueran el sustento de una posible decisión para cambiarle el nombre a las escuelas Carlos Pereyra, que me perdonen los que patrocinan esta idea, pero están atentando contra nuestras tradiciones. Si bien es cierto que Torreón apenas si va a cumplir cien años, en ese tiempo la Pereyra ha arraigado muy hondo en nuestra sociedad y no se puede atentar irresponsablemente contra esa tradición.

Carlos Pereyra utilizó para elaborar sus estudios históricos la duda y la crítica; el análisis y la síntesis y combinaba magistralmente la historia y la sociología para entender el pasado, pero sobre todo para escudriñar en el alma de sus protagonistas. Y curiosamente, entre otras, esas herramientas fueron las que muchos jesuitas pusieron en nuestras manos en aquellos años escolares para aprender, comprender y formarnos.

La Pereyra siempre será la Pereyra. Por lo que ese intento de tratar de cambiar su nombre debe ser repudiado por nuestra comunidad. Como lo debería ser si a alguien se le ocurriera que debe cambiársele el nombre a la preparatoria Venustiano Carranza, a la escuela Benito Juárez, la Centenario o el Instituto Francés.

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