No gustó la forma en que se dio la renuncia de Alfonso Durazo Moreno. El salirse dejando un documento plagado de dicterios en contra de quienes le dieron cobijo político, me parece que habla muy mal de él por cuanto demuestra que no conoce el significado de la palabra gratitud. Se atreve a decir en su escrito, supurando veneno, que su dimisión no lo convertirá en un infidente, a pesar de lo cual luego, en los demás párrafos de su escrito, destila ponzoña contra lo que, según él, esta haciendo Vicente fox, al pretender decidir, desde el Gobierno, quién será el próximo Presidente, así como quién no debe serlo. Un desahogo que alegra a algunos, en vez de llenarlos de inquietud y zozobra, como si la desgracia de un Presidente, expuestas sus llagas purulentas, no fuera un anuncio de días aciagos para la patria.
Es del todo factible que muchos sectores de la vida pública aplaudan frenéticos la falta de lealtad del sonorense, dado que tendrán oportunidad de enterarse de primera mano, de lo que ocurre entre telones de la casa presidencial y esa información es oro molido para las desmedidas ambiciones de ciertos personajes que se mueven en el mundillo político, sabiendo sacarle raja al asunto. Si infidencia significa violación de la confianza y fe debida a otro, es indudable que al redactar el escrito de renuncia, en los términos que lo hizo, Durazo vulneró la intimidad, concedida en mala hora. Dicen que en el pecado se lleva la penitencia, lo que nunca fue mejor aplicado como en este caso: ¿quién se arriesgará, de aquí en adelante, a tenerlo a su lado en una oficina pública?
Si queremos encontrar sus motivaciones, que lo llevan del brazo a la perfidia, es suficiente con apreciar la fogosidad con la que comenta que el país no está preparado para que el Presidente, cediendo a tentaciones dinásticas, deje a su esposa de Presidenta. La misiva es de tal manera abusiva que produce escalofríos por cómo una persona se olvida de los beneficios que ha recibido hasta llegar a morder la mano de quien se la extendió. ¿No habrá por ahí una higuera para este moderno Judas Iscariote, que apenas ayer se sentaba a la vera de su señor?
¿Estará diciendo la verdad? Es cosa de ver cómo el presidente Vicente Fox, en improvisada conferencia de prensa, de paseo rumbo a Brasil, calificó de falsedad el contenido de la carta de renuncia, manifestando que su proyecto de vida junto al de su esposa es irse a vivir a su rancho de San Cristóbal, alejados de la política. La cuestión es que al dicho de Durazo lo avala su estancia de cuatro años como secretario del Presidente, posición propicia para suponer que se enteraba de lo que se hacía, o se dejaba de hacer, en esos pasadizos secretos de la política en su más alto nivel; así mismo conoció su olfato las emanaciones hediondas de lo más podrido que hay en los entresijos del sistema. Es cierto que su dicho coincide con lo que hasta ahora se conocía como un mero rumor, lo cual ayuda de cierto modo a dimensionar las palabras del ex secretario del Presidente. De lo que no queda duda alguna es que “ese señor”, como se refirió Fox a su ex secretario, con evidente tono despectivo, muda de camiseta con suma frivolidad, como usted y yo cambiamos de calcetines. Ayer militaba en el PRI, hoy estaba en el PAN, mañana ¿quién sabe?, ¿en el PRD?, lo que lo pinta de cuerpo entero como un perfecto saltimbanqui al que no resulta fácil creerle del todo. Lo malo para Vicente Fox Quesada es que, en estos azarosos tiempos, la sociedad trae los sentimientos a flor de piel.