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La responsabilidad del Presidente

Ricardo Raphael

“De ahora en adelante la política será privilegiada para garantizar la eficiencia de mi Gobierno”. Qué lejana, pero sobre todo, qué contradictoria se lee en estos días aquella declaración que el jefe del Ejecutivo hiciese durante su tercer informe de labores. Resulta paradójico que, un año después, de todas las esferas bajo su responsabilidad sea precisamente la de lo político la que peor evaluación merece. Nadie habría sido en aquel entonces lo suficientemente perverso para imaginar que sería la mala y no la buena política, la que en su Gobierno habría de adquirir tanto privilegio.

La descomposición del ambiente en los círculos del poder ha llegado hoy a límites indeseables. Después de presenciar, el miércoles pasado, las mezquindades y las bravuconadas de algunos legisladores podría suponerse que las oposiciones son las culpables de tanto desastre.

Sin embargo, como bien subrayó el Presidente en su último Informe, cada quien debe hacerse cargo de la responsabilidad propia. Mirando hacia el último semestre de 2003 y luego, hacia el primero de 2004, habría que decir que el jefe del Estado mexicano está en el origen de muchos de los problemas que hoy concurren.

Tengo para mí que su Gobierno ha sido muy torpe a la hora de relacionarse con los demás actores del sistema. Basten revisar las formas y actitudes que su administración ha tomado respecto de los partidos políticos y peor aún, frente a los demás poderes de la Unión, para ubicar en su justa dimensión el papel que Vicente Fox ha jugado en la configuración de la crisis política que hoy se vive.

El año pasado Vicente Fox creyó que hacer política con el PRI significaba intervenir en la vida interna de ese partido. Fue él quien le dio un trato privilegiado a Elba Esther Gordillo y a sus subordinados provocando un enfrentamiento fratricida en el seno del liderazgo tricolor. Por inexperiencia democrática, o por ingenuidad, el Gobierno foxista creyó que dándole alas a unos y despreciando a los otros las cosas podrían salirle bien.

El resultado neto fue que el Revolucionario Institucional comenzó 2004 hecho jirones y muy resentido con el Gobierno de la República. Las torpezas presidenciales frente al PAN también tienen qué ver con la vida interna de su propio partido. La enorme cantidad de tiempo que le tomó a Marta Sahagún abandonar las pretensiones que tenía para suceder a su marido jugó en contra de la cordialidad entre panistas. En concreto, les dejó sin reglas claras para normar las ambiciones del resto de los aspirantes, lo cual, a su vez, provocó severas fricciones y fracturas entre las distintas corrientes del blanquiazul.

El último episodio es, de todos, el más fresco en la memoria. El pleito de barriada que el Gobierno Federal y el del Distrito Federal han mantenido durante los últimos meses ha terminado por enrarecer el ambiente general. ¿Quién le sugirió a Vicente Fox que privilegiar la política quería decir defenestrar a sus opositores a través de mecanismos torvos y lindantes con la ilegalidad? El desafuero de Andrés Manuel López Obrador, fuertemente aplaudido entre los círculos de Los Pinos, se convertirá a la postre en uno de los peores errores que este Presidente haya cometido.

Algún día el jefe de Gobierno de la capital tendrá la obligación moral de agradecerle a Vicente Fox y a sus colaboradores que le hubiesen ayudado tanto para crecer en su carrera hacia el poder. Al permitir la andanada contra López Obrador, el Presidente cometió un gafe por partida doble. De una lado vulneró la relación respetuosa que debe existir entre el Gobierno Federal y todas las entidades de la Federación. Del otro, condujo a que en el PRD se despertaran las prácticas más demagógicas y radicales de la cultura que prevalece entre muchos de sus militantes.

Sin bastarle el conflicto con los partidos políticos, el Gobierno de Vicente Fox también se ha equivocado en el trato con los demás poderes de la Unión. No es gratuito que el miércoles pasado Manlio Fabio Beltrones le haya dedicado una buena parte de su discurso a defender la dignidad del Congreso. Fue a ellos, a los legisladores, a quienes el Ejecutivo les acusó de estar siendo el freno del cambio.

Fue al Congreso mexicano a quien colocó como una suerte de chivo expiatorio, de responsable permanente, de su inhabilidad política. El miércoles pasado los mexicanos nos topamos con un Vicente Fox muy distinto al que habíamos visto en otros años. Ni un solo rasgo le queda del redentor que solía ser durante aquellos sus primeros tiempos en la Presidencia. La tensión y la platitud de su discurso son muestra incontrovertible de su fracaso político.

Es a partir de éste que debería interpretarse el mensaje presidencial sobre la responsabilidad (y la irresponsabilidad) de los distintos actores. No es poco lo que Vicente Fox se ha equivocado en la conducción de la política y por tanto, buena cosa sería que el Presidente asumiese, aunque sea en la intimidad de su habitación, la parte de culpa que a él le toca respecto de algunos de los asuntos políticos más delicados que el país haya experimentado durante su mandato.

El autor es Profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

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