Las imágenes causan un escalofrío que deja temblando al más templado. La muerte de un ser humano siempre es dolorosa. No puedo saber hasta dónde llega el odio de un pueblo entero que se entrega a la ira destruyendo a mansalva la vida de un hombre amarrado de pies y manos cercenándole la cabeza para mostrarla con aire triunfalista cual si se hubiera consumado una hazaña con honor en un campo de batalla. Es una ejecución sañuda a sangre fría que enseña el grado de bestialidad al que se ha llegado en este mundo dejado de la mano de Dios. Los autores a menos que carezcan de sentimientos están dando paso la barbarie de uno y otro bando. Los que enviaron desde nuestro continente a esos muchachos sabían que podrían morir en una guerra sin cuartel en la que no hay gloria, pero nunca que fueran a ser degollados. Los aviones cargados de bombas, desparramadas desde las alturas, sembrando el pánico y la muerte, dirigidas a ablandar al enemigo, no han podido evitar que Nicholas Berg, estadounidense de 26 años, fuese ejecutado por cinco encapuchados.
En ambos grupos en disputa se han presentado casos de violencia extrema. Lo que ahora han señalado estos desalmados enmascarados, que se hicieron sacar en el Internet, es que así están vengando la tortura de las fuerzas norteamericanas contra prisioneros iraquíes en la cárcel de Abu Ghraib, lo que a nuestra manera de ver las cosas, de ninguna manera justifica que se haya procedido sin un debido proceso que terminara con una sentencia a muerte, en el caso de que se le hubiera encontrado culpable de un acto punible. Es el uso de la fuerza bruta reclamando al enemigo que la haya usado contra reclusos que no han sido convictos. No es el uso racional de una querella en los tribunales internacionales en los que de seguro no confían. Es la Ley del Talión que pregona el uso de la violencia idéntica a la que usa el agresor. Nadie tiene derecho a hacerse justicia por propia mano a menos que sea en defensa propia. Los límites entre lo bueno y lo malo han quedado destrozados desde el principio de este conflicto cuando no había posibilidad de que hubiese una respuesta adecuada dada la desigualdad de las partes en contienda, debilidad bélica de un pueblo y la fuerza arrolladora de la otra.
Hasta antes de la decapitación mi corazón estaba del lado de los que estaban sufriendo una mesiánica agresión, con el convencimiento de que no hubo razón alguna que hubiera autorizado al gobierno que preside George W. Bus h a lanzar una escalada bélica a espaldas de la Organización de las Naciones Unidas. Ante los próximos comicios en EU los abusos que se cometían contra los prisioneros iraquíes me empujaban a sentir que el oriundo de Texas no sería reelecto. Ahora, después de la salvaje inmolación de un inocente ya nadie está seguro de que el presidente Bush no pueda obtener una segunda victoria que lo deje en la Casa Blanca un nuevo período de cuatro años. Al contrario de lo que sucedió al presidente del Gobierno, José María Aznar, que perdió su cargo en elecciones a consecuencia de un acto terrorista en territorio español. En el caso de Bush es comprensible pues el ciudadano común y corriente ante actos de sanguinaria realización preferirá como Presidente de los EU a quien ha demostrado tener la decisión de responder con dureza, considerando ahora que Bush hace bien al tratar a los iraquíes sin ningún miramiento.
A quienes considerábamos que las aspiraciones del presidente Bush estaban liquidadas son sus peores enemigos, los que le están dando un respiro que puede ayudarlo a levantarse. Se creía que la situación desordenada que se vive en Irak, con fuerzas rebeldes que siguen combatiendo y consecuentes muertes de soldados norteamericanos, estaba dejando mal parada la política de la administración Bush en aquellas tierras donde en un principio, con cierta facilidad, sus tropas lograron llegar a la capital como héroes de la libertad y la democracia. Sin embargo la suerte empezó a voltearle la espalda. Ataúdes cubiertos con la bandera de las barras y las estrellas, enlutando hogares, llegaron al tiempo que se enteraba la opinión pública de EU, de torturas sistemáticas a que eran sometidos los prisioneros iraquíes, dignas del estilo más depurado de los protagonistas de las novelas del conocido escritor francés, Marqués de Sade, (1740-1814 ) cuando, hete aquí, que la resistencia iraquí, cegados en un enloquecido paroxismo, vuelven a poner al candidato Bush en la senda de un posible triunfo. Dentro de las circunstancias, a George W. Bush le han devuelto la sangre al rostro, dejando sus mejillas sonrosadas.