No puedo resistir la tentación, es más fuerte que yo, de forjar un juicio en relación con el rendimiento de nuestros atletas en los Juegos Olímpicos que se celebran en la ciudad de Atenas, allá en la antigua Grecia. En primer término dejaré constancia de que no podemos reprochar a los muchachos que participaron en los eventos. A ellos los llevan y los traen, si no tienen aptitudes físicas para destacar en los deportes no es su culpa. Hacen su mejor esfuerzo. Tristemente no es suficiente para competir con la necesaria donosura.
Agreguemos que a pesar del incremento de cien millones de pesos que se autorizaron a la Confederación Deportiva Mexicana, dado que este año se celebrarían Olimpiadas, hubo deportistas que hubieron de valerse de otras fuentes de financiación para adquirir su equipo deportivo. No sólo hemos perdido en las canchas y pistas, sino que además en algún momento de nuestra historia extraviamos nuestra identidad y con ello nuestro orgullo de ser mexicanos.
Valga el momento para señalar que hacemos lo que otros nos dicen aunque con ello condenemos a generaciones de mexicanos a ser unos parias en su propia tierra. Nos emocionamos hasta el punto de llegar a las lágrimas cuando escuchamos las notas musicales de nuestro himno patrio que toca la banda municipal.
Las piernas nos tiemblan, férvidos de patriotismo, cuando escuchamos el mas si osare un extraño enemigo, sin darnos cuenta que ya no es necesario que ese enemigo, en este mundo globalizado, profane nuestro suelo, pues para eso están las computadoras del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, aunadas al sobajamiento de Gobiernos que pretenden ocultar los graves problemas que aquejan a los mexicanos detrás de una o más coronas de laurel.
No me gusta el papel de aguafiestas pero diré, por respeto a los lectores, que andamos tan mal, deportivamente hablando, que nos vemos en la necesidad de ensalzar la hazaña de segundos lugares. Desde los tiempos de Zeus, hasta esta época, en una carrera el que llega primero es el ganador. No se vea en este comentario la intención malsana de menoscabar el meritorio esfuerzo realizado por Ana Gabriela, Belem y Óscar, al contrario loor a su desempeño deportivo. Sin embargo, me da la impresión de que los encargados de la mercadotecnia, quieren lavarnos el cerebro, en lo comercial y en lo político.
Peor hubiera sido que no hubiera quién subiera al podium, se nos dice, para ocultar los magros resultados en el resto de las disciplinas, gimnasia, boxeo, natación, marcha, futbol, etcétera. La delegación deportiva que envió México no estaba compuesta de tres sino de ¡114! atletas.
La pregunta de cajón es ¿qué demontres hacemos mal? ¿Los deportistas son acaso el reflejo de una sociedad cuyos valores andan de cabeza? Si los convoco a que hagamos un ejercicio de decencia, reconoceré que los hicimos a nuestra imagen y semejanza. Somos un pueblo de perdedores, esta vez con tres honrosas excepciones. Dejamos que nos digan qué pensar acerca de la mediocridad haciéndonos elogiar el todo por un rendibú a lo individual. En las justas de conjunto no dimos una. ¿Es la calca social del feroz individualismo que practicamos?
Es cierto que lo sucedido no se soluciona mandando a sus casas a los directivos del deporte nacional, pero se soluciona menos si se les deja. Lo terrible es que a pesar de que no se quitan de la boca que es por México, la verdad monda y lironda, es que cada quién jala para su santo y que se frieguen los demás. La gente en la calle simula tragarse el cuento de que somos un pueblo de titanes. Si lo que se busca es despertar el patriotismo festejando lo poco que se hizo, con el dicho resignado de que peor es nada, adelante con el carrusel de ilusiones, mas no perdamos de vista que en lo deportivo, como en muchos otros aspectos de la vida, los mexicanos estamos reflejando grandes carencias.
