EL SIGLO DE TORREÓN
Viven pensando en los días que aún no pasan. En la prisión el tiempo transcurre lento. A veces ni siquiera saben si aún es hoy o ya es mañana. Sólo piden que la madre y los hijos que dejaron de ver no los olviden.
TORREÓN, COAH.- A Felipe Gómez Gallegos, el rostro de las personas que asaltó no se le olvida. Recuerda muy bien sus súplicas cuando los amenazaba con la pistola. Un día se hartó de tanta maldad y esperó a que la policía llegara por él. Tuvo la oportunidad de escapar pero no lo hizo.
—Tomaba un café con los médicos que estaba asaltando porque deseaba que “la Ley” llegara y me matara. Ya no estaba en paz conmigo mismo.
Lleva ocho años seis meses en el Centro de Readaptación Social de Torreón (Cereso). En todo este tiempo, en muy pocas ocasiones su madre y su hermana lo han visitado porque viven en Sonora.
Hace meses Felipe atentó contra su vida.
—Me sentía mal, es decir, es terrible vivir prisionero dentro de sí mismo, cuando uno ya está harto de la maldad, ya no sabes si caminar para delante o para atrás— y añade —se lo digo sinceramente, en los ocho años y feria que llevó aquí, en tiempos la he pasado mal y en tiempos bien, pero ¡vamos!, eso es una cuestión normal.
Como delincuente jamás se detuvo a pensar en el daño que hacía a las personas que asaltaba.
—Lo que ha pasado en mi vida lo atribuyo al mal que yo hice, es decir, estoy contento con las autoridades de cualquier manera, no tengo nada en contra de ellas, ni aún con los que me detuvieron.
Y es que muchos prisioneros, asegura Felipe, dicen: “¡malditos policías o maldito aquél que me denunció!”.
—Pero cuando no nos detienen, bien que lo disfrutamos. Mientras cometemos el delito decimos: “que al cabo aquéllos no me hacen nada, que al cabo soy más astuto, pero nos agarran y comenzamos a maldecir”.
Cuando el juez lo sentenció a pasar 59 años y seis meses en prisión, sintió ganas de morir. Dice que no entendía por qué tanto tiempo si no mató ni lesionó nunca a nadie.
—Pero el rostro de la gente a quien asaltaba tampoco se me olvida ni cuando decían: “¡no me mates, no me mates!”. Por eso si yo quiero algo a mi favor otras personas me desean lo peor, pueden ser las mismas a quienes yo dañé.
El día de su detención tuvo la oportunidad de escapar pero en lugar de eso, esperó.
—Mis amigos me decían: “la Ley te busca, ¿qué hiciste?” y yo contestaba: “nada”. Sin embargo dentro de mí me preguntaba: “a dónde voy, si a donde vaya el mal aquí o allá va conmigo, aquí o allá me van a detener, aquí o allá voy a seguir haciendo daño, a cualquier estado de la República que me vaya será lo mismo, aquí o allá he de caer”... estaba harto.
En ese entonces vivía en un hotel y sólo salía de la habitación para llevar a cabo los planes que ya había hecho de los asaltos.
—Antes me sentía vacío y aquí (en la cárcel) encontré otra forma de vivir, cuando estaba el autogo-bierno viví mal, llegué pensando que tan sólo iba a cumplir mi condena sin causar problemas ni daños, pero esa gente me metió en bastantes problemas, les tengo odio porque se pasaban de listos, pero desde que desapareció, ya he estado más tranquilo.
Felipe está consciente de que por su culpa está lejos de su familia. Nunca tuvo esposa ni hijos porque, dice: “un delincuente no puede ofrecerle nada a una mujer”.
—Mi familia está en el estado de Sonora, de allá soy. Mi madre y mi hermana vinieron a verme en enero. Algunas cinco o seis visitas he recibido en todos los años que llevo en prisión, pero he permanecido aquí con la idea de que ellas no me mandaron hacer lo que hice.
Mientras su madre le pide a Dios por su libertad, otros desean verlo en prisión.
—Vuelvo a decir: tal vez las mismas personas a las que les causé daño, pero si tuviera que pedir perdón lo haría de nuevo, estoy harto de ser delincuente.
Después de que intentó quitarse la vida se convirtió al cristianismo. Ahora cree que Dios existe y que algún día lo perdonará.
—Tengo fe en Él y sé que algún día me limpiará como debe ser porque nadie más que yo sabe lo que es estar encerrado, peor aún estar prisionero dentro de mí mismo.
Felipe asegura que el Cereso ha dejado de ser una cárcel para él y siente como si estuviera en su casa.
—Los problemas psicológicos que he tenido han sido consecuencia de la vida que he llevado, no porque la prisión me los haya causado, tan sólo estoy tratando de cambiar de vida, amanecer cada día y decir: “voy hacer mi trabajo”.
Tiene miedo de salir de la cárcel porque para cuando eso suceda será ya un adulto mayor. Ahora tiene 40 años.
—Ya tengo una edad avanzada y supongo que al salir de aquí voy a batallar por el trabajo, tengo miedo de que eso me haga delinquir de nuevo, sin embargo no lo deseo, a la vez quiero irme libre pero a la vez no porque temo volver hacer lo mismo.
Y es que, según Felipe, a muchos la cárcel no sirve de lección y vuelven a cometer los mismos errores.
—Ahora sé que no nada más es decir voy hacia la libertad, no, porque la prisión se lleva dentro, no es la libertad el problema sino uno mismo, ahora tengo 40 años y cuando llega la noche me pregunto qué he hecho de mi vida; el ciclo de vida del hombre es de tan sólo 60 ó 70 años, pero los otros 20 ó 40 años ya para qué, lo mejor de mi vida lo perdí aquí.
Ni todo el dinero que robó compensa un día de todos los años que lleva en el reclusorio.
—Mi familia le da gracias a Dios por haberme visto, ahora radica en ellos la esperanza de que cambie, espero que así sea.
Extraña a su madre y a su hermana sobre todo los días de visita cuando ve que sus compañeros reciben a sus familiares.
—Pero muchos no aprovechan esa oportunidad, son las mismas personas que entran y salen, siguen viviendo un caos aun cuando han estado libres.
Dice que estos ocho años y seis meses de prisión ha visto enloquecer presos a pesar de recibir visitas.
—Sí extraño mi familia, quisiera estar en estos momentos en mi casa y decirle a mi mamá: voy hacia mi trabajo.
Para sobrevivir y ganar un poco de dinero, Felipe lava y plancha ropa ajena. Al principio le parecía vergonzoso, pero ahora cree que este trabajo lo dignifica más que haber sido un delincuente.
—Trato de estar activo todo el día, estoy donde me necesitan porque comprendí que al tiempo no le interesa si tengo dinero o no. Ahora veo de todo lo que me perdí: de la sinceridad, de la honestidad, pero sobre todo del calor de hogar y del cariño de mi padre porque ni siquiera pude verlo morir por estar encerrado.
Sabe que su madre y hermana no lo han dejado de querer porque aunque han sido pocas veces las que lo han visitado, han venido desde Sonora con tal de estar unos momentos con él.
—Sé que no merezco que vengan porque hay veces que uno le quiere hacer al sufrido y decimos: no, es que mi mamá, es que mi familia ya no me quiere, pero no es así, lo que pasa es que la rebeldía de nosotros nos llevó a este grado y por desobedientes estamos aquí.
Para Felipe la vida del hombre es como la hierba del campo que al atardecer se corta.
—A veces por desorientación, las personas caemos en encrucijadas y después no encontramos la salida, queremos ser víctimas y para no enfrentar una realidad muchas de las veces llegamos al grado de intentar matarnos porque decimos que ya para qué somos buenos o malos, pero cuando conoces el amor de Dios empiezas a conocer el amor de la familia y te das cuenta de todo el tiempo perdido.
Lo que importa en realidad, asegura, es tener amigos, trabajar y conformarte con lo que tienes, pero siempre vivir como si fuera el último día.
—Creo que todos merecemos una oportunidad y mientras llega hay que estar bien con Dios.
La costumbre de la ausencia
Carolina Cervantes Cuevas fue acusada de filicidio. Lleva siete años en prisión pero se dice inocente. Asegura que el responsable del crimen fue el padrastro de su hijo. Él, dice, lo mató a golpes.
—No soy la culpable pero estoy pagando por eso.
Carolina es madre de cuatro hijos: Alfredo de 14, Josué de 11, Luis Fernando de cinco y Jesús Manuel de dos años (q.e.p.d). El primero vive con su abuela en Matamoros, el segundo con su padre en Monclova y el tercero en el albergue del Padre Manuelito.
Era madre soltera cuando se casó con José Luis con quien procreó a Josué y Jesús Manuel. Llevaba diez años de matrimonio pero decidió separarse porque su esposo la golpeaba todos los días, sin embargo su nueva pareja resultó ser más violenta y según Carolina, es el responsable de la muerte de su hijo.
En la cárcel conoció a Héctor Manuel con quien tuvo a Luis Fernando. El nacimiento del menor de sus hijos es la causa de que su madre ya no la visite. Se molestó con ella por esta situación y desde hace cuatro años no la visita.
Por buen comportamiento le quitaron dos años y tres meses de los 21 años de sentencia que debe cumplir.
—Si Jesús Manuel viviera en junio cumpliría nueve años. Yo nunca me di cuenta que su padrastro lo golpeaba, mi madre me reprocha eso pero si lo hubiera visto no lo hubiera permitido, me habría alejado de él. Mi hermano me dijo que ese señor ya se murió, al parecer lo mataron.
Ahora su único consuelo es Luis Fernando. Lo ve cada día de visita pero el niño ya tiene una familia sustituta con quien pasa fechas importantes como Navidad y su cumpleaños.
—Yo sé que debí haber dejado a tiempo a mi ex pareja porque era mujeriego, vicioso y golpeador, pero hasta el día que vi muerto a mi hijo entendí todo. Fue una experiencia que me hizo recapacitar.
Desde que su madre se enojó, no ha vuelto a ver a Alfredo. El padre de Josué se lo llevó a Monclova y en los años que lleva en la cárcel no ha sabido de él.
Con el padre de Luis Fernando también terminó la relación. No habla con él a pesar de que está en el Cereso.
—Ya me acostumbré a la ausencia de mi familia, quisiera verlos pero a fuerza nada, sólo cuando ellos quieran, echo de menos a mi madre porque ya son cuatro años que no la veo, pero ni modo, Dios me da fortaleza y cuando viene Luis Fernando a verme me siento muy contenta. Al principio fue difícil estar aquí pero ahora con mi hijo me da fuerza. Quiero mucho a Alfredo y a Josué, un día voy a salir y espero verlos.