A los dirigentes del Partido Revolucionario Institucional les imputa el sindicato del IMSS haber celebrado un compromiso con el presidente Vicente Fox mediante el cual aquellos votarían a favor de la reforma del Instituto Mexicano del Seguro Social y el Gobierno les concedería que las acciones represivas que cometió como presidente Luis Echeverría Álvarez, queden en la impunidad. Esto o cualquier otro pacto, si lo tuvieron en verdad, que por lo que está sucediendo –delito prescrito y gente del PRI en actitud favorable a modificaciones- al parecer así fue, lo que sería volver a tiempos idos cuando todo se arreglaba debajo de la mesa, con cuchicheos en los rincones más oscuros y malolientes, sin importar el desprestigio que tal manera de proceder pudiera acarrearles.
Esto que afecta al IMSS es algo que viene arrastrando desde décadas atrás. Los servicios que otorga la institución, dedicada a preservar la salud de los trabajadores del país, no es lo suficientemente eficiente y esmerada que cualquiera pudiera desear. Los médicos hacen gala de pundonor para atender a los pacientes que en grandes oleadas acuden a su consulta. Las medicinas escasean, por lo que en muchos casos los familiares del enfermo tienen que desembolsar el precio de su costo. No hay suficientes camas para enfermos. Se dice, en voz baja, que existe una gran conjura del Gobierno para acabar con el seguro sólo por que es social. Les desagrada que haya servicios de esta naturaleza. Eso es comunismo, cuya palabra, de solo oírla, les cae como patada al hígado.
Las instituciones creadas, una vez terminado el conflicto bélico que se inició en 1910, deben desaparecer. Para estos capitostes, todo lo que huela a que se está favoreciendo a las clases obreras, son creaciones del demonio. Los proletarios deben permanecer en la disciplina de las tiendas de raya. Los lujosos hospitales privados que han surgido a lo largo y ancho de la república satisfacen las necesidades de las clases adineradas. Los que prestan sus servicios por un modesto estipendio deben saber que no tienen derecho a nada o sólo a lo que puedan adquirir con su mísero salario. Es una desgracia que sean pobres, pero qué se le va a hacer. Eso les tocó en suerte, deben conformarse con su destino, para eso están los yerberos. El Gobierno no está para resolverles sus problemas. Y que no le buigan por que les va peor.
La consigna es destruir el régimen de pensiones y si se puede, más adelante, privatizar el instituto. Sería contra natura elevar las cuotas patronales o acabar con la corrupción que priva en el interior de la institución o frenar la contratación de personal de confianza que percibe sueldos por encima de las prestaciones que obtienen los trabajadores de base. Que se amuele el más débil. Es de todos sabido que el hilo se revienta por lo más delgado. Si los trabajadores afectados refunfuñan, patalean y salen a las calles a manifestar su descontento, ya se verá si es conveniente acusarlos de alterar el orden público y, en su caso, rescindir sus contratos de trabajo. En fin, lo que se puede decir es que a Vicente Fox ya le cayó el veinte, como a los antiguos tocadiscos de paga, a los que el vulgo llamaba vitrolas, que iniciaban lento, lento y terminaban igual, produciendo un sonido musical raspante y desafinado. Así, cada vez que hay un problema que le puede dañar las encuestas de popularidad, que le preocupan más que cualquier otra cosa, nada más fácil que derivar la solución a otro de los poderes. A los jueces el asunto de Andrés Manuel López Obrador y al legislativo el caso del IMSS. De algo le habían de servir los cuatro años de duras experiencias que le tienen el rostro macilento, el humor agrio y la boca reseca. Ahora que, no hay que soslayarlo, una reacción airada de los trabajadores organizados puede hacer recular a las autoridades.
