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Las laguneras opinan.../Entre el tequila y el ron...

María Asunción del Río

Imposible omitir el tema de la semana: México y Cuba, los presidentes y sus cancilleres, las declaraciones, amenazas, sentimientos (en su connotación popular, claro, de estar sentidos, no de padecer emociones), rencores acumulados, crónicas editadas a la conveniencia de cada quién, ataques de amnesia, metidas de pata, –pecados mortales en el argot diplomático–, propaganda política y el inacabable acarreo de agua al molino de cada quién, derivados de la situación. Sin faltar, por supuesto, la presencia ubicua y desmesurada de los medios de comunicación y sus voces (¿con acento caribeño?) empeñadas, cada vez más, en ser las de la verdad, la Ley y la justicia, casi casi la voz de Dios.

A mí de plano se me hace lenta y bastante suave la reacción del Gobierno mexicano ante la sarta de ofensas que, procedentes del Caribe, del ‘compañero’ Fidel y toda su camarilla de funcionarios compatriotas y adoptivos (mexicanos de nacencia, pero dijérase que extranjeros por adopción), que desde hace años vienen reclamando lo que no les pertenece, ignorando lo que por décadas han recibido de nuestro país y exigiendo lo que no han ganado con trabajo, colaboración o méritos de cualquier otra naturaleza (ni el tabaco ni el ron nos merecen cambiarlo todo por ellos). Conste que no me refiero a la gente-pueblo que, atrapada entre las fauces antropófagas de un sistema que los engorda con palabras para comérselos después; ni a quienes como yo, instalados por necesidad en la áurea mediocritas del trabajo y la lucha cotidiana por la supervivencia personal y nacional (y por supuesto, en la base de datos de Hacienda), no podemos más que renegar, pagar y aguantarnos, porque ni somos políticos ni estamos en el candil, ni descendemos de héroes de otros tiempos que todavía cobran intereses por las glorias heredadas.

No hablo de la gente común que se quiere y que sufre el dolor ajeno como si fuera propio, ni de los artistas del pasado que son nuestro presente ni de los de hoy que sueñan el futuro (Martí me es mucho más familiar que la Guantanamera sacada de sus versos; todo el tiempo releo a Carpentier y conozco a Lezama Lima más que para citar su nombre, como conozco y amo a Cabrera, a los dos Eliseos, a Zoé, a nuestra añorada Celia y a muchos hijos de Cuba expatriados, buscando su libertad). En ellos y en los millones que permanecen en la isla contra su voluntad, como en los otros millones que han salido de ella porque les fue dado hacerlo, reconozco a mis hermanos; por ellos justifico la ayuda que año tras año, década tras década ha salido de mi país a cambio de nada, por el amor y por la sangre, por una solidaridad que, antes que en ninguna otra parte, aquí se hizo realidad, cuando Fidel no podía gobernar, dada su juventud y las leyes vigentes al triunfo de su revolución.

¿Qué puede obtener México de Cuba? ¿Cuáles son las riquezas naturales, materiales o estratégicas de esta nación, que nos moverían a explotarla y aprovecharnos de ella? O lo que es peor, ¿por qué tenemos que aguantar en silencio que sus líderes –unilaterales en el juicio y con visión de aumento para la paja en el ojo ajeno– despotriquen contra los nuestros y que en sus discursos se tomen el derecho de insultar y ofender, de ironizar y burlarse, ponerse de ejemplo y declararse voceros de una supuesta mayoría de mexicanos que piensan como ellos? La conferencia de prensa que el pasado cinco de mayo ofreció el canciller Pérez Roque y a la que en México se dio tanto espacio radiofónico y televisivo como a los informes de Gobierno de los tiempos del PRI, casi nos hace arrepentirnos de existir y pedir perdón por ser mexicanos. En un discurso mañoso y reiterativo (nadie puede hablar tres horas y media sin redundancias), en el que se proporcionaron datos depurados en favor del hablante y se magnificaron aquellos que podían agravar la situación de los inculpados (nosotros), salieron a colación los temas permanentes del discurso cubano, útiles para destacar la felonía de México, su entrega a la voluntad estadounidense, la incapacidad de negociación y trato del cuerpo diplomático nacional, nuestro natural ladino, el “comes y te vas” de Fox, que tantos frutos ha rendido al incorporarse al discurso castrista y la inevitable mención de Castañeda, el diabólico.

Asimismo estuvieron presentes la solidaridad de los compañeros perredistas, cuyo compromiso con la nación hermana les hace olvidar el que deben a su propio país, víctima de todo género de abusos y actos de corrupción, de los que de ningún modo puede sustraerse el partido del sol azteca.

Y como siempre, el discurso final, las preguntas e intervenciones de la prensa, así como los resúmenes y comentarios del resto de la semana se fueron por la tangente, centrándose en lo que menos importa. No entiendo por qué resulta tan esencial para ambas partes el testimonio de un pillo como Carlos Ahumada, cuando las razones de la indignación mexicana contra las palabras, actitudes y acciones de Castro y sus secuaces dan tela suficiente de dónde cortar. En este sentido sí me indigna la torpeza de la cancillería que, omitiendo razones de peso y el amparo de leyes específicas para reclamar los agravios sistemáticos de Cuba contra la dignidad de nuestras instituciones y proceder en consecuencia, se vale de situaciones menos claras, dando pábulo para la réplica y hasta el descrédito. Por su parte, al PRD le cayó tan bien el escándalo de Ahumada, sus amores y sus fraudes, como al partido Verde los del PRD: los delitos de ambos grupos –reales, haya o no complot– pretenden perderse bajo el maquillaje de asuntos más relevantes, que en realidad no lo son. La pillería de un delincuente común se agiganta sólo en la medida que se lleva entre los pies a ciudadanos que no son comunes, porque son funcionarios y representantes de quienes les dieron su confianza votando por ellos; además, su testimonio sería el menos relevante de todos, considerando que lo único que realmente sabemos de él es que es un mentiroso.

Volviendo a las declaraciones de Cuba vs. México, ¿qué le importa al Gobierno cubano si perdimos o no la mitad de nuestro territorio, si Marcos sigue en la sierra de Chiapas, o mueren cientos de mexicanos tratando de cruzar la frontera para pasar a Estados Unidos? ¿No sería una preocupación más legítima para ellos averiguar por qué la población cubana de la Florida suma varios millones o cuántos balseros han sucumbido en aguas del Atlántico, huyendo de su patria, sin que en ellos quepa la esperanza de ayudarla con los dólares que ganarán en USA; por qué la propia familia del comandante Fidel reniega de él o por qué los grandes escritores, cineastas, artistas y cantantes nos conmueven hasta la médula con su visión dolorosa de la tierra que los vio nacer y alejarse, dejando en ella familias y corazón?

A mí no me convence ni me impacta en lo más mínimo que el señor Pérez Roque se escandalice al comparar el registro de torturas en cárceles mexicanas, reportadas por el Gobierno estadounidense, que no registra maltratos, ni muertes, ni violación de derechos, ni fugas ni nada en el paraíso cubano. ¡Por favor! El silencio y el ocultamiento oficial de datos es una forma de mentir tan elocuente que no sorprende a nadie y cuando se convierte en el modus vivendi de un pueblo y en el modus operandi de una dictadura con casi medio siglo de existencia, entonces lo mejor que se puede hacer es no hablar.

No, señor canciller. Ciertamente nuestros funcionarios son poco hábiles, irreflexivos y muy dados a elegir estrategias inadecuadas. Pero sólo nosotros, los mexicanos, tenemos derecho a reclamárselo. De usted podemos aceptar pocos consejos; por ejemplo, para el secretario Creel, cómo adquirir fluidez en la expresión oral; para el presidente Fox, el de cómo evitar la ronquera tras de varias horas de perorata (tiene usted un maestro inigualable); para nuestro canciller Derbez, tal vez la necesidad de conocer el terreno mejor para moverse en él con seguridad. Pero otra clase de lecciones no. Mejor brindemos un tequila a la inspiración de Silvio Rodríguez: Ojalá es buena opción para aclarar el panorama.

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