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Las laguneras opinan.../Lo femenino desterrado y El Código Da Vinci

Laura Orellana Trinidad

El miércoles pasado participé en una mesa redonda acerca de la novela El Código Da Vinci, organizada por el teatro Isauro Martínez, en la que por cierto, hubo una nutrida asistencia. El libro continúa generando interrogantes y se ha convertido en un verdadero fenómeno cultural. Aunque el tema ya ha sido abordado en este mismo diario por Paco Amparán (uno de los integrantes de la mesa), quisiera compartir algunas ideas sobre este polémico texto.

Aunque resulta frecuente la queja de que cada vez se lee menos, la extraordinaria venta de ejemplares (y suponemos, de lectura) de El Código Da Vinci, novela del escritor Dan Brown, es la excepción. Ha corrido con la fortuna de hacer circular varios millones de ejemplares en todo el mundo (las cifras oscilan entre seis y 30 millones) y ser traducida a 30 idiomas (sólo en catalán se habían vendido, para abril del 2004, 75,000 copias; en Estados Unidos fue la novela más vendida en 2003). La comercialización de la novela ha generado toda una estrategia publicitaria alrededor de la misma: al parecer, la Columbia Pictures ya compró los derechos para realizar la película, en la que Ron Howard fungirá como director y Rusell Crowe, como protagonista; por otra parte, un par de periodistas preparan un libro que saldrá este verano, llamado El Engaño Da Vinci, en el que señalarán todos los errores históricos e imprecisiones del Código; la editorial Planeta ya ha comprado la que será la siguiente novela de Brown, The Salomon Key, tercera aventura de Langdon a publicarse en 2005, previa firma a ciegas de 1’200,000 euros (La trama que se ha adelantado es que transcurrirá en los “tenebrosos” pasillos del Washington D.C. masónico, donde se encuentran a buen cuidado algunos secretos centenarios sobre los padres fundadores de nuestro país vecino).

También han aparecido otros libros que aprovechan el boom como: El último secreto de Da Vinci de David Zurbo y Ángel Gutiérrez y Jesús o el gran secreto de la iglesia, de Ramón Hervás, cuya publicidad resulta sintomática: “Fascinante y polémica visión de un Jesús inédito. Un libro para comprender el mensaje de El Código Da Vinci”.

El libro ha despertado una gran inquietud, sobre todo entre la grey católica, debido a que Brown advierte, antes de comenzar la novela, que: “Todas las descripciones de obras de arte, edificios, documentos y rituales secretos que aparecen en esta novela son veraces”. De ahí quizá el éxito: se presenta como un libro con base en hechos reales, aunque como bien lo dice él mismo: es una novela.

En ésta se manejan básicamente tres ideas fundamentales:

1.- El culto por las deidades femeninas y de las mujeres antes consideradas como “la mitad esencial de la iluminación espiritual” fueron desterradas por las religiones, imponiendo un mundo patriarcal.

2.- Jesús mantuvo una relación de pareja con María Magdalena, a quien encomendó poner en marcha la Iglesia. Ambos descendían de reyes: Jesús de la Casa de David y Magdalena, de la Casa de Benjamín. En los primeros siglos María Magdalena fue venerada, dentro de la tradición de las deidades femeninas, pero posteriormente la Iglesia generó una campaña de desprestigio para difamarla, haciéndole pasar como prostituta.

3.- El Santo Grial sí es un cáliz en un sentido alegórico: es el vientre femenino en el que se perpetúa la Sangre Real, la sangre de esta pareja. Esto lo ha ocultado la Iglesia, especialmente los sectores conservadores, pero se encuentra presente en la cultura.

Sobre estas ideas se construye la trama del libro, pero lo que llama la atención es: ¿Por qué resulta creíble, a pesar de saber que es una novela? ¿qué elementos contiene que lo hacen veraz?

La extraordinaria recepción de la obra –bajo mi punto de vista— radica en una multitud de elementos culturales que se encuentran en el mundo del lector y que Brown recoge con acierto. La trama de la novela destapa, por así decirlo, un complejo andamiaje de ideas antiguas y modernas, que forman una urdimbre verosímil.

Encuentro en El Código... un sedimento mítico ancestral que se encuentra presente prácticamente en todas las culturas del mundo y es el culto a la diosa madre. Es un culto femenino porque se encuentra ligado a la tierra, símbolo de fecundidad, de fertilidad, de creación. Cada cultura generó sus propias deidades femeninas, pero al contacto con otras culturas sufrieron interesantes metamorfosis, incluso de lo pagano a lo religioso (en el caso mexicano tenemos la transmutación Coatlicue-Tonatzin-Virgen de Guadalupe).

Ciertamente, en los inicios del cristianismo, una figura que adquirió gran relevancia fue la de María Magdalena, primer testigo de la resurrección de Jesús y fiel seguidora de él. Por lo tanto, resulta viable (tanto en la novela como en la realidad) que María Magdalena haya adquirido los rasgos arquetípicos de las deidades femeninas paganas. Sin embargo, con la expansión e institucionalización de la Iglesia Católica –además de otros múltiples factores sociales— el culto por lo femenino fue sustituido por lo masculino. María Magdalena pasará a un segundo plano y sobre todo, será reconocida como prostituta, aún cuando en los evangelios nunca aparezca con ese oficio: fue una manera ideológica de excluirla.

El conflicto de dominio entre lo femenino y lo masculino, aparece ya desde los mitos griegos y aún más ancestrales como el de Lilith, predecesora de Eva, quien reclama a Adán la igualdad. Debido a que no pudieron armonizar y compartir el poder, ella desaparece y entonces Dios crea a la Eva bíblica, sumisa y acarreadora de males.

En segundo término, la relación amorosa entre Jesús y Magdalena, ha sido difundida a través de la creación literaria a partir de dos novelas: La última tentación de Cristo, de Nicos Kazantazakis, en la que se plantea que Jesús tiene una oportunidad, ya estando en la cruz, de imaginarse como un hombre normal. Se visualiza casándose con María Magdalena, teniendo hijos con ella y llegando a viejo. Es una lucha entre cuerpo y espíritu, en la que Jesús opta, finalmente, por ser crucificado. Fue censurada por la Santa Sede, lo mismo que la película llevada por Scorsese al cine, en 1988, que en México ha podido ser exhibida hasta ahora ¡16 años después! y El evangelio según Jesucristo, de José Saramago, en la que nuevamente Jesús es visualizado como pareja de María Magdalena.

Por otro lado, desde hace algunos años diversos grupos de sacerdotes han estado cuestionando el celibato como obligatorio, planteándolo como opcional e impugnando la exclusión femenina para el sacerdocio (ya existe una Federación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados, que al parecer representa a unos 100,000 eclesiásticos). Ellos encuentran que existe en la Iglesia una valoración negativa de la sexualidad, particularmente de la mujer y que prevalece una imagen masculina de Dios que impone una concepción jerárquico-patriarcal de la Iglesia.

De hecho, algunos sacerdotes que ya se han casado y han sido aceptados en sus comunidades con esa modalidad, continúan ejerciendo al margen de la Iglesia.

Quizá lo más interesante, es que Dan Brown logra articular dos momentos históricos bastante lejanos en el tiempo: el culto a las deidades femeninas y el feminismo actual. En ambas, se plantea una participación activa de las mujeres, en la que se incorpora y recupera la parte femenina de la humanidad: aquélla vinculada a la creatividad, el ludismo y los sentimientos, aspectos desterrados del mundo político y social. La búsqueda del Santo Grial, para el autor, no es más que la búsqueda de este fragmento soslayado de la vida humana y muchos de nosotros, como lectores, ya hemos sido sensibilizados al respecto. ¿Quién puede estar en contra de Brown, cuando en las últimas páginas dice: “Estamos empezando a captar los peligros de nuestra historia... y de nuestros caminos de destrucción. Estamos empezando a intuir la necesidad de restaurar los aspectos femeninos de la divinidad”. Por mi parte, estoy totalmente de acuerdo ¿y usted?

laura.orellana@lag.uia.mx

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