Cuando lo escuché pensé que era una broma; luego, todavía incrédula, pude comprobar que, efectivamente, se trataba de algo real: como si fueran pocos los cuentachistes, amigos, consejeros, evangelizadores, dietistas, estimuladores sexuales y algunas otras compensaciones telefónicas con que diariamente nos atiborra la propaganda de televisión y radio, salió al mercado el “novio sustituto”.
Así como lo lee, se trata de un muñeco tamaño natural acompañado de un programa electrónico, cuyo objetivo es hacer las veces de pareja ideal para quien no la tiene. Entre las virtudes de este invento –no sé cómo llamarle: muñeco, artefacto, criatura…, se incluyen las galanterías que espera cualquier chica común: fotografías, notas de amor, llamadas telefónicas, cartas, detalles para fechas señaladas…, de modo que el engaño sea completo. Ignoro -y no quiero saberlo- si el armatoste es capaz de hacer más cosas, pero con lo que se anuncia es suficiente para formarse una idea -por si todavía alguien no la tiene- del grado de decadencia por la que transita nuestra sociedad del siglo XXI.
Hace unos cinco o seis años nos invadieron los “tamagochis”, aquellas mascotas electrónicas tamaño llavero, que desde entonces me parecieron mucho menos inocentes de lo que aparentaban. El argumento de que con ellos se desarrollaba el sentido de responsabilidad de los niños (obligados a picar botón-alimento, botón-baño, botón-música para que el “tamagochi” no muriera de hambre, de suciedad o de estrés), resultó tan falso como la felicidad que habrá de proporcionar a su compradora el nuevo novio artificial. Tengo varias observaciones que pueden situar en un mismo plano a ambos objetos, y que posiblemente tengan qué ver con cosas tan importantes como el aprecio de la vida y las relaciones interpersonales.
Mientras los juguetes fueron nuevos, claro que recibieron la atención de sus dueños; pero como siempre ocurre, pasada la novedad fueron a dar a un cajón, al fondo de una mochila o al bote de basura, junto a la pretendida responsabilidad de sus amos. Peor aún; si el objetivo se cumplió y el bichito electrónico efectivamente sustituyó al verdadero convirtiéndose en una virtual mascota, desafanarse tan fácilmente de él y de su cuidado debió haber dejado preocupantes mensajes en la mente del niño, ya que para revivirlo, basta una pila nueva y si se muere, pues se compra otro. ¿Qué pasará con todas las mujeres que adquieran el mismo novio de mentiras? ¿Estarán dispuestas a compartirlo en la intimidad de sus casas? Y cuando se presente un candidato de verdad, con las fallas propias del ser humano, ¿en qué términos rivalizará con el sustituto? ¿Qué pasará si la dama en cuestión descubre que prefiere el de juguete sobre el de carne y hueso? O si, satisfechas con los resultados del juego, las mujeres se animan a transferir la experiencia lúdica a la realidad y comparten el novio o el marido, ¿cómo vamos a reaccionar? En broma o en serio, encadene usted todas las preguntas que su imaginación le permita, pero piense un poco en causas y efectos menos evidentes, aunque no por ello imposibles.
Por ejemplo, el hecho de que, en ambos casos, hablamos de actividades estrictamente humanas que, mediante un proceso de sustitución creado por la mercadotecnia, van eliminando una de las partes necesarias de las relaciones afectivas que nos caracterizan, favoreciendo la pérdida de la identidad (si miles de mujeres se sienten Barbie, con más razón lo harán teniendo a su Ken tamaño natural).
Si nos es difícil establecer vínculos con las personas, escuchar las ideas ajenas, expresar nuestras emociones e interesarnos en las de los demás, no tendremos que afrontar esta dificultad cuando satisfactores de la vida -la vida misma en formas alternativas inflables o electrónicas- pueden conseguirse por catálogo, vía telefónica, por Internet o cualquier otra forma de pedido, sin más que un costo monetario (que pronto abatirán los chinos) y con la ventaja que podemos desactivarlos cuando nos viene en gana…
El problema es que, no obstante todas nuestras tonterías y a pesar de que a veces no lo parecemos, seguimos siendo criaturas humanas y como tales, tenemos necesidades, principios e instintos que llaman a gritos a la reflexión. Creo que buena parte de los problemas que aquejan al mundo y se empiezan a vivir en México, tienen que ver con una percepción deforme de la realidad. Solos, aislados del resto, encerrados en la propia individualidad de la que prefieren no salir porque sienten amenazas por doquier y porque, a fuerza de vivir ensimismados, no les interesa relacionarse con los demás, cada vez más hombres y mujeres viven enajenados en el mundo de las comunicaciones y de la globalización.
Nos escandaliza -porque es causa del escándalo mayor- la frialdad con la que niños, jóvenes y adultos de toda condición asumen el dolor, el crimen, las muertes violentas reportadas cada vez con más frecuencia por los noticieros; nos parece inconcebible su participación en hechos tan abominables como el reciente de Tláhuac, que de no haberse divulgado en las condiciones en que ocurrió, jamás hubiéramos imaginado. Entiendo que la marginación crónica de tantos millones de personas, los abusos que constituyen su cuna y vivienda, las enormes diferencias de oportunidades y recursos entre pobres y ricos, contribuyen en gran medida a esta subvaloración de la vida que caracteriza a nuestro presente.
Pero no puedo aceptar que la humanidad haya perdido su esencia y que alguien pretenda explicarla en forma de tradición o costumbre. Más bien creo que tiene que ver con una práctica que diariamente estamos construyendo entre todos: la de la comodidad que implica no ser responsables por nada y por nadie, la de un egoísmo agigantado que nos lleva a buscar el placer y la satisfacción de los sentidos, contra cualquier inconveniencia que nos hiciera sentir mal, incluso el fastidio de la compasión; la de preferir los juguetes que hacen lo que queremos a las personas que tienen su propia voluntad y sus propios anhelos; la ausencia de no creer ni esperar, con tal de no padecer dudas o sufrir desencantos.
Ante los tiempos que corren, cualquier momento es bueno para detenerse y pensar, para analizar cuál es el rol que estamos jugando y cuál nuestra responsabilidad personal y social; sin embargo, las luces y decorados que anuncian la Navidad hacen más patente la necesitad de reflexionar y actuar: ojalá no nos quedemos con las ofertas oropeladas de la época ni con las listas interminables de regalos que la mayoría de los destinatarios no necesita. Que nuestra buena voluntad sea verdadera y llegue, traducida en ayuda, consejo, palabras de apoyo, escucha atenta, aportaciones económicas, servicios profesionales, actos de solidaridad, cumplimiento de las leyes, abrazo fraterno, plato de comida o mirada amable y sonriente a todo el que los necesite.
Y por favor, no regale novios sustitutos, muchos corazones solitarios se lo agradecerán.
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