En la antigüedad, los paganos creían que el nacido entre una diosa y un ser humano era un héroe. Posteriormente se atribuyó el nombre a un varón ilustre por sus hazañas y virtudes o por ejecutar alguna acción heroica. Se entiende por heroísmo un esfuerzo que lleva al hombre a realizar hechos extraordinarios.
Antiguamente también, la escasez de medios de información obligaba a pasar las noticias oralmente y en cada generación se agregaban detalles que las magnificaban. Hoy los hechos heroicos tal vez no sean pocos pero sí parecen menores porque la inmediatez de la información les resta asombro.
Hay diferentes categorías de héroes: los oficiales, de bronce y piedra; los silenciosos y desconocidos; los trágicos, los indiscutibles, los dudosos y los francamente de cartón.
Hoy se confunde el término con el de ídolo (que en tiempos antiguos solía ser un falso dios). Figuras del deporte, de la música o el cine son convertidos en héroe-ídolo por un público adolescente que eleva o destruye con la misma veleidad.
Pasar a la historia no implica necesariamente hacerlo en la categoría de héroe; también pasan los villanos y uno que otro tonto, porque los hay de tal magnitud que la historia no puede menos que registrarlos. También pasan los cobardes o los muy vivos, como dice el refrán: “más vale que digan aquí corrió que aquí murió.”
¿Qué da al héroe su auténtica categoría? Se me ocurren cinco cualidades: valor, congruencia, compasión, fortaleza espiritual e inteligencia emocional.
¿Cuántos nombres acuden a la memoria con la categoría real de héroes?
Los hay en todas las áreas; el más abundante, el patriota, aquel que se sacrifica por la patria en algún campo de batalla. Hoy están las patrias tan desprestigiadas que ya no resulta tan honroso morir así. Hay también héroes en la ciencia, en la política y en la religión: todos ámbitos humanos.
Al héroe lo hacen las circunstancias. El destino presenta la ocasión y quien actúa en forma valerosa, anteponiendo el bien común ante una disyuntiva, crece transformándose de común mortal a la categoría de héroe.
Muchos lo son simplemente porque mueren jóvenes y en forma trágica; esto parece ser un requisito indispensable. La muerte sale al paso de algunos cortándoles toda posibilidad de “regarla” más adelante y en este sentido, actúa como aliada que hace quedar bien y simultáneamente, les otorga el reconocimiento universal. Tal es el caso del Che Guevara y Camilo Cienfuegos; los dos empezaron de compañeros de Fidel Castro en la Sierra Maestra cubana; más que héroes son figuras, iconos sociales. La fotografía del Che Guevara cuelga en miles de paredes de quienes ni habían nacido cuando él murió. A Camilo tal vez ya nadie lo recuerda (yo sí). Sin embargo, pasan a la historia; quién sabe qué habría hecho el Che de no encontrarse con la muerte en Bolivia. Y el que pudo llevarse, ahí sí, la medalla de héroe, el Comandante Castro, ha dejado pasar demasiado tiempo y por lo tanto, la oportunidad. La historia lo registrará, ni duda cabe, pero no como un auténtico héroe.
En nuestra propia historia, Emiliano Zapata, Francisco I. Madero y Porfirio Díaz encarnan tres tipos diferentes de héroe y los tres coinciden en el tiempo. De ellos, Zapata me parece, en lo personal, el más congruente, quizá también porque la muerte temprana lo eleva a nuestros ojos. Madero se acerca más a la categoría oficial de héroe de bronce mientras que Porfirio Díaz, auténtico héroe de la patria por la Batalla del Dos de Abril, pudo refrendarse por segunda ocasión como héroe por su desempeño como presidente de la República si no hubiera habido la necesidad de pedirle que se retirara a los 30 años de servicio ininterrumpido. Sin embargo la historia oficial hace borrosos, por este último evento los innegables aciertos de Díaz como presidente y si comparamos sus decisiones con las de quienes le han sucedido hasta el año 2004, tendríamos que aceptar que las suyas fueron bastante centradas, razonables y benéficas para el país.
Para mí, indiscutiblemente el héroe político del siglo XX es Mahatma Gandhi, el apóstol de la no violencia. Usando la desobediencia civil puso de rodillas al poderoso imperio británico y paradójicamente, la muerte le llegó en forma violenta. Es una lástima que su ejemplo de congruencia y firmeza no tenga, por lo menos en occidente, ni el uno por ciento de seguidores que el Che Guevara.
Este ha sido, por mucho, el siglo más perverso en la historia de la humanidad y el de mayor cantidad de villanos, cobardes y tontos. Sin embargo, hay cantidad de héroes; de los pocos que se reconocen destaca junto a Gandhi una niña que murió de tifo en el campo de concentración de Bergen Belsen a los 15 años. En este año habría cumplido 75. Ella es el ejemplo clásico del héroe que hacen las circunstancias. Me refiero a Ana Frank, la joven judía que dejó a las siguientes generaciones de adolescentes su diario, un pequeño gran libro, el más leído universalmente y que se ha traducido a más de 60 idiomas. ¿Quién no ha leído el diario de Ana Frank? Imposible no sentir una especial emoción, entre pena, tristeza y nostalgia cuando leemos las palabras de esta jovencita de 13 años, mientras a su alrededor se desataba una de las peores persecuciones que recuerda la humanidad: la de Hitler en contra de los judíos.
En su diario Ana Frank hace un llamado contra la intolerancia y nos muestra que la esperanza de la humanidad está en la convivencia pacífica y respetuosa.
Ana Frank y Gandhi realizaron hechos extraordinarios; ambos merecen sobradamente el honor de los auténticos héroes. Sus aspiraciones encuentran justa expresión en otro héroe del siglo XX, éste de la palabra, un poeta, León Felipe:
“Sensibles a todo viento/ y bajo todos los cielos,/ Poetas nunca cantemos la vida de un mismo pueblo,/ ni una flor de un solo huerto.../ Que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros...
