Con el arribo del siglo veintiuno, una nueva mujer ha aparecido en la escena del mundo; la fémina moderna que ha logrado superar el reto de enfrentar a una sociedad que tradicionalmente le había negado iguales derechos que al hombre.
Qué lejos ha quedado la mentalidad machista de todos aquellos que sonreíamos ante chistes tales como: “Definición: Don Juan; dícese del hombre conquistador; Doña Juana: refiérase a la señora que se encarga de la limpieza”; o la sorpresa que generamos a las más jóvenes cuando conversamos con ellas y les relatamos que “hasta antes de Ruiz Cortines, las mujeres no eran ciudadanas; no podían votar como los hombres”; por respuesta, generalmente abren enormemente los ojos haciendo muecas de incredulidad.
Ya en el siglo XVII, Juana de Asbaje defendía a la mujer con aquello de “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón...”, igual que otras muchas que publicaron en las últimas dos décadas del siglo XVIII textos de literatura como una profesión y modo de mantenerse no sólo a sí mismas sino también a sus familias; entre ellas: italianas escritoras de libretos de ópera, francesas incursionando en el periodismo e inglesas biógrafas, que daban los primeros pasos, muchas veces dolorosos, para abrirse camino en un medio hasta entonces exclusivo de los varones, que sentaron las bases para favorecer a las varonas que hoy en día se desenvuelven con gracia y facilidad. Y por favor no olvide a George Sand, que buscaba la atención para el feminismo a través de sus escritos y que se ha transformado en un icono; tampoco a Mary Shelley, autora de Frankenstein, historia que hasta la fecha es delicia y causa de terror para todos los seres humanos. En 1820, empezaron a adquirir relevancia, como las Salonières, que eran ejemplo de esfuerzo por ganarse un lugar en el mundo de la literatura.
Todas ellas tuvieron que afrontar considerables problemas cuando surgían cuestiones legales, ante la incomprensión masculina que veía a las hasta entonces sumisas mujeres desenvolverse con éxito en terrenos que antes les eran vedados, considerándolas seres antinaturales y calificándolas como “amenazas” para la sociedad. Además recuerde Usted que entonces no tenían derechos ciudadanos.
Hoy en día, mujeres profesionistas, políticas, escritoras, científicas, artistas, filósofas, etc., hacen punta en los distintos campos de la actividad humana y a nadie nos causan sorpresa.
Sin duda que la industrialización europea originó el cambio de actitud de la mujer y permitió su aparición en campos más allá de los simplemente familiares, hasta permanecer y profundizar en el medio laboral transformándose en un fenómeno irreversible.
Actualmente la estadística nacional muestra un crecimiento sostenido de las mujeres como fuerza laboral del país. La Encuesta Nacional del Empleo de 1991, registró que las mexicanas representaban ese año el 30.7 por ciento de la población económicamente activa y según Celade, entre 1970 y 1990, creció un 261 por ciento, haciendo notar que el descenso de la participación femenina entre los 25 y los 35 años es debida y guarda relación con las tareas domésticas, reproducción y el cuidado de hijos pequeños. Sin duda que las valiosas saben darse tiempo para todo.
En 1848, la Asociación General de Trabajadores Alemanes se unieron a los sastres en sus peticiones para poner fin al trabajo industrial de las mujeres en las fábricas e imprentas. En América tampoco les dejaban libre el paso, así, en 1857, en la ciudad de Nueva York, un grupo de trabajadoras maquiladoras se rebeló a los patrones exigiéndoles igualdad de trato y pago con relación a los hombres; el conflicto culminó en un incendio misterioso que cobró la vida de 129 de ellas.
Por el contrario, organizaciones sindicales de Alemania, especialmente la de Trabajadores de la Educación, rechazaban la discriminación de la mujer e insistían en el derecho que les asistía para trabajar.
En otros campos no había mucha diferencia; mientras el término “hombre público” merecía respeto, el de “mujer pública” era sinónimo de prostituta. Tanto el liberalismo como el socialismo y el nacionalismo eran ideologías asociadas a las actuaciones políticas e intelectuales realizadas por hombres y las mujeres buscaban los modos de participar; hubo de esperar al siglo XIX, con la aceptación de la idea de que la sociedad estaba constituida por individuos y de que las actividades de todos eran la base de la “riqueza de las naciones”, marco para el pensamiento económico liberal y político que desde el siglo XVIII Adam Smith había defendido, que se abrió un resquicio para la defensa de los derechos de la mujer.
El concepto del liberalismo sobre la libertad individual inspiró los movimientos a favor de la abolición de la esclavitud en las colonias británicas en 1834, efectivos hasta el siglo XX, cuando se establecieron iguales derechos políticos y económicos para las mujeres, varones no propietarios y de minorías religiosas o culturales.
El camino aún era arduo, el Código Napoleónico de 1804, había inspirado al Civil Italiano de 1865, que estipuló que las mujeres casadas tenían el estatus de menores y estaban sujetas a la custodia de sus maridos. En el nuevo Código Civil Alemán del año 1900, las mujeres se habían convertido en personas legalmente reconocidas y en principio ya no tenían que obedecer más a sus esposos y padres, tenían autoridad sobre sus hijos y la esposa podía conservar las ganancias percibidas por cualquier tipo de trabajo, dándole además el derecho al mismo sin necesitar el consentimiento de su marido.
Así, en 1910 nace el día internacional de la mujer (8 de marzo), promovido por el Sindicato Internacional de Obreras y más tarde el mundo acepta dedicar todo el mes a fortalecer la igualdad de oportunidades de las mujeres ante los hombres.
Aún queda mucho por hacer; darles mayores espacios en todos los campos: laborales con iguales derechos y sin el vergonzante acoso sexual; profesionales, con mismo trato y oportunidad en los medios científicos y tecnológicos; intelectuales, incluida una mayor apertura a la expresión de las femeninas; artísticos, con más y mejores medios para el ejercicio en libertad de su delicada y especial expresión humana; deportivos, luchando contra los tabúes establecidos y dejándoles confirmar sus capacidades físicas y hasta políticos, permitiéndoles mayor participación en la vida pública mundial a todos niveles. El camino está bien trazado y sólo será cuestión de tiempo para que ellas ocupen ese lugar tan merecido y lleguen a dar lo mejor para sí mismas, sus familias y la sociedad en que se desenvuelven y por qué no, hasta desplazar a los hombres que no sean capaces de adaptarse al cambio de los tiempos.
Las mujeres del presente tienen la palabra, el único peligro está representado por aquellos seres incompletos en su desarrollo humano, que con serias fallas en su madurez psicoafectiva buscan la oportunidad de confundir al lícito feminismo para tratar de involucrarlo en una lucha con sentido revanchista, de agresión, o intento de separación, o al menos desplazamiento del hombre como pareja natural. Tengo la confianza que ellas son parte de un fenómeno humano de transformación y que, como entes mal conformadas, desaparecerán gracias al efecto de las propias leyes de selección natural. ¿Usted ya felicitó a las mujeres que le rodean? darwich@ual.mx