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Letizia y Felipe/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

La legitimidad de una monarquía “no

pertenece al orden de lo democrático

racional y... por ello resulta quizá más

sólida en una crisis que la legitimidad

política moderna”. Philippe Levaux

España no acaba todavía de recuperarse del dolor de los atentados del 11 de marzo, pero mañana festejará con alegría la boda del príncipe Felipe con Letizia Ortiz Rocasolano. La vida es así: las ocasiones de tristeza se intercalan con momentos festivos. Las bodas, los bautizos y los funerales han sido desde siempre los lazos de unión de las familias y de las naciones.

Para España, sin embargo, esta boda representa algo adicional: la renovación de la monarquía. Parece incongruente que un nieto de la República Española, como yo, festeje este hecho, pero sería miope no reconocer los beneficios que la monarquía parlamentaria le ha traído a España.

No hay duda que el personaje clave en la transición española a la democracia fue Juan Carlos de Borbón. Francisco Franco lo educó para reinar a la vieja usanza y le heredó leyes que le hubieran permitido ser un monarca de plenos poderes. Sin embargo, en un tiempo muy corto —en los poco más de tres años que transcurrieron desde la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 hasta la promulgación de la Constitución el 27 de diciembre de 1978— Juan Carlos impulsó la construcción de una monarquía parlamentaria “que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político”. (Artículo primero de la Constitución española).

Quizá una república habría logrado también la construcción de un Estado moderno en España, pero le habría costado mucho más trabajo. Las fuerzas del viejo régimen y el Ejército habrían opuesto una enorme resistencia a la democratización cabal, que incluyó la legalización del odiado Partido Comunista. Sólo el respeto que los tradicionalistas le tenían al Rey permitió esta rápida transformación. Por eso también fue crucial la intervención de Juan Carlos I para detener el intento de golpe de Estado encabezado por el coronel Antonio Tejero el 23 de febrero de 1981. Sólo el Rey tenía la autoridad para impedir que las fuerzas armadas se unieran a una rebelión en contra de un Gobierno que -sentían— violaba los principios por los que Franco, el “Caudillo de España”, había luchado.

La boda de Letizia y Felipe, el príncipe de Asturias y heredero de la corona, constituye una renovación de esta monarquía que, si bien tiene raíces que se adentran en la historia española, se inició apenas en 1975. El Príncipe, que hoy cuenta con 36 años de edad, deberá convertirse con el tiempo en el rey Felipe VI de España.

Los cuestionamientos a un sistema que hace que un hombre se convierta en jefe de Estado por simple accidente de nacimiento siguen siendo válidos. La monarquía no es, ciertamente, un régimen ideal. Pero basta ver las expresiones de alegría de los españoles ante la boda de Letizia y Felipe para entender que la monarquía tiene, cuando menos en este momento, un amplio respaldo popular.

Hay una gran ventaja en depositar la jefatura de Gobierno en un político mientras se encarga la del Estado a alguien a quien se considera por arriba de la política. Adolfo Suárez encabezó el Gobierno español durante el complejo período de la transición. Sin embargo, después de haber logrado lo que parecía imposible, la construcción de la democracia en tres años, los electores lo echaron del Gobierno. Así es la política y es bueno que lo sea. Pero lo importante es que el rechazo electoral a Suárez nunca puso en riesgo la democracia.

En contraste, el problema de mezclar las figuras de jefe de Estado y de Gobierno lo vemos actualmente en nuestro país. En el deteriorado ambiente político que hoy prevalece en México, el Presidente de la República no ha podido sustraerse del amargo juego de acusaciones y contraacusaciones políticas. Esto es inevitable, porque el Presidente es un protagonista crucial en las disputas políticas, pero no deja de hacerle daño al Estado.

La separación española entre un Rey que no se involucra en política y un jefe de Gobierno que por definición es político permite que las disputas de la vida pública se diriman sin afectar la dignidad de la cabeza del Estado. Y esto es muy importante para una España cuya unidad está amenazada por las corrientes centrífugas de sus regiones.

La plebeya

Una reflexión final sobre la boda real. Felipe ha escogido como esposa no sólo a una plebeya sino a una mujer divorciada e inteligente que ha trabajado desde siempre para ganarse la vida. Está rompiendo así con las viejas tradiciones de la realeza. Pero en ese mismo gesto puede encontrarse el sustento que le dé a la monarquía española el vigor para sobrevivir en este siglo XXI.

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sergiosarmiento@todito.com

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