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Libre como el viento/Plaza Pública

Miguel Ángel Granados Chapa

El ataque inicial ocurrió el primero de marzo de 1987. Con una ametralladora Uzi se lanzó una andanada contra la casa donde se editaba, desde siete años atrás, el semanario Zeta. El ataque ocurrió en la madrugada, cuando no había nadie en el domicilio. “El que lo hizo sólo vino a dar un susto”, dijo a Jesús Blancornelas, en ese momento uno de los dos directores del semanario, un amigo policía. El dictamen incluyó también una profecía cumplida: no habría investigación ministerial, “no les conviene”, “este trabajo es de gente grande y más vale no meterse con ellos”.

Al año siguiente de la intimidación se pasó al asesinato. El 20 de abril de 1988 tres matones balearon a Héctor Félix Miranda, apodado El Gato, uno de los dos directores de Zeta. Fue difícil lograr que la indagación judicial prosperara. Pero el impulso que el propio periódico dio a la investigación impidió que el crimen quedara impune: fueron detenidos y sentenciados Antonio Vera Palestina y Victoriano Medina (y el tercer hombre sería después ejecutado, quizá para silenciarlo). Vera Palestina había sido agente policíaco en la ciudad de México, destinado más tarde a la escolta del regente capitalino, Carlos Hank González. Tan fielmente le sirvió que cuando Jorge Hank Rohn eligió vivir en Tijuana, su padre comisionó a Vera Palestina para que guardara las espaldas del alocado muchacho que se instalaba en la frontera para sentar cabeza. Al mismo tiempo que servía en su escolta, Vera Palestina era jefe de seguridad del hipódromo. Controlaba el armero del establecimiento y de allí tomó la escopeta con que fue ultimado El Gato, que desde su columna periodística había mostrado oscilaciones de afecto y desafecto con Hank Rohn. Por eso, desde hace más de 16 años el semanario Zeta pregunta al ahora candidato a alcalde de Tijuana por qué sus guaruras asesinaron a El Gato.

El 27 de noviembre de 1997 Blancornelas mismo quedó en la mira de tiradores expertos. Por poco lo matan. Lo hirieron de gravedad, con cuatro certeros balazos y sus lesiones y fracturas demoraron meses en sanar. Su chofer, un agente judicial responsabilizado de su seguridad, Luis Valero Elizaldi, recibió 38 impactos de bala y garantizó con la suya la vida del periodista. Ese día actuaba a solas. Sus compañeros de la escolta se ausentaron esa mañana. Desde entonces, entre diez y 13 miembros del Ejército cuidan permanentemente de Blancornelas.

También los coeditores de Zeta están protegidos por agentes de corporaciones públicas. Pero sólo cuando están en funciones, no cuando descansan. Francisco Xavier Ortiz Franco estaba por comenzar vacaciones con sus hijos, de ocho y diez años, que el martes lo acompañaron a recibir terapia, porque lo afectaba desde días atrás una afasia. Quizá sufrió amenazas y padeció el nerviosismo de quien sabe, porque estaba con Blancornelas desde el principio, desde el diario ABC, que los riesgos derivados de la actividad de su periódico son ciertos. Y quizá los sabía también inminentes, de nuevo. Como a El Gato, como a Blancornelas, le dispararon cuando se hallaba en el interior de su automóvil.

Guanajuatense de 50 años de edad, radicado en Tijuana desde muchacho, se graduó de abogado en la Universidad Autónoma de Baja California. Pero eligió ser periodista. Y en Zeta era el editor más antiguo. Con el resto del equipo directivo (Blancornelas mismo, Adela Navarro Bello y Héctor Javier González Delgado) Ortiz Franco fue autor de El tiempo pasa. De Lomas Taurinas a Los Pinos, cuya primera edición se terminó de imprimir en octubre de 1997. Un mes más tarde, cuando Blancornelas fue puesto al borde de la muerte, los tres editores “no solamente realizaron una serie de excelentes investigaciones sobre el ataque, sino que editaron varios números que se agotaron”. Ortiz Franco, Navarro Bello y González Delgado, con los hijos de Blancornelas “lo hicieron mejor que si yo hubiera estado”, dijo el propio director de Zeta cuando se restableció.

Ortiz Franco escribía la columna “Para empezar”, que aun cuando ostentaba su firma era en realidad el editorial del semanario. Así confiaba en su criterio el consejo de redacción. Por ejemplo, en abril pasado dijo que Aldo Espinosa Espinosa, el joven director de la Policía Estatal Preventiva “demostró que no es la persona indicada para encabezar esa importante corporación policíaca. Que es un peligro para la sociedad que ande por ahí, ebrio y armado con una pistola, con el poder que le da el cargo”. Y como quiera que el gobernador Eugenio Elorduy prefirió proteger a su jefe policíaco, Ortiz Franco concluyó: “Con ello parece confirmarse un mundo al revés, donde quien está obligado a aplicar la Ley encubre a un infractor y un jefe policíaco encargado de aliviar la inseguridad, contribuye a ella”.

En días recientes, Ortiz Franco había revisado el expediente abierto por el asesinato de El Gato Félix Miranda. En octubre pasado el comité de libertad de expresión de la Sociedad Interamericana de Prensa consiguió del Gobierno de Baja California una revisión de aquel sumario y designó a Ortiz Franco su representante directo para examinar las averiguaciones y el proceso, a partir del 13 de mayo. Por entonces el autor de los editoriales explicó la razón ética para no admitir la propaganda pagada que el candidato priista quería insertar en el semanario: sería como aceptar a Mario Aburto como orador en un acto del PRI.

Desde 1980 y contra el poder ilegal, de narcos o políticos, Zeta es “libre como el viento”.

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