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¿Líder religioso o jefe de una nación sojuzgada?

Federico Reyes Heroles

La diplomacia del régimen del presidente Fox llega a una nueva encrucijada. Pragmatismo o doctrina, defensa a cualquier costo de los derechos humanos o silencios selectivos. La historia es larga. Siddharta Gautama, Buda, predicó su doctrina hace más de 25 siglos. El ser humano visto en una cadena, en una eterna búsqueda de equilibrio interno y externo, de paz. El deseo y sus consecuencias son parte central de este pensamiento religioso. El canon del mítico personaje se escribió en el primer siglo de nuestra era. Unos 500 monjes se encargaron de su diseminación. Su persecución comenzó en la India. Es apenas el comienzo.

Las divisiones entre los monjes originales fueron múltiples como diversas fueron las versiones que llegaron Sri Lanka, Birmania, Siam, Kampuchea, allí con predominio de los monjes theravada. Los bodhisattvas que fueron a China, Corea, Japón, Mongolia y el Tíbet asentaron parte de su doctrina en el culto a los encargados de la misión. Centrado en la igualdad de todos los hombres y en la liberación de los sufrimientos, el budismo se convirtió en el punto de encuentro de diferentes movimientos nacionalistas. Fue esa persecución la que dio vida al Tíbet. Acosados por los hunos, los musulmanes y los mongoles entre otros, un pequeño grupo de monjes encontró refugio en una de las zonas más aisladas y bellas del planeta: una planicie altísima, más de 4,500 metros, rodeada de fantásticas cadenas montañosas. El aislamiento geográfico, sumado al ánimo de ensimismamiento, de recogimiento, dieron vida a una expresión humana única -¿todas lo son?-: una nación unificada por medio del budismo, de gran homogeneidad étnica, lingüística y religiosa, que situó a la espiritualidad al centro mismo de su jerarquía de valores. Así nace Tíbet alrededor del siglo III de nuestra era.

Shangri-La es la expresión usada para referirse al lugar mítico, casi celestial, de encuentro con la paz. Muchos lo han ubicado precisamente en el Tíbet. De allí construyó James Hilton su celebre novela “Horizontes Perdidos”. Asentado en el “techo de Asia” al Tíbet se le ha mirado como capital espiritual, zona sagrada de millones. No todo era el edén en el Tíbet. Una división feudal en castas situaba a 80 por ciento como campesinos debajo de un 20 por ciento de nobles religiosos. El clero budista era el dueño de las grandes extensiones de tierra. La libertad religiosa no existía. Así, aislados, injustos, teocráticos, premodernos pero espirituales se conservaron como nación independiente hasta 1950. Fue entonces cuando Mao Tse Tung, habiendo vencido a los nacionalistas, decidió invadir militarmente. Dos concepciones del mundo se enfrentaron. Los comunistas no concibieron otra opción que arrasar con esa sociedad desigual e injusta. Desde entonces se desató una de las más atroces historias de violaciones a los derechos humanos: desapariciones forzadas, prohibiciones religiosas, persecuciones. La censura total llegó al grado de que simplemente leer doctrina o discursos de su guía espiritual es motivo de persecución. Tíbet se convirtió en el terrible ejemplo del ateísmo implantado por un régimen dictatorial, en este caso comunista. La Unión Soviética tuvo sus propias historias. Todo eso simboliza ese puñado de seres humanos.

La zona ha sido vetada a la visita de observadores de los derechos humanos, salvo excepciones, por lo cual la información de las atrocidades, como la destrucción de templos y encarcelamiento de cientos de monjes, ha sido siempre una parcialidad de lo que ocurre. Sobra decir que las acciones de los gobernantes chinos invocando la unidad amenazada incluyeron una repoblación forzada del área que ha minado la unión ancestral al grado de convertir a los Tibetanos en minoría (alrededor de 40 por ciento de la población total ya con predominio chino). La estrategia del “ateísmo civilizador” ha sido el escudo formal para una persecución sin tregua de miles de disidentes. A la par las siempre misteriosas riquezas de la zona, petróleo, gas y minerales, son hoy ya botín Chino.

Medio siglo de atrocidades se concentran en la figura del Dalai Lama. Su peregrinación, en parte religiosa, en parte política, ha provocado los odios del gobierno chino que por cualquier medio quiere reducirlo a su mínima expresión. ¿Por qué? De acuerdo con Todd Johnson el budismo en el mundo representa alrededor del 5.7 por ciento del total de creyentes declarados (este país # 134, mayo 2002). La tendencia declina suavemente. Pero el budismo está muy dividido. El Dalai Lama no representa la cabeza de una gran religión. Se calcula que en el propio Tíbet sólo alrededor de seis millones siguen la doctrina. El Dalai Lama podría ser mirado entonces como una estrella en descenso. Pero ese individuo y el trato que a él se de, representan un termómetro de hasta dónde están los países dispuestos a ir en la defensa de una convicción.

Los tiempos han cambiado, la correlación internacional de fuerzas reales también. Era fácil y vistoso defender la causa del Tíbet cuando China vivía cerrada al mundo. Hoy se trata de una creciente potencia económica con la cual todo mundo quiere comerciar y de la cual todos quieren defenderse. Esa situación de fortaleza hace de la prueba de ahora algo aún más valioso. Si China va a ser en pocos años una de las grandes potencias económicas, si su presencia se transforma cotidianamente en preeminencia, si es y será en todo caso un miembro permanente del Consejo de Seguridad, si por número de efectivos y armamento China es ya sin duda una gran fuerza militar, a todos conviene que las definiciones básicas de ese estado nación se ciñan a los cánones de respeto a la libertad de creencia y a las minorías étnicas y culturales.

Para variar el Gobierno mexicano presenta posturas encontradas. La presidencia ha declarado que al mandatario mexicano le será “imposible” recibir al Dalai Lama. Por su parte Gobernación y la señora Fox promueven un encuentro con el líder religioso. Desean sólo los beneficios: la bendición religiosa sin tratar con el representante político de una nación perseguida. Es una actitud éticamente acomodaticia. El Dalai Lama representa ambos mundos. Hay una tradición que cumplir que viene de la ruptura con el régimen de Franco y las relaciones con la República en el exilio, que pasa por el caso Pinochet y llega a Cuba, entre otros. Salinas lo recibió. Si México está de verdad comprometido con la causa de los derechos humanos debe escuchar a los disidentes, sean de dónde sean, sin hacer cálculos, ni concesiones. Cómo nos hubiera ido con el vecino del norte. A la par, cualquiera debe poder visitar a los disidentes mexicanos, el Ejército Zapatista por ejemplo. Permitir que el gigante amenace con el comercio para poder seguir pisoteando, es un precedente que todos podemos pagar caro. Hoy por ti mañana por mí. La congruencia tiene sus costos, pero también paga. Allí esta Irak. Algo queda claro, sin principios nunca llegaremos a Shangri-La.

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