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Llegan menos paisanos

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CASABLANCA, ZACATECAS.- “No deja de venir raza, pero ya no es como antes. La mayoría se llevó a su familia y se están quedando allá, en el otro lado”, dice Alfredo González Coronado, zacatecano de origen y desde 1979 también ciudadano estadounidense, al hablar sobre el retorno de los paisanos en las fiestas decembrinas.

Y es que, añade Fermín Becerra, algunos mojarras (indocumentados) tienen miedo de regresar aquí y luego ya no poder ingresar a Estados Unidos, además de que otros no juntan el dinero suficiente para pagarle al pollero o coyote.

Antes aquí era una fiesta, retornaban muchos desde los primeros días de diciembre para cantarle Las Mañanitas a la Virgen de Guadalupe, recuerda.

Acorde con estos paisanos, Fernando Robledo Martínez, director del Instituto Estatal de Migración (IEM), precisa los factores centrales que han modificado el patrón de retorno de quienes laboran al otro lado del Río Bravo: 1) La legalización de migrantes a raíz de la Ley Simpson-Rodino de 1986; 2) la reunificación de familias a partir de 1996; 3) el incremento de la vigilancia fronteriza tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y otras ciudades estadounidenses, y que ha afectado a la “nueva generación de indocumentados”; 4) por último, aunque no menos importante, el miedo a la extorsión de autoridades mexicanas durante el regreso a sus comunidades de origen.

Pero insiste: “El incentivo fundamental del regreso era ver a la familia, pero las esposas e hijos se han ido integrando con ellos, situación que ha metido en una dinámica diferente el reflujo temporal de migrantes a sus comunidades”.

Y de la modificación a este reflujo de paisanos dan cuenta los mojados , ex braceros, residentes legales y uno que otro zacatecanoestadounidense que por estas fechas arriban a Casablanca, comunidad localizada en el Municipio de Guadalupe, a 50 kilómetros al sur de la ciudad de Zacatecas.

La mayoría permanece aquí por dos o tres meses en labores del campo y el resto del año en Oklahoma City, ganándose la vida como pintores, traileros, “yarderos” (jardineros) o en la construcción.

Casablanca, recuerda Rubén Almader, fue una zona de migrantes contratados dentro del programa Bracero en la década de los 50. “Nuestros abuelos y padres fueron llevados a los campos de Caléxico, California”.

Dice que todavía hace 25 años habitaban aquí tres mil personas; hoy la cifra apenas llega a 500, pues familias completas han emigrado. Los “arreglados” (con papeles) y los mojarras inician el regreso a su tierra natal a partir de la primera semana de diciembre.

Después, los primeros retornan a Estados Unidos entre las dos primeras semanas de enero y los mojados a partir de febrero, agrega Almader, líder social en esta comunidad, reportero gráfico de profesión y a quien “nomás no” le gustó la vida en la Unión Americana.

Hace una década, evoca Rogelio Pérez (un mojado con 20 años de experiencia en eso de entrar y salir de Estados Unidos, y quien ya ni se acuerda de cuántas veces lo ha agarrado “la migra”), para las fiestas de diciembre llegaban más de mil personas; ahora, estima Rubén Almader, retornan cuando mucho 150, entre indocumentados y legales.

Y un puñado de ellos está reunido, a mediados de diciembre, en el billar y en la cancha de bola de rebote que tiene acá Alfredo González Coronado, negocio que atiende sólo cuatro meses, pues el resto trabaja en una oficina promotora de vivienda en Washington y Minnesota, donde gana 10.50 dólares por hora, con jornadas de 12 horas.

“Nomás que se quite el frío, nos regresamos al otro lado”, dice Alfredo, mientras las calles de Casablanca lucen, en efecto, sin mucho movimiento.

Mientras los jugadores de rebote buscan el triunfo, entre discretas apuestas de los paisanos, Fermín Becerra, de 60 años de edad, un “aburrido del norte”, dice que los nuevos indocumentados prefieren no arriesgarse y se quedan en Estados Unidos, aparte que si retornan deben pagar al pollero entre mil 500 y dos mil dólares.

Los que se arriesgan, como el mojarra Felipe Ledesma, con ocho años de experiencia, de aquí a febrero buscarán algún “jale” (trabajo) por acá, para después “dar el brinco, pues no hay de otra”.

Y para que no haya duda de porqué dejan Casablanca, Rogelio Pérez pone ejemplos y saca sus cuentas: “Si allá trabajas seis meses, con eso tendrías para vivir acá dos años. Allá hay gente que gana tres mil dólares en tres meses, mientras acá sacan, si bien les va porque siempre acabas poniéndole, 12 mil pesos por trabajar durante todo el ciclo agrícola”.

Rubén Almader, con un dejo de nostalgia, también hace números: antes regresaban mis siete hermanos, ahora sólo viene el mayor, José, quien radica en Houston y ya es ciudadano estadounidense. “Él viene por tradición”, dice.

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