El Partido Revolucionario Institucional cumple hoy 75 años de existencia. En otros años, bajo incondicionales auspicios económicos, sociales y una ciudadanía acrítica y despolitizada la celebración hubiera sido de carácter nacional y quizás faraónica.
Hoy los tiempos no son propicios al gozo del PRI y su conmemoración de diamante no va a ser una gala. El cambio social y político demanda que antes de sonar las trompetas preceda un somero análisis sobre la vigencia actual del partido y la del futuro: ¿Llegará el PRI a los cien años?...
En aquel cuatro de marzo de 1929, la fundación del Partido Nacional Revolucionario resultó una noticia refrescante y esperanzadora. Los años veinte se habían consumido en algaradas y baños de sangre provocados por ambiciosos caudillos militares que exigían un reconocimiento a su participación en los procesos revolucionarios de 1910 y 1913; mas no virtual, sino expreso y concreto, constante y sonante, así en poder como en dinero, a través de cargos públicos federales, estatales y municipales; además de la consabida designación en comandancias de regiones y zonas militares.
Las rijosidades políticas preocupaban al presidente Elías Calles, que gobernó del 1924 al 1928, año del asesinato de Álvaro Obregón, ocurrido el 17 de julio. Calles sentía inminentes los conflictos y por eso fue que un mes y medio después, el primero de septiembre de ese mismo año, soñó en voz alta ante el Congreso de la Unión: “Este templo de la Ley parecerá más augusto y ha de satisfacer mejor las necesidades nacionales, cuando estén representadas en estos escaños todas las tendencias y todos los intereses legítimos del país”.
También propuso “la formación de reales partidos nacionales orgánicos que permitan pasar de un sistema más o menos velado de Gobierno de caudillos a un más franco régimen de instituciones”.
Así pues, a fines del mes de diciembre de ese año se urdió en la casa del ingeniero Luis L. León la formación del Partido Nacional Revolucionario “para acabar con la desunión de la familia revolucionaria”. Allí se designó al comité organizador, presidido por el propio Calles, en el cual participaron Manuel Pérez Treviño, Aarón Sáenz, Bartolomé García, Manlio Fabio Altamirano, David C. Orozco, Basilio Badillo y Luis L. León, en calidad de presidente. El nuevo partido político se proponía luchar políticamente “por la libertad del sufragio y el triunfo de la mayoría en las elecciones”.
Ideológicamente el organismo electoral perseguiría el pleno cumplimiento de los artículos 27 y 123 de la Constitución para proteger a los campesinos y a los obreros como “importantes factores sociales de la colectividad mexicana” y se consideraba fundamental la lucha de clases y el cumplimiento de las leyes como garantía de los derechos del proletariado. La colectividad estaba sobre los intereses privados o individuales por lo cual buscaría “fortalecer a las industrias basadas en los capitales mexicanos o extranjeros que se encontrasen totalmente en México”.
Además organizaría a los pequeños industriales para “colocarlos en posición de defensa frente a la competencia de la gran industria”. Más tarde Emilio Portes Gil, calificado como un “rojo” al ser electo presidente del PNR, definió a éste como “un órgano de agitación y defensa del Gobierno”.
Lo cierto es que en materia ideológica aquella naciente organización política iba a crecer sin consistencia, sujeta siempre al interés transitorio de cada momento histórico.
A partir de 1934, ya en el Gobierno de Lázaro Cárdenas, hubo sucesos que parecían conducir al país hacia un régimen comunista: Huelgas, expropiaciones, reparto de tierra, intentos de ideologizar la educación pública, etc; aunque más tarde, el color rojo de aquel partido sufriría consecutivas decoloraciones conforme se daban los cambios de personajes en la Presidencia de la República.
En 1938, ante la inminencia de una nueva elección presidencial, el PNR cambió su denominación y embozó su proyecto ideológico: Se llamaría Partido de la Revolución Mexicana; su lema sería “Por una democracia de trabajadores”; aceptaría la existencia de la lucha de clases “como fenómeno inherente al régimen capitalista de producción” y más tarde, conforme surgieron y se resolvieron diversos conflictos, entre ellos la elección presidencial de 1940, el recién nacido PRM decidió dejar a un lado la terminología comunista; el recién electo presidente, Manuel Avila Camacho, se declaró demócrata creyente y sacó al Ejército de las filas del partido; sin embargo la verdadera metamorfosis del partido oficial se dio en su re-creación de 1946, bajo el nombre de Partido Revolucionario Institucional, para ser mensajero y promotor de un proyecto nacional de derecha que iniciaría Miguel Alemán Valdés.
Los estudiosos de la ciencia política coinciden en catalogar la existencia del PRI como un singular fenómeno político mundial. Por más de 70 años mantuvo su hegemonía en el poder político del país, desde los poderes federales y estatales hasta el más modesto Ayuntamiento de la República. Admirado por Kennedy, Adeauer y De Gaulle, los grandes estadistas de la post guerra, el PRI aglutinó la voluntad y el esfuerzo de los mexicanos en torno a su programa de justicia social y aportó dicha unidad de voluntades para respaldar el esfuerzo de los Gobiernos revolucionarios en favor del progreso de México.
Nuestro país creció, nuestras instituciones se desarrollaron y las nuevas generaciones, cuyos estudios patrocinó el pueblo con sus impuestos, empezaron a tomar las riendas del país sin volver la vista al pasado; sólo desoyeron el mensaje de la historia y se adaptaron extralógicamente a la moda globalizadora que recorría el mundo entero.
El 75 aniversario del PRI será celebrado hoy, en Puebla, ante una multitud; pero nos preguntamos, como al inicio de estas líneas, cuál podrá ser el concepto ideológico y social que campee en la celebración, si es que exista alguno y con qué ánimo recibirá el pueblo de México el discurso de su nueva dirigencia nacional. ¿Renovada esperanza o nueva frustración? La pregunta sigue: ¿Podrá llegar el PRI a su centésimo aniversario?...