A principios del mes pasado, El Siglo de Torreón publicó un reportaje sobre la situación de marginación presente en la República Mexicana, entidad por entidad. Lo que ahí queda plasmado nos debe mover a reflexión. No sólo para entender lo que hemos hecho mal; sino también y sobre todo, para saber cómo encarar el futuro. Al respecto realicé un comentario radiofónico, sobre el que me han pedido me extienda. Y creo que sí, que hay algunas cosas en ese estudio que vale la pena tratar de manera más extensa. Especialmente, por las relaciones peligrosas que de ahí se pueden colegir.
Cabe hacer notar que el concepto de “marginación” es de reciente prosapia. Nadie se levantó en armas durante la Revolución con el grito de “Desmarginación y libertad”. El término mismo resulta medio chocarrero: los marginados se hallan, uno ha de suponer, al margen; o sea, afuerita de donde se escriben las cosas. Sin embargo, se supone que hay niveles, que se calculan por métodos cuantitativos (ingreso mensual promedio) y cualitativos (acceso a vías de comunicación y transporte). No se crean, eso de calcular dónde termina la pobreza y dónde empieza la miseria tiene sus bemoles. Quizá por ello nuestra clase política parece empeñada en hacer de este un país todo de miserables.
Para el estudio de marras el Consejo Nacional de Población dividió a las entidades de la federación de acuerdo a cinco niveles de marginación, que van del Muy Bajo (esto es, donde la población marginada es escasa) hasta Muy Alto (o sea, en donde una gran cantidad de los habitantes son marginados). Resulta por demás interesante ver la distribución geográfica de la miseria.
Hay cuatro entidades con niveles muy bajos de marginación, o sea, las que en teoría tienen poblaciones relativamente prósperas; o en donde, en todo caso, los marginados representan un porcentaje pequeño de la ciudadanía. De ellas, tres son norteñas: Baja California, Coahuila y Nuevo León. La otra es el DF, a donde van a dar los impuestos de todos lados, al parecer nada más para que los funcionarios de Lopejobradó se den sus vueltas a Las Vegas o se llenen las bolsas del saco con billetes verdes.
Cuando pasamos al siguiente nivel, al de bajo índice de marginación, se completa el Norte: ahí están Baja California Sur, Sonora, Chihuahua y Tamaulipas, entre otros con mucha mayor población e históricamente repletos de recursos, como Jalisco y el Estado de México.
Durango aparece en el siguiente escalón, con un grado medio de marginación. Tomando en cuenta los gobiernos que ha tenido el último cuarto de siglo, lo raro es que no haya quedado en niveles francamente africanos.
Con niveles altos de marginación hallamos a buena parte del sureste y centro de la República, incluyendo expulsores tradicionales de emigrantes, como Zacatecas, Puebla y Michoacán.
En el fondo de la tabla de porcentaje, las entidades con niveles muy altos de marginación resultan ser los sospechosos de siempre, el profundo Sur: Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Hidalgo y Veracruz.
Por supuesto, la división entre el Norte próspero y el Sur miserable tiene ya buen rato de existir y empezó a gestarse en el Porfiriato. Las explicaciones para este fenómeno son variadas. Algunos señalan la vinculación casi orgánica que desde entonces la frontera ha tenido con los Estados Unidos (de lo que se enteraron al sur del Trópico de Cáncer hace apenas diez años, con el TLC). Y claro, encarrilarse con la economía predominante a lo largo del Siglo XX, no sólo suele resultar benéfico (sobre todo para ciertos sectores), sino que deja una huella perdurable.
A ello se ha de sumar, dicen los postulantes de esta explicación, una atmósfera social de laboriosidad, independencia y resistencia; que a su vez son producto de la hostilidad del clima y el suelo, el perpetuo olvido del Gobierno Central y la Guerra Apache.
Otros señalan el hecho de que muchos de nosotros los norteños somos descendientes de emigrantes (foráneos o nacionales, en realidad no resulta tan importante en este contexto), que por serlo dejaron atrás atavismos y prejuicios que siguen lastrando, con sus tradicionales usos y costumbres, a otras regiones del país (o del mundo, si a ésas vamos).
Para otros, resulta evidente que la diferencia Norte-Sur se debe a culturas de trabajo, empresariales y hasta políticas muy diferentes entre ambos ámbitos. Y que una concepción moderna del mundo (agringada, dirían en el centro y el sur) es lo que ha hecho al Norte una zona más desarrollada que aquélla tradicionalmente más densamente poblada… y más reacia a la modernización. Siguiendo esa línea de pensamiento, conozco varios especímenes nortenses que se regodean diciendo que los sureños se merecen su suerte por holgazanes, atenidos, nacionalistas trasnochados, señoritos, tradicionalistas, comodinos y americanistas. El mito (que al parecer ya tiene una existencia centenaria) es que como los de acá trabajamos más y más duro que los de allá, por eso nos va mejor. La verdad, el argumento no me parece muy convincente, teniendo en cuenta la peculiar laboriosidad de algunos coterráneos nuestros, que deberían portar una camiseta que diga: “¡Un guerrero nunca muere… y mucho menos trabaja!”. Digo, no nos hagamos…
Ahora bien, como México no hay dos: hay veinte. En muchas partes del mundo se presenta esta división intranacional Norte próspero-Sur atrasado. Y también se da el fenómeno de que los prósperos tildan de flojonazos y chupasangre a los no tan desarrollados.
Uno de los conflictos que hizo tan cruel la Guerra de Secesión americana era el mutuo desprecio que sentían los dos bandos: los sureños consideraban a los del Norte unos completos patanes, palurdos que no sabían ni bañarse y que por tanto primero debían civilizarse antes de andar diciéndole a Dixie qué hacer. Por su parte, para los norteños los del Sur eran una punta de señoritingos parásitos, que sin sus esclavos se morirían de hambre y que por hacerle al señor feudal ni se habían enterado de la Revolución Industrial (que fue lo que terminó derrotando a la Confederación: está en chino hacer cañones y ferrocarriles con algodón y tabaco… lo que le dice Clark Gable a sus anfitriones en “Lo que el Viento se Llevó” (1939). En lo que todos se hallaban de acuerdo era en que las sureñas estaban buenísimas.
En Italia, el norte industrial y moderno ha desconfiado tradicionalmente del centro y sur de la península, usualmente mucho más atrasados. De hecho en años recientes hubo un partido, la Liga Lombarda, que proponía la secesión del Norte, con el argumento de que el Sur vivía de los nortenses y había que dejar que se pudriera en su propia salsa. Haciendo a un lado esos extremos, desde el punto de vista norteño, de Florencia para abajo la población consiste, en orden de aparición, de: romanos decadentes y aptos sólo para cobrar impuestos; napolitanos ociosos dedicados a las delicias de Capua, en fiaca perpetua; calabreses buenos para el cuchillo y la extorsión; tarantinos hábiles para bailar la tarantela y párenle de contar y sicilianos mafiosos. Total, que el Norte jalador mantiene a los bolsudos de Sur. Los sureños ítalos, a su vez, consideran prepotentes y payasos a los norteños, especialmente a los piamonteses, de los que dicen que se sienten divinos nada más por tener al AC Milán, el Inter, la Juve y el Torino (¡Nada más!). En lo que todos concuerdan y me uno a su apreciación, es en que las sicilianas están buenísimas.
En España, cómo no, asturianos, vizcaínos y catalanes tienen una noción semejante: que Madrid vive de chupar sus impuestos y que Andalucía y Murcia se la pasan en el gozo, bailando fandangos y bulerías, entregados a los cantes jondos y muy contentos de ser vecinos de Marruecos. Por supuesto, como buenos hispanos, no se pueden poner de acuerdo entre ellos; pero mi muy personal y objetiva opinión es que madrileñas y andaluzas están buenísimas.
En Francia se da un fenómeno algo diferente: allí los parisinos, los ocho millones de ellos, se sienten la última TKT fría del Oxxo a las 8:59 PM. Imagínese, amigo lector, mientras un escalofrío le recorre la espalda, la especie constituida por un chilango francés: el Terminator y Alien hibridados con Coco Chanel y De Gaulle. Para los parisinos, el resto del país (bueno, de la humanidad) es despreciable… pero especialmente el Sur: los marselleses tienen fama de ser todos (¡todos!) unos delincuentes. Claro, que Marsella sea la ciudad más peligrosa de Europa no ayuda mucho a la percepción capitalina. El Sur a su vez se ríe de París, burlándose de su esnobismo y sangre pesada. En lo que todos están de acuerdo es en que cualquier mujer ajena, así sea una escoba con faldas y le falte un ojo, está buenísima.
Volviendo a México, sea cual sea la explicación que se dé para esta brecha (que se ha ido ensanchando año con año), resulta evidente que el Norte se ha modernizado y progresado mucho más rápido que el resto del país. El DF se cuece aparte, sencillamente por el peso específico que esa entidad monstruosa tiene en nuestra historia. Digo, México es el único país que tiene nombre de ciudad…
Y esa realidad fehaciente la hemos de remitir a esa extraña carrera que ya se inició hacia Los Pinos y el 2006… como si nuestra clase política pudiera estar segura, al paso que vamos, de que quedará un país qué gobernar dentro de dos años.
Aquí la cuestión es que muchos de los que quieren regir los destinos de México, decirnos cómo hacerle, son los que han estado a cargo de las entidades más premodernas y atrasadas. Cuauhtémoc Cárdenas gobernó Michoacán, Roberto Madrazo Tabasco, Manuel Bartlett Puebla. Las tres entidades tienen un nivel alto de marginación. José Murat en Oaxaca y Miguel Alemán en Veracruz gobiernan estados que se hallan en el mero sótano. A Lopejobradó no lo dejaron, pero es paisano de Madrazo. ¿Y ésos nos quieren dar lecciones? ¿Ésos son los que dicen saber cómo guiar a México? Quienes se la pasan lanzando consignas y señalando con dedo flamígero, debían terminar de electrificar sus estados y luego andar faroleándose. Murat primero debería alfabetizar a cientos de miles de oaxaqueños y luego presentarse como adalid de la patria. Así pues, ¿los líderes de la miseria le quieren enseñar no sólo al Norte, sino a todo el país, el camino?
¿Saben qué? No, gracias. Guárdense sus consejos. Ya bastante han hecho en sus estados. Y al menos a los norteños, déjennos en paz. Como que no hemos necesitado sus sabios consejos. Y por eso estamos como estamos. O sea, mucho mejor.
Consejo no pedido para sentirse norteñote aunque haya nacido en Tenosique: escuche “Chulas fronteras” del ya muy extrañado Lalo González, “Piporro”; lea “La frontera de cristal” (1995), de Carlos Fuentes y vea “Bajo California: el límite del tiempo” (1999), sólo para disfrutar los paisajes de esa maravilla que es nuestra península más desconocida. Ah y el miércoles en el Teatro Martínez habrá una mesa redonda sobre “El Código da Vinci”. La verdad, qué ocio y qué histeria. Pero bueno, yo voy a decir que me mandó Rosario Robles. Provecho.
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