“En todo amor hay algo
de humillante y risible”.
J. Iwaszkiewikz
¿Puede la víscera romántica de la que hablara Goethe, el corazón, jugarnos una mala pasada? ¿Será posible que una de las más sublimes emociones que conoce el hombre, el amor, se transforme en un grillete que nos ata a una esclavitud inquebrantable? ¿Cuántas grandezas sólo encuentran paternidad ahí? ¿Cuántas miserias humanas no se explican también justamente por esa energía sin dueño o amo, por ese peligroso deseo de estar con otro, de agradarlo, de complacerlo, de poseer y ser poseído? Enfermedad grandiosa, cautiverio deseado, fuente de fortaleza, vena abierta, debilidad entre las debilidades, el amor es de cuidado. Hurto el título de un inolvidable texto de Sergio Fernández. Es ese gran misterio, el amor, el que puede conducir a una persona a entregar la vida misma por otro, pero también puede conducir a la degradación. Algo de irracionalidad merodea. Acto involuntario, el amor recibe tratamiento distinto según el idioma: en francés e inglés se cae en el amor: to fall in love, tomber amoureus. Las caídas nunca son deseadas. Algo hay de accidente. En alemán la preposición ver (sich verlieben) encierra algo en común con el exceso, con la locura. Los amantes son locos (Sabines dixit) si de verdad lo son. Por eso con frecuencia decimos en tono de guasa y no tanto, perdónalo o perdónala, es que está enamorado. Por eso el amor conlleva un tratamiento delicado. El secreto acompaña no sólo la gestación sino el cultivo mismo de esa pasión, de esa gran debilidad. Por amores terrenales se han perdido reinos. Emporios enteros se dilapidan cuando la pasión amorosa aparece. El amor es temible cuando invade ciertos territorios, la política uno de ellos. Dice Kundera que la literatura tiene vocación de complejidad. El amor es asunto muy complejo. ¿Será por eso que es un tema recurrente, obsesivo? Shakespeare es inevitable, pero la lista es infinita. Se me vienen a la mente El Ángel Azul, (el título original era El Profesor Basura) de Heinrich Mann, una notable novela en la cual un conocido maestro cae en manos de una artista, Rosa Fröhlich, (Rosa Alegre), que lo lleva a la humillación total. También está allí la espléndida novela de Elías Canetti Auto de Fe: un prestigiado filólogo, “Herr Professor Kien” cae presa de su doble debilidad: sus libros y el gran guardián de éstos, “Teresita”. Si alguna lección hay que desprender de ese asunto es que el amor y la racionalidad no se llevan. El amor inyecta una locuacidad que la política no soporta. Por eso los amores de los políticos son mercancía caliente que se guarda. Cada amor es una debilidad explotable. Por eso en política la división es tajante: la vida privada por un lado, la pública por otro. El primer interesado en ello es el propio político que sólo así logra protegerse de la voracidad del mundo público. El peor error que puede cometer un político es ventilar sus amores. Cada quién que haga con su vida emocional lo que quiera, eso si no afecta a terceros, peor aún cuando el tercero es un país. En ese momento el asunto es público. Vicente Fox ha cometido un terrible error, pensar que su amor por Marta Sahagún era una gloria pública. Viva la alternancia y nuestro amor con ella. Su debilidad, su flanco de irracionalidad, su grandiosa enfermedad se convirtió en orgullo. El asunto se complicó por un afán desmedido de protagonismo, una ambición sin límite que hoy se ha desnudado en precampaña. Su cónyuge aspira a la Presidencia, busca el poder desde el poder mismo. La violación a la ética del juego democrático descara la profundidad de la cultura autoritaria: qué de malo hay, se preguntan con ingenuidad candorosa y por momentos perversa, si queremos servir al país. Erigidos en jueces de la verdadera intención de servicio, como en los mejores tiempos del autoritarismo, ellos deciden cuándo si se vale sortear la Ley y los principios para imponer una voluntad. La irracionalidad amorosa se carcajea de México. ¿Hasta dónde está dispuesto Vicente Fox a enfrentar e incluso dividir a su partido? Por cierto, salvo excepciones en esto el silencio panista es complicidad. ¿De verdad acepta pasar a la historia no como el Presidente de la alternancia, sino como el primer “mandilón”? Ya es vox populi. ¿Por qué exponer al Estado Mayor Presidencial, un cuerpo militar de excelencia, incomprendido y maltratado en la opinión pública a una exhibición de contradicciones de pareja, de absurdos maritales? ¿Por qué dañar a la institución presidencial por los latidos amorosos de dos mexicanos? Lo que hemos visto en los últimos días es monstruoso: el Presidente convocando a un mensaje televisado a nivel nacional para defender a su esposa. ¿Qué es esto? Muchos pensaron que los opositores, por el simple hecho de haberlo sido, al llegar al poder estarían a salvo de los males que aquejaban frecuentemente a los políticos. Ellos eran distintos, no tocados por las pasiones mundanas de los priistas. Allí la infinita vanidad de pensarse seres divinos, semidioses. Hoy, después de haber inundado al país de ramplonería, de ambición burda e inocultable, no pueden admitir que traen el mismo veneno corriendo por su sangre. Lo peor de todo es su incapacidad para aceptar que la virulencia con la que los afecta la enfermedad no tiene precedente. Ellos, Fox y Marta Sahagún, si están pensando con ánimo reeleccionista. Ellos sí se miran como una dinastía. Me temo que ambos están pensando en el sexto año pero el inolvidable puede ser el séptimo y de allí para el real. Quede quien quede en el poder, tendrá que demoler la imagen de la “pareja presidencial”, incluso el propio PAN. Vicente Fox tuvo todo para pasar como un buen presidente. Eso ya no lo logró. Ni su (in)capacidad administrativa, ni la ingenuidad de sus proyectos —de verdad nos está convirtiendo en un país de changarros— ni sus frecuentes dislates serán a la larga el lastre mayor en el juicio histórico. De seguir las cosas como van los desfiguros de su corazón no le dejarán espacio a otras ponderaciones. Todas las acciones positivas del régimen, que las hay aunque no abundan, caerán en la sombra del descrédito de una amor capaz de explicar el ascenso a la presidencia y el descenso al cadalso de la burla. Se anuncia una masacre. Lástima por Vicente Fox; que su Dios guarde a la señora Marta. Pero sobre todo, qué culpa tienen los mexicanos de tanta desmesura.