Comentábamos el domingo pasado que la religión musulmana ha pasado a ser, para el Occidente cristiano, uno de los temas importantes de principios de siglo del que menos se sabe, especialmente por parte del gran público. Y por ello los sucesos que llevan la etiqueta de “islámico” a mucha gente le suenan al mismo tiempo ignotas, confusas y atemorizantes. De manera tal que, si queremos entender cabalmente nuestro pequeño mundo, debemos tratar de hincarle el diente al marco mental con el que funcionan no sólo los extremistas y fanáticos (la verdad, está más fácil comprender el presupuesto de Gil Díaz o el esquema de Lavolpe), sino el de la mayoría moderada del Islam… a la que durante tanto tiempo se ha tirado a Lucas en el mundo cristiano.
Decíamos también que debemos entender que el Islam ha tenido sus momentos de gloria y esplendor. Y por ello no estaban acostumbrados a que los cristianos los vieran como Dios ve a los conejos, chiquitos y orejones. De hecho, durante siglos la Europa cristiana fue la que estuvo amenazada con la invasión y el sometimiento. Recordemos que hubo una presencia musulmana en la Península Ibérica durante siete siglos y medio: todos los que llevamos sangre española tenemos por ahí un antepasado musulmán (y judío). Y los turcos llegaron a las puertas de Viena todavía a fines del siglo XVII. El sometimiento colonial de los territorios musulmanes, del norte de África a las Indias Orientales, es un fenómeno reciente, de los últimos dos siglos… que no ha sido digerido muy bien que digamos por pueblos orgullosos, acostumbrados a mandar y civilizar y no a ser mandados y comer hamburguesas.
Es esta influencia occidental la que los radicales islámicos ven como parte de una conjura cristiana, digna de Lopejobradó, destinada a socavar la Fe, someter a los fieles a los designios de Occidente y así facilitar el robarles no sólo el petróleo, sino también el alma. Desde ese punto de vista, los pantalones para mujeres, la música de rock y las películas de Jennifer López (ésas son un insulto para cualquier noción de cultura) son otros tantos atentados contra el Islam, destinados a minar sus bases morales.
Si a esa paranoia le añadimos la irresponsable, miope y paquidérmica política norteamericana en el Oriente Medio, de la Administración Carter para acá, (y que rusos y británicos tampoco cantaron mal las rancheras por esos lares), ya vemos por qué los musulmanes radicales andan como gatos escaldados.
El problema es que fueron ellos los que decidieron poner manos a la obra.
Desde la revolución iraní de 1978 han sido los radicales quienes parecen haber dictado la agenda de los pueblos islámicos. Los moderados han sido hechos a un lado, marginados y silenciados; a veces por la fuerza (como lo hacían con tanta eficiencia los Talibán), a veces por simple cobardía o pusilanimidad… dejando que los extremistas apocalípticos declaren guerras santas, atraigan jóvenes al suicidio ritual y proclamen que esa versión del Islam, tinta en sangre y rebosante de odio y violencia, es la verdadera. Mientras los fanáticos exaltan la muerte y el martirio (opción que sus líderes, por cierto, nunca toman… aunque se les llene la boca hablando de que derramarán hasta la última gota de su sangre), los líderes islámicos sensatos y decentes guardan silencio. Y cuando hablan, lo hacen con toda la entereza y dignidad con que una atleta olímpica mexicana explica su 47º lugar debido a que ésa “no era su prueba” y además había sido entrenada por su marido.
Si a eso le añadimos que, contrario a lo que ocurre en la Cristiandad, en el Islam no hay una jerarquía eclesiástica centralizada, ni un líder supremo con autoridad indiscutida (como el papa católico o el patriarca de Moscú ortodoxo ruso), vemos por qué los fanáticos llevan la voz cantante. O, en vista de su horror por las diversiones y cosas mundanas, la voz a secas.
Y ésa es la que escucha el mundo. No debe extrañarnos, pues, que tal sea (la de los radicales furibundos ) la imagen que mucha gente se forma del Islam. Es como si el principal portavoz y representante de la Iglesia Católica ante el mundo en 2004 fuera el siniestro Cardenal Ratzinger, jefe de lo que en sus buenos tiempos se llamó el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (Pero para que vean a dónde hemos llegado, este sucesor de Torquemada tiene su club de admiradores ¡y hasta venden camisetas! Aunque Ripley lo dude, chequen :http://www.ratzingerfanclub.com/). A propósito de la Inquisición, es un buen ejemplo de cómo la mala fama se pega y luego no hay forma de quitársela: en países protestantes se quemó a más gente que en los católicos y en 250 años la Inquisición ejecutó en México menos de 80 personas: hay líneas de camiones foráneos que matan más gente en un año que el Santo Oficio en toda su historia en este país. Pero cría fama y los cuervos te sacarán los ojos. O algo así.
Identificar el catolicismo con la Inquisición es injusto y reduccionista; identificar al Islam con Bin Laden, igual. Pero es lo que está ocurriendo porque el Islam moderado se ha dejado robar el mandado y su imagen y nombre han sido secuestrados por pandillas de fanáticos y desequilibrados.
Sin embargo, hay esperanzas…
Dentro de la ola de secuestros de extranjeros realizada por bandas de todo tipo en Irak (la mayoría de las víctimas son humildes camioneros y obreros de la construcción, no invasores ni soldados) hace unas semanas fueron raptados dos periodistas franceses. Sus captores demandaron que, a cambio de su liberación, Francia debía abolir la llamada Ley de la Pañoleta, según la cual esa prenda no puede ser usada por chicas musulmanas en las muy laicas escuelas públicas francesas. Cabe hacer notar que la misma prohibición aplica a los crucifijos ostentosos y los yarmulkes, los gorritos usados por los judíos: nadie coludo y todos rabones.
Y aunque la comunidad islámica francesa había puesto el grito en el cielo cuando se discutió y aprobó esa Ley, en este caso cerró filas con el Gobierno galo: clérigos y seglares, líderes comunitarios y amas de casa, el clamor de los musulmanes franchutes fue unánime: los periodistas tenían que ser soltados sin dilación y Francia no iba a ser chantajeada. La cosa quedaba clara: esos musulmanes valoran las libertades que les da el Estado laico francés y están dispuestos a defenderlo. Ningún grupo de fanáticos los iba a embarrar en sus maquinaciones. Por encima de la religión, o al menos, de esa interpretación estúpida de la religión, se encuentra el Estado de Derecho y las libertades individuales, valores supremos de la Modernidad (aunque sobra quién no lo entienda en México). Los secuestradores, que según ellos estaban ayudando a sus oprimidos hermanos franceses, se vieron denostados y repudiados por ellos. El Islam que no evade y sabe conciliar los valores de la Modernidad les sacó la lengua, les escupió, los llamó ignorantes y les exigió que liberaran a sus compatriotas: para ellos, los rehenes primero eran franceses, luego cualquiera otra consideración. Los secuestradores quedaron tan anonadados ante la respuesta de sus correligionarios, ¡que apelaron a Osama bin Laden para que les dijera qué hacer! Esperen sentados a que les responda.
Por desgracia, esta manifestación de entereza de los musulmanes galos pasó en gran medida desapercibida. Por eso hay que magnificarla y ponerla en su debida perspectiva: si los moderados de todo el mundo (de la religión que sea) alzan la voz y no dejan que el griterío de los fanáticos minoritarios hable por ellos, todavía tendremos esperanzas. Caso contrario, veremos cómo nuestro mundo será secuestrado por la irracionalidad y el odio ciego… de unos cuantos.
Ah, y gracias a Hamzeh Taha Yassin, converso al Islam que nos escribió de Monterrey.
Consejo no pedido para que no lo llamen extremista dominical del futbol: Vea “Kandahar” (2001, dirigida por Mohsen Makhmalbaf), desgarrador testimonio de cómo el régimen Talibán altera la vida de quienes, como buen parte de la Humanidad, no aspiran al Paraíso en el Otro Mundo, sino a vivir en paz en éste. Provecho.
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