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Los días, los hombres, las ideas/Entre Panchos, velos y una mujer desnuda (canadiense)

Francisco José Amparán

No fue realmente en el momento en que los berlineses sacaron a relucir su instinto de hormigas y se treparon al Muro de la Vergüenza en 1989; ni cuando se derrumbaron las Torres Gemelas, tiznándonos a todos, en 2001; no, no fue entonces cuando nuestro mundo empezó a cambiar. Con la lucidez que da la retrospectiva (“a toro pasado”, que se dice), podemos decir que el instante crítico, el punto de no retorno, ocurrió hace 25 años: cuando el Ayatholla Khomeini demostró que se podía crear un Estado teocrático en pleno siglo XX. Con ello, se reivindicaba no sólo a una minoría del Islam, la mal llamada secta shiita; sino que parecía ofrecerse un rayo de esperanza a un mundo musulmán sometido a tiranos seculares, occidentales depredadores y a la perspectiva de un futuro sin muchos alicientes.

El triunfo de la revolución iraní y la consecuente proclamación de la República Islámica de Irán sirvieron como detonante para un anhelo que durante mucho tiempo estuvo reprimido: que el Dar Al Islam (“el ámbito de la Fe”), la comunidad musulmana universal, volviera a estar unificada (y no dividida entre países rijosos), que la religión fuera nuevamente la guía cotidiana de comportamiento (y no las reglas políticas y el materialismo moderno) y que las sociedades hallaran el sentido y la felicidad perdidas mucho tiempo atrás. Para acabar pronto: una Utopía, reflejo y émulo de una pasada Arcadia que, como suele suceder, nunca existió. Ni en el siglo IX d. C., ni nunca. Pero ése es el espejismo que el Irán fundamentalista hizo factible para mucha gente, harta de ser perreada por Gobiernos despóticos y corruptos y por la modernidad humanista y laica. Se podía volver a los buenos tiempos en que el mundo musulmán era el más culto y próspero del planeta. Era posible armonizar la sociedad según los designios de Dios y no los de Milton Friedman, Coco Chanel o (si a ésas vamos) el recién casado Emilio Azcárraga. No sé cómo se diga en árabe o en farsi (o sea, persa), pero el cántico que emergió de esas masas hasta entonces desilusionadas fue el clásico “¡Sí se puede! ¡Sí se puede!” Sí, ya sabemos cómo le va a los Ratoncitos Verdes…

Esta renovada confianza condujo a muy distintas manifestaciones. Por supuesto, la más notoria (por espectacular y por las consecuencias) ha sido la ola de atentados terroristas con comandos suicidas que se remontan (¿alguien se acuerda?) a los ataques contra la embajada norteamericana y las barracas de los Marines ídem en Beirut, con unos meses de diferencia, en 1983. Sí, ya hace veinte años. Con ello han demostrado que unos cuantos Soldados de Dios, llenos de determinación, pueden retar a una potencia mundial. Y no sólo retarla: sobre todo, ponerla a temblar y hacerla enseñar el cobre, con reacciones histéricas indignas de un país que se precia de ser adalid de los derechos y las libertades consagradas por la modernidad. Luego seguiremos con esto.

Primero hemos de hacer notar que esta nueva autoestima ha traído una tonificada sensación de orgullo y capacidad a una comunidad que, en los últimos dos siglos, se había sentido humillada y ofendida (no pocas veces con mucha razón) por los cristianos capitalistas voraces y por los socialistas y nacionalistas de todos los colores y sabores. Y ello no sólo en el ámbito predominantemente musulmán: también entre las comunidades islámicas insertas en el mundo cristiano.

Lo cual se ha traducido en una serie de fenómenos de reafirmación de la identidad… algo muy frecuente en aquellas minorías que antes no osaban pronunciar su nombre ni dejarse ver. Y una de las maneras más nítidas y simples de proclamar el orgullo de ser musulmán lo es el seguimiento de los códigos de vestuario, especialmente en el caso de las mujeres.

Que, en muchos casos, no va más allá que el poner a cubierto el cabello mediante un velo o pañoleta. Lo cual, bien visto, acarrea varias ventajas: esas mujeres no tienen que andar entrapajadas cual momias como las pobres afganas bajo el régimen Talibán; no hay que pasarse horas frente al espejo, peinándose para salir (como sus hermanas cristianas) y si un día no se lavan el pelo, no hay fijón, porque no hay mirones.

Eso es lo que han hecho no pocas muchachas en el país europeo occidental con mayor población musulmana: Francia. Sí, en tierras de los irreductibles galos viven hoy en día cinco millones de musulmanes, que representan más del ocho por ciento de la población. La mayoría son descendientes de inmigrantes magrebíes o africanos provenientes del antiguo imperio colonial francés. Son ciudadanos franceses como cualquier otro, que pagan sus impuestos (cuando los obligan) y que hacen uso de las instituciones creadas por la V República Francesa… como las escuelas públicas.

Que es en donde se ha estado librando un extraño combate entre el secularismo y la religión; entre las creencias individuales y el estado laico heredero de las glorias de los jolgorientos atacantes de La Bastilla.

La cuestión es que, en años recientes, ha habido varios… digamos… incidentes en algunas escuelas francesas. ¿La razón de las disputas? Precisamente que algunas chamacas iban a clases con sus velos y ello causaba una serie de problemas: desde la típica bulla de los gañanes que pululan en cualquier patio escolar, hasta abiertas agresiones de quienes sienten mancillado el carácter laico de la educación pública y gratuita. Los enojados por esta razón eran, en no pocos casos, los mismos funcionarios escolares. Quiero que se imaginen al proverbial prefecto malencachado, estricto cuidador del orden, correteando empañoletadas como si del mismísimo Osama bin Laden se tratara.

Total, la cosa se puso tan grave que hace unas semanas la Asamblea Nacional francesa (el Parlamento, pues), tomó cartas en el asunto y votó de manera abrumadora para prohibir que dentro del sistema educativo público galo estén presentes símbolos religiosos de cualquier tipo. Así, no sólo deberán dejarse fuera de la escuela las pañoletas de las muchachas musulmanas, sino también los yarmulkes judíos (los como gorritos rabones que sólo tapan la mollera) y los crucifijos grandes que algunos portan en el pecho como recreando la Pasión de Cristo pero en distinta posición y sin hablar en arameo (como se empeñó el necio de Mel Gibson). La ley fue tajante: nada de eso será tolerado. Era claro a quién estaba dirigida y así, las muchachas que insistan en usar ese tocado serán expulsadas: después de todo, hay escuelas particulares islámicas en donde pueden seguir sus usos y costumbres religiosas y capilares. Todo sea por preservar el carácter laico de las instituciones republicanas.

Algunos protestaron por lo que veían como una violación a la libertad individual. Otros guardaron prudente silencio, al encontrarse ante la incómoda situación de no saber qué era lo “políticamente correcto”. Los perennemente neuróticos clérigos musulmanes pusieron el grito en el cielo, llegando a decir uno de ellos que con eso “Francia le había declarado la guerra al Islam”. Ya sabemos cómo se hincha la retórica cuando Dios está en medio.

En todo caso, el asunto de las pañoletas no puede darse por terminado y es un frente más en este asunto del Choque de las Civilizaciones con que algunos necios insisten en darle la razón a Samuel Huntington. Por cierto, habrá que ponerle ojo chícharo al más reciente libro de este autor, donde el nuevo enemigo de Gringoria es… su paulatina hispanización. Ahora los latinos vamos a resultar los flamantes monstruos peludos y de babas verdes que van a poner en peligro el American Way of Life. Sí, tú.

A propósito de necios: debido a la histeria terrorista, los Estados Unidos, que siempre se han preciado de ser un santuario de los derechos individuales y las libertades políticas, han estado dejándose pisotear por la Administración Bush con el pretexto de la lucha antiterrorista. Los actuales inquilinos de la Casa Blanca, aprovechándose de la paranoia post-9/11 y de la proverbial mala memoria del pueblo norteamericano, han empezado a violar sistemáticamente no pocas garantías ciudadanas, como hace medio siglo en los peores momentos del McCarthysmo (fenómeno que analizaremos en un artículo posterior). Aquí lo interesante es que en aras de proteger la libertad, el Gobierno de Bush y sus comparsas y patiños del Congreso han empezado a demoler muchas de las prerrogativas que enorgullecían a los ciudadanos americanos y les hacían considerar a su país como ejemplo mundial.

Y con ello están haciendo más Panchos que los perredistas del DF (¿Por qué “Panchos”? ¿Por qué no “Jaimes”? ¿Por qué siempre a los Franciscos nos agarran de su puerquito?).

Podría decirse que eso a nosotros qué. Pero, en primer lugar, bien sabemos que cuando Estados Unidos pesca un catarro, a nosotros nos da pulmonía y en segundo, que buena parte de la supuesta autoridad moral norteamericana ha estado sustentada en la indiscutible salvaguarda que dentro de sus fronteras (fuera de ellas ya era otro cantar) hacía de algunas de las libertades más preciadas en Occidente. Y si Estados Unidos pierde incluso eso, ¿qué le queda? La verdad, es para preocuparse. Además, con esos procedimientos, Bush y su gavilla le están dando por su lado a los terroristas: ver coartadas las libertades del pueblo americano es algo por lo que cualquier terrorista, del color y calibre que sea, baila de contento (Bueno, me corrijo: no lo hará si el terrorista es Talibán: esos mequetrefes prohibían reír, tocar música y hasta el alegre taconeo de los zapatos femeninos al caminar).

Y dado que el terrorismo es un fenómeno multifactorial y tan difícil de atacar por métodos tradicionales, nunca está de más tener en cuenta propuestas novedosas… especialmente si incluyen el ácido y singular sentido del humor canadiense (que sí, de repente echo de menos, la verdad). Un amigo mío de por aquellos fríos lares me envió una, que les paso al costo y que me parece interesante:

“Mensaje del Servicio Público Canadiense:

“Como es de todos conocido, los Talibán consideran un pecado el que un hombre vea desnuda a una mujer que no sea su esposa. De manera que, el domingo primero de Junio, a las 2:00 PM (Tiempo del Este), se solicita a todas las mujeres canadienses que salgan de sus casas completamente desnudas, para desenmascarar a cualquier terrorista que pudiera haber en el vecindario. En este ejercicio antiterrorista se recomienda darle la vuelta a la cuadra durante una hora. Todos los hombres, a su vez, deben posicionarse en sillas jardineras enfrente de sus casas, para probar que no son Talibán. Así demuestran que no hay problema en ver mujeres desnudas que no son sus esposas y manifiestan su apoyo hacia todas las mujeres canadienses. Y dado que los Talibán tampoco aprueban el consumo de alcohol, un six-pack de cerveza bien fría a su lado será una prueba ulterior de sus sentimientos anti-Talibán.

“El Gobierno de Canadá aprecia sus esfuerzos para desterrar a los terroristas y aplaude su participación en esta operación anti-terrorista. “¡Que Dios bendiga al Canadá!”

¿Cómo ven? La verdad, no está mal. ¿Qué les parece si organizamos una jornada de este tipo en México? ¿O ya de perdido, en Torreón? Digo, por mero sentido patriótico…

Consejo no pedido para no despeinarse: escuchen algo de cítara con Ravi Shankar; lean “El choque de las civilizaciones” de Huntington para que se empapen de un marco teórico que mucho me temo estaremos utilizando un buen rato y vean “Entre Pancho Villa y una mujer desnuda” (1995), con Diana Bracho, Arturo Ríos y Jesús Ochoa, que realmente no tiene qué ver con nada de todo esto, pero es muy divertida.

Correo:

francisco.amparan@itesm.mx

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