En los viejos tiempos en que el Socialismo Real, el que tomaba a la URSS como su modelo y exégesis, aspiraba a cambiar y controlar la Humanidad, los Partidos Comunistas de todo el mundo exhibían una estructura jerárquica y una disciplina realmente ejemplares. Lo cual no está mal: si se aspira al poder político, no es posible comportarse como verduleros borrachos y por ejemplo, tomar tumultuariamente por asalto la sede de un Congreso. Especialmente si se trata de un Congreso en que se tiene representación validada por los votos de la ciudadanía.
El problema en aquellos entonces era que ese orden y determinación estaban controlados desde Moscú. Tal era el término eufemístico que se usaba para no meterse en el embrollo de determinar quién o qué órgano burocrático daba las instrucciones: si era el Partido Comunista de la Unión Soviética, el Cominform, el Komintern, el Socorro Rojo Internacional o el mismísimo Padrecito Stalin. La cuestión era que de algún lugar en los alrededores de las murallas del Kremlin salían las órdenes que los Partidos Comunistas locales, en India, Indonesia o Ixmelucan, tenían que obedecer sin chistar.
Aunque no se crean que esos mandatos eran alegremente recibidos con vivas y sin mascullar entre dientes. En “Tinísima” (Editorial Era, 1992), su novela biográfica sobre la fotógrafa y activista Tina Modotti, Elena Poniatowska imagina a un comunista mexicano chaparrón apodado (cuándo no) “Tachuela”, renegando en 1929 de esa obediencia ciega. Cito (páginas 262-263):
“Las órdenes y la táctica a seguir vienen de Moscú y es Moscú quien tiene la última palabra. Cuando Tachuela se atreve a preguntar: ‘Pero ¿qué va a saber Moscú de nuestras necesidades?’, Evelio Vadillo se indigna de la estrechez de su pensamiento. ‘¿A poco Moscú estuvo presente en la campaña inquilinaria de Herón Proal en Veracruz (…)?, insiste Tachuela. ‘¿Moscú los va a sacar del bote?’ Todos terminan, críticos o no, (…) por las Vizcaínas cuando bien les va, porque el destino final de cualquier comunista que se respete es las Islas Marías. Entonces Moscú no tiene la menor posibilidad de liberarlos y los devotos se quedan presos hasta nuevo aviso de las autoridades mexicanas”.
Pues sí. Moscú daba órdenes y vaya uno a saber qué utopía irrealizable tenía en mente, o qué barbaridad mandaba hacer. Lo interesante es que, sobre todo en ciertas décadas, los comunistas de todo el mundo se tragaban con carnada, plomo y sedal lo que Moscú les pedía que hicieran. Y cuando se enviaba a un camarada a la muerte o una prisión segura, no había más que decir: “Son órdenes del Partido” y San Se Acabó. La disciplina estricta era el Evangelio y nadie podía cuestionarla.
Sobra decir que, aparte de todos los problemas y errores que esta obediencia acarreaba, le servía a la propaganda anticomunista para tildar a los miembros del Partido de lacayos de Moscú, apátridas, traidores y porristas de las corredoras de Bahamas.
Por supuesto, una de las piedras angulares del sistema político priista era, precisamente, la disciplina. El partido (léase, el Señor Presidente) no se podía equivocar. De manera tal que si de Los Pinos llegaba la orden de postular como candidato a una rata asquerosa o un orangután descerebrado, las Fuerzas Vivas tenían que deshacerse en aplausos, los demás aspirantes morderse la lengua, y todo el mundo a obedecer. Ya lo había dicho Plutarco Elías Calles: para todos ha de haber, pero no cuando quieran, sino cuando se pueda. Así que la virtud cardinal priista más apreciada era la disciplina: aguantar los compadrazgos, las malas decisiones y las imposiciones desde el Centro. Y hacerlo con una sonrisota de corredor kenyano.
Otros partidos, de distintos matices e ideologías, también han demandado una obediencia perruna a sus miembros. Pero por lo general ha sido la izquierda la que se ha llevado las palmas en lo que a fidelidad y disciplina se refiere. La esperanza de crear un mundo ideal y los días en la clandestinidad, como quiera, dejan huella y forman el carácter.
Por ello resulta todavía más lamentable el sainete que el PRD ha armado con el asunto de Tlaxcala. Y por ello no faltan los miembros de la vieja guardia, los que todavía pertenecieron al Partido Comunista Mexicano, que enjugan amargas lágrimas de desesperación al ver cómo una pareja de sinvergüenzas les ha jugado el dedo en la boca y se ha pitorreado de lo lindo de un partido que aspira a gobernar el país. La pregunta obvia sería cómo pretenden controlar un México bronco y premoderno si no son capaces de meter en cintura a uno de sus propios gobernadores. Vaya, ni siquiera a la cónyuge de uno de sus gobernadores.
La ética del tamaño de un piojo de Alfonso Sánchez Anaya y de su inefable esposa Maricarmen Ramírez ya ha sido analizada hasta la saciedad. Pero poco se ha hablado de por qué a este singular Dúo Dinámico le importa un soberano rábano lo que el PRD haga o deje de hacer y cómo pudo meterse en un brete semejante un partido heredero de luchas con todo en contra y que siempre despreció (al menos en teoría) el Poder por el Poder mismo.
(Por cierto y dentro del ambiente de burlesque de todo este asunto, a la señora Ramírez le encanta que le digan “la Hillary tlaxcalteca”… lo que es un insulto para la señora Rodham Clinton. La verdadera Hillary era considerada una de las cien mejores abogadas de Estados Unidos antes de que su esposo fuera siquiera Gobernador de Arkansas y ya no hablemos de su capacidad intelectual. ¿Qué ha hecho la mentada Maricarmen en toda su vida? Perder las elecciones para el Senado… al cual llegó por ser la derrotada con más votos, de acuerdo al ridículo, absurdo sistema que tenemos, como si los principios básicos del federalismo fueran desconocidos en ese bastión de analfabetas que es el Congreso).
Pero volvamos a los orígenes y consecuencias de las trompetillas y pedorretas que esta singular pareja le tira al partido que los llevó a la gubernatura de Tlaxcala y el Senado de la República:
Ítem uno: Los Sánchez Ramírez nunca fueron perredistas; así pues, ¿qué les importa lo que ahora diga el PRD? Efectivamente, Alfonso Sánchez Anaya fue siempre priista de hueso tricolor. Sólo cuando el PRI se negó a satisfacer sus ambiciones y postularlo para gobernador, el corazón se le pintó de amarillo y negro. Y el PRD se arrojó a sus brazos como cándida doncella… que haya quien le pague las tarjetas de crédito. Lo que no tiene nada de raro: casi todos los gobernadores perredistas y muchos de sus dirigentes fueron originalmente priistas (sí, incluido Andrés López, autor del himno del PRI). Así que este travestismo político no resulta novedoso. Lo que sí es que, tarde o temprano, tenía que suceder lo que estamos viendo: llevar al poder a gente con ningún arraigo ni compromiso y luego esperar de ellos decencia y fidelidad, es pedirle las consabidas peras al olmo. Se lo habían buscado y al fin les ocurrió.
Ítem dos: El PRD se durmió de la manera más irresponsable una vez que se empezó a ver por dónde iba la pichada de esta parejita. Más interesado en hallar debajo de la cama los complots que inventa Lopejobradó, en el ajuste de cuentas entre sus tribus y en hacer un zoco moruno de la Cámara de Diputados, no supo controlar la situación y por ello se la ha pasado dando tumbos y haciendo el ridículo, mangoneado y manipulado por quienes se supone son sus miembros. Y si creyeron que iban a resarcir su reputación diciendo que “siempre sí” Maricarmen es su candidata, la invasión mongola de los asambleístas chilangos el pasado martes y el borlote de los diputados federales el jueves, no hizo sino terminar de fruncir lo arrugado.
Ítem tres y ya chole: En caso de que la señora Ramírez gane la elección (la verdad, ¿usted votaría por ella?), ¿puede decir el PRD que esa gubernatura es del “Sol Azteca”? ¿Con qué cara podrían alegar semejante cosa? O sea que, al doblar las manitas y darle su membrete a la golpista tlaxcalteca, se colocaron en una posición en la que, pase lo que pase, van a salir perdiendo.
Con esas estrategias, ¿para qué necesitarían complots sus rivales?
Consejo no pedido para que no le invadan la tribuna: Lea “Todo modo”, de Leonardo Sciascia, sobre lo que es, en realidad, el maquiavelismo. Provecho.
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