Ya lo había comentado en este mismo espacio hace algunos domingos: tal vez lo más escandaloso de la intervención norteamericana en Irak no es que se haya emprendido sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU; lo más escandaloso es que se realizó sin una declaración de guerra, votada en Washington por el Congreso, por los representantes del pueblo de la Unión Americana. Claro, senadores y congresistas consintieron la tropelía mediante un procedimiento que bien puede ser usado para aprobar legislativamente la producción de catsup verde o asuntos de semejante profundidad. Pero la cuestión es que el proceso legal para meter a EUA en un conflicto bélico, el que describe la Constitución de 1783, ése no ha sido usado desde el ocho de diciembre de 1941, cuando Franklin Delano Roosevelt solicitó al Congreso le declarara la guerra a Japón (Sí, allá como en México, quien declara la guerra no es el Ejecutivo, sino los representantes del pueblo; después de todo, son sus hijos los que van a sufrir las consecuencias…).
Creo que a cualquiera le queda claro que esa alteración del ordenamiento constitucional ha tenido gravísimas consecuencias en todo el mundo: muchas de las patas que han metido los gringos a lo largo y ancho del planeta el último medio siglo tienen que ver con la ligereza con que han emprendido aventuras que, de haberse obedecido el procedimiento constitucional, quizá hubieran tomado un camino muy distinto (o no hubieran empezado siquiera). Digo, declarar la guerra es un asunto muuuuy serio. Es un papel que delimita lo que se va a hacer, contra quién, por qué y en qué tiempos. El país se compromete, se arremanga la camisa y según la tradición americana, no cesa de luchar hasta no terminar con la misión. En cambio, un curso de acción distinto suele desembocar en berenjenales nebulosos, sin objetivos concretos, sin saber cuándo se acaba aquello, con apoyo local menguante y situaciones inmanejables en lo político y lo militar. Como Vietnam. Y sí, como Irak.
Y el episodio que dio inicio a tantas tropelías de la Presidencia Imperial de EUA (el término no es originalmente de Enrique Krauze; es de Arthur Schlesinger, en referencia a Nixon) acaba de cumplir cuatro décadas. Efectivamente, ayer hizo cuarenta años que el pueblo y el Poder Legislativo americanos renunciaron a una de sus potestades fundamentales, la de impedir que el Ejecutivo libre guerras a la hora que le dé la gana, cuando el siete de agosto de 1964 el Congreso aprobó la llamada Resolución del Golfo de Tonkín, que le permitía al entonces presidente Lyndon B. Johnson “tomar todas las medidas necesarias para repeler cualquier ataque armado contra las fuerzas de EUA e impedir nuevas agresiones”: un virtual cheque en blanco para que Johnson hiciera y deshiciera según su criterio. Cuatro años después, más de 600,000 muchachos americanos se jugaban el pellejo en Vietnam, viviendo en una sucursal del infierno, peleando una guerra que nadie entendía, contra un pueblo que no le había hecho absolutamente nada a los Estados Unidos, en un país con la importancia estratégica de Cancún (tenga quien tenga el Ayuntamiento este domingo). Y todo ello, gracias a la manga ancha que le proporcionaba a Johnson la mentada Resolución.
La cual es uno de los ejemplos más añejos de cómo los Estados Unidos (el pueblo y sus instituciones) suelen dejarse engañar y atarantar por dos de sus peores enemigos internos: su propia paranoia contra los Masiosares, los Extraños Enemigos Externos y los Intereses Creados, que suelen encaminar al país en rumbos de colisión contra la prudencia y el simple sentido común.
Una idea que desarrolla Michael Moore en “Bowling for Columbine” es que, al parecer, los americanos tienen la necesidad de sentir miedo y estar continuamente a la defensiva. Si no son los indios son los nazis o los comunistas o los ayathollas o los terroristas o los marcianos o hasta las ondas frías. Pero siempre hay alguien acechando en contra del American Way of Life. Esa paranoia los condujo derechito a la Guerra Fría, al enfrentamiento global (y costosísimo y absurdo) de medio siglo contra el comunismo y a Vietnam.
Pero si a esa paranoia se le añade un Pentágono deseoso de librar sus guerritas cuando y como sea, más un establecimiento industrial-militar ansioso de vender desde helicópteros hasta oleoductos (remember Halliburton?), resulta obvio que no se necesita mucho esfuerzo para movilizar a EUA… sobre todo si lo único que se requiere es la voluntad presidencial.
Todo ello concurrió en el verano de 1964, en las cálidas aguas del Golfo de Tonkín, en las afueras de Vietnam del Norte. Pero antes, algunos elementos de juicio.
Al obtener su independencia de Francia en 1954, Vietnam había quedado dividido en dos: Vietnam del Norte (VNN), bajo mando comunista y Vietnam del Sur (VNS) bajo la protección norteamericana. No que el Gobierno de VNS valiera mucho la pena que digamos: era despótico, nepótico, corrupto y conducido por distinguidos hijos de la tostada más ineptos, desvergonzados y ladrones que la clase política mexicana, que ya es decir. Pero como eran anticomunistas, EUA los apoyó contra viento y marea: error que repetiría en muchas partes y que ayuda a explicar el sentimiento antiyanqui en medio planeta. En 1964 el Gobierno de VNS se veía enfrentado a una insurrección comunista capitaneada por un grupo guerrillero llamado el Viet Cong (VC), el que fue ganando cada vez más terreno y apoyo popular. El VC era abastecido desde VNN por tierra y por mar. Para cortar esta última ruta, los Estados Unidos decidieron patrullar con su Marina las largas costas de todo Vietnam, especialmente el Golfo de Tonkín, que baña casi todo VNN. Y fue ahí donde se produjo el tan mentado Incidente.
El dos de agosto de 1964, el crucero americano “Maddox” (sí, como el QB de los gloriosos Acereros) fue atacado por tres lanchas torpederas norvietnamitas. En unos cuantos minutos, dos de ellas fueron hundidas y la tercera huyó por piernas… bueno, por hélices. VNN alegó que el “Maddox” había invadido sus aguas territoriales. EUA, por su parte, anunció con voz tonante que cualquier nuevo ataque sería respondido con todo rigor; que si los comunistas le andaban buscando tres pies al gato iban a salir espinados porque el que con leche se quema… en fin, los políticos de entonces no tenían mejor sintaxis ni eran más lógicos que Bush (o que Murat, si a ésas vamos). Total, que sobre aviso no había engaño: EUA no se iba a andar con chiquitas si era provocado por los comunistas de VNN.
Y entonces, en la noche del cuatro de agosto, algo ocurrió. Sí, algo. Nunca ha quedado claro qué. El “Maddox” y otro crucero, el “Turner Joy”, informaron que aparentemente estaban siendo atacados. Creyeron oír disparos. Creyeron detectar torpedos en el sonar. Creyeron ver barcos hostiles. Pero en concreto, nadie estuvo seguro de nada. Y eso de ser “aparentemente atacado” suena sospechosamente a pseudosemiautocuasiatentado de gobernador oaxaqueño; o a Lopejobradó y sus fantasías persecutorias.
Semejante ambigüedad le importó un rábano al Pentágono y sus halcones, que sólo estaban esperando un pretexto para empezar su guerrita en el Sudeste Asiático. Los militares le calentaron la cabeza a Johnson, diciéndole que un desafío así no podía quedar impune. Éste a su vez, echando mano de la sobada excusa de la amenaza comunista le solicitó permiso al Congreso para hacer lo que quisiera. Y el Congreso dobló las manitas, emitiendo la Resolución que transcribimos parcialmente más arriba. A las pocas semanas llegaban a VNS las primeras tropas de combate norteamericanas. En marzo de 1965 empezaba el bombardeo aéreo masivo de VNN, territorio sobre el que cayeron más bombas en seis años que en todo el mundo durante la Segunda Guerra Mundial. El reclutamiento militar forzoso inició poco después, ante la protesta de quienes (como el gran boxeador Mohammed Alí) alegaron que no tenían porqué enlistarse si el país no estaba oficialmente en guerra (después de todo, nadie la había declarado). EUA empezó a bajar con total desparpajo y descuido la pendiente por la que iba a terminar despeñándose.
El problema es que en 2003 repitieron casi los mismos errores. Y aunque Irak nunca será la sangría humana y anímica que fue Vietnam, como que tropezar dos veces con la misma piedra no es digno de un país que se pretende líder y modelo del mundo. Digo, aunque sea para eso sirven los aniversarios.
Consejo no pedido para olvidar el Incidente en el Hotel Playa Mazatlán ($28,543 pesos en daños): Vean “Camino a la guerra” (Path to war, 2002), de John Frankenheimer, sobre cómo el gabinete de Johnson se fue encaminando solito hacia el desfiladero. Y lean “Johnny tomó su fusil”, del gran Dalton Trumbo, quien también dirigiera la desgarradora versión cinematográfica (Johnny got his gun, 1971), parábola de Vietnam que sirviera para el video de la canción “One”, de la banda Metallica (Sí, a veces también veo esas cosas). Provecho.
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