Aquéllos pertenecientes a mi desdichada generación recordarán sin duda lo movido y extendido que estuvo, hace treinta años, el fenómeno OVNI y cómo éste era tratado con toda seriedad por don Pedro Ferriz Santacruz, al tiempo que nos advertía: “¡Un mundo nos vigila!”. Luego crecimos, se supone que maduramos, fuimos ganando responsabilidades y preocupaciones, dejamos de comprar la revista “Duda: lo increíble es la verdad” y pasamos a formar parte de la sana mayoría de los escépticos. De vez en cuando alguna película (“ET”, “Encuentros Cercanos…”, incluso “Día de la Independencia”) nos recordaba que por allá arriba anda (o puede andar) algo misterioso y con antenas y veíamos con regocijo la manera en que Jaime Maussán se dedicaba a exprimir incautos con sus programas y conferencias. Pero creo que nadie se inquietaba mayormente, quizá porque en México no ha pegado mucho que digamos la moda norteamericana de declararse abducido (manera elegante de decir secuestrado y luego devuelto) por extraterrestres.
Lo cual es muy comprensible: con los terrícolas que tenemos en el Legislativo, Ejecutivo, Judicial y en el Cuarto Poder, es suficiente como para ponernos en guardia permanente, sin poder darnos el lujo de distraernos con nimiedades celestes.
Por todo ello nos llamó mucho la atención el interés que suscitó el avistamiento, por parte de aparatos y cámaras en aviones de la Fuerza Aérea Mexicana (los pilotos y tripulación nunca vieron nada), de unas bolas de luz sobre los cielos de Campeche. Como dijera el maestro Jerry Lee Lewis: “Goodness! Gracious! Great balls of fire!”
De no ser por las fechas, podría haberse pensado que eran los rayos y centellas aventados por Cervera Pacheco, debido al coraje de haber sido condenado de una vez por todas a la jurásica extinción política. Pero no, esto ocurrió antes. Así que hemos de buscar otras explicaciones menos plausibles.
Por supuesto, no faltó quién alegara que, en efecto, se trataba de naves interplanetarias que venían a espiarnos. Teoría que se topa con algunos problemas: ¿Para qué querrían observar a una civilización evidentemente atrasada como la nuestra, capaz de generar equipos como el América, películas como “Zapata”, idiotas útiles como los panegiristas de Fidel o especímenes degenerados como el diputado Kahwagi? ¿Qué podrían aprender esos supuestos intelectos galácticos? ¿Y por qué hacer sus labores de espionaje sobre una de las rutas más usadas por el narcotráfico continental? Digo, si fueron capaces de desarrollar esa tecnología, supongo que podrían colocarse a una sana distancia de los muchachos del Cártel de Medellín…
La verdad, siempre he dudado que inteligencias superiores, que nos lleven de ventaja unos cinco o diez mil años de evolución (o sea, para ellos estaríamos en la Edad de las Cavernas… en lo que no les faltaría razón), se tomarían la molestia y gastarían el combustible para venir a ver qué hacemos. Digo, si son tan truchas, pescarían nuestras emisiones televisivas y radiofónicas… y se harían en firme propósito de no pisar este vecindario nunca jamás. Sin embargo, la reacción generalizada ante las mentadas bolas de luz fue que, en efecto, era posible que algo o alguien nos esté espiando desde las alturas siderales. Lo cual, mucho me temo, es parte de una paranoia nacional, que ya presenta indicios de estarse saliendo de control. Una psicosis que los medios informativos y nuestra inepta clase política no han hecho sino fomentar.
El 17 de diciembre de 2000 publiqué en este espacio un texto titulado “El Hermano Mayor (y el Primo Segundo) te vigilan…”. Por supuesto, me refería al Hermano Mayor de George Orwell, no al enajenante programa que entonces, por fortuna, aún no salía al aire para estupidizar de manera tan efectiva al culto público mexicano. Comentaba entonces que muchos conciudadanos se sentían vigilados por Entidades Supremas y que esa paranoia parecía desparramarse con cada vez mayor rapidez. Entre otras cosas, anoté (cito):
“En todo caso, la percepción que tiene mucha gente de que está siendo vigilada por poderes superiores y misteriosos se encuentra firmemente arraigada... aunque no se tenga la más remota noción del porqué el Estado querría espiar a un dependiente de miscelánea o a una simple ama de casa que no se ha echado una cana al aire en su vida. La importancia del espiado, o los recursos empleados para seguirlo, no tienen mayor importancia: la paranoia está canija. (…)
“Claro, la generación vieja (la mía) recuerda que un residente de la Casa Blanca tuvo que renunciar por haber sido grabado diciendo palabrotas y ordenando una que otra fechoría. Lo que se suele olvidar es que las grabadoras las puso él mismo... Y además, ésas son cosas del Primer Mundo... ¿o no?
“Hay que conceder que ciertos hechos recientes en México y Latinoamérica hacen sospechar que los ojos y oídos del Estado (o al menos de ciertos organismos del Estado) se hallan presentes en más lugares de lo que pensamos. Claro, las víctimas de esa vigilancia no son precisamente hijos de vecino... pero ello no hace sino estimular todavía más las paranoias: si los poderosos no escapan al espionaje, ¿qué no pasará con los humildes Hijos de Eva que apenas podemos pagar el IVA y hablamos durante toda la vida menos que Fox en una semana?”.
Ahora, tres y medio años después, las cosas están mucho peor: y de ello no tienen la culpa sólo las veleidades videográficas del señor Ahumada, no. También podemos contar como impulsoras del fenómeno a las más de setecientas videofilmaciones que afirma tener el muy capaz Gobernador de Durango (viendo la infraestructura del estado, ya sabemos en qué se gasta todo el presupuesto: en videocasetes). O el hecho de que el candidato priista a gobernador de Aguascalientes haya renunciado a esa competencia porque escuchó por teléfono una supuesta grabación que se le hizo al gobernador (panista) del estado conversando con Elba Esther Gordillo; en dicha plática, para estar en consonancia con los tiempos, se planeaba un complot. Pese a lo descabellado de la historia, le sirvió de pretexto para salirse de una contienda en la que iba a ser aplastado. De cualquier manera, con sólo mencionar la grabación, hizo que a mucha gente se le enchinara el cuero, confirmando sus peores sospechas: que hay cámaras y micrófonos hasta en los lugares más íntimos.
Por ello hemos de volver al punto de partida: quienes han de cuidarse son los políticos, no los simples ciudadanos que nada tenemos qué ver con empresarios millonarios, “Pejes” fuera del agua ni somos Amigos de Fox. Ya sé que se siente muy de caché eso de creer que uno es lo suficientemente original y/o importante como para ser vigilado por el Cisen, la CIA o los marcianos. Pero me temo que, en la mayoría de los casos, a tan sofisticados organismos les importa muy poco lo que hagamos o dejemos de hacer. Así que, si quiere de veras saber lo que es ser vigilado… vístase con gabardina (con estos calorones, eso ya provoca suspicacias), ponga actitud misteriosa y trate de esconderse de las cámaras de vigilancia en supermercados y tiendas de departamentos. Es un ejercicio bobo pero divertido, y a veces hasta provoca alarma entre los muchachos de seguridad. Eso sí, no vaya a tomar nada sin pagarlo y si lo detienen por sospechoso, no vaya a decir que yo fui el de la idea. No vaya a ser que luego me pongan un micrófono… vaya uno a saber dónde.
Consejo no pedido para burlar la vigilancia extraterrestre: Escuche “Destroyer” (1981) de The Kinks, que incluye estos lindos versos:
Met a girl called Lola and I took her back to my place
Feelin’ guilty, feelin’ scared, hidden cameras everywhere
Stop! Hold on. Stay in control
Girl, I want you here with me
But I’m really not as cool as I’d like to be
‘Cause there’s a red, under my bed
And there’s a little yellow man in my head
And there’s a true blue inside of me
That keeps stoppin’ me, touchin’ ya, watchin’ ya, lovin’ ya
Paranoia, the destroyer.
Paranoia, the destroyer…
Lea “1984”, de Orwell, para que vea lo que de veras se traía entre manos el Big Brother original. Y vea la película homónima (de 1984, originales que son los británicos), con John Hurt y Richard Burton, filme algo pesado pero que se sostiene gracias a esa competencia para la actuación… que sólo tienen los británicos.
Provecho.
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