Las escenas eran dantescas. Entre los hierros retorcidos yacían cuerpos inertes de civiles. A los lados, tendidas entre las vías, se veían más víctimas. El mundo se estaba enterando, una vez más, de la bestialidad de que somos capaces los seres humanos. Sin embargo, no se llega a comprender el por qué de la ausencia de sentimientos de bondad cuando alguien se atreve a destruir la confianza colectiva, surgiendo entonces la reiterada pregunta ¿que acaso el hombre es malvado por naturaleza? Debe de ser así, por que de otra manera no se explica cómo pueden suceder estos hechos, reprobables desde cualquier ángulo que se les mire. De todos los actos criminales que se dan en el entorno de las sociedades modernas, puedo establecer, sin temor a equivocarme, que el peor de todos es el terrorismo; pues, además de la pérdida de vidas, pone en entredicho la convivencia social. El mensaje de los terroristas es claro: sentirás en carne propia el miedo de vivir en un mundo convulsionado por la incomprensión, el egoísmo y la tragedia.
Da que pensar el que los brutales atentados hayan tenido lugar en España. Es cierto que su Gobierno dio su apoyo irrestricto al gobierno de George W. Bush para que fuera con todo contra países árabes. Aun así, ese respaldo fue meramente simbólico. No había razón para pensar que pudiera haber represalias. A menos que los países árabes hayan enloquecido a consecuencia de los bombarderos y asesinatos a mansalva que se sucedieron cuando la gran potencia los invadió. Al momento en que escribo estas líneas había la duda de si tuvo algo que ver en el asunto la organización separatista ETA. El jefe de Gobierno español hacia changuitos para que así fuera pues se estaba jugando el todo por el todo en busca de que el pasado domingo se impusiera su partido en las elecciones -para cuando salga esta entrega ya estaremos enterados del resultado-. Lo bueno de este asunto del terrorismo, en un mundo de tecnología moderna, es que resulta suficiente un correo electrónico en la lengua de un país para dar por cierto que se ha encontrado al culpable de los hechos. Los recios detectives de antaño, les bastaba preguntarse: ¿a quien benefició la comisión del delito?
Pasando a otra cosa, pero que tiene relación con explosivos, la semana pasada leía en este diario que los atentados eran la clave de la reelección del actual residente de la Casa Blanca. En efecto, una estrategia electoral dirigida a difundir el pánico entre el electorado puede proporcionar buenos dividendos para quien persigue el terrorismo y tiene bien sentado el prestigio de que no le tiembla la mano para despachar al otro mundo a los enemigos de la democracia, aunque revueltitos mueran personas hospitalizadas, así como mujeres, ancianos y niños. Los votantes, en un ambiente tenso, estarán más tranquilos con alguien en el mando acostumbrado a asesinar, con razón o sin ella, que con un pusilánime que le atemorice la abusiva violencia. Diré que lo malo de esta conducta es que trae, por lo común, el desquite con consecuencias indeseables, convirtiéndose en el cuento de nunca acabar: yo te bombardeo indiscriminadamente, sin importarme que entre las patas me lleve a familias enteras ajenas al conflicto y tu, en la clandestinidad, creas el caos estallando bombas que visten de luto a gente inocente.
En otro aspecto, con lo que acaba de suceder en los trenes madrileños, era hora de que el jefe de Gobierno español hubiera renunciado dada la inutilidad de sus escuadrones de inteligencia, salvo que sea por que le quedan pocos meses en el palacio de la Moncloa. En vez de ello, José María Aznar convocó a una movilización para condenar el atentado, aprovechando el dolor y la angustia que aqueja a los madrileños. Los terroristas hicieron estallar nada menos que ¡12 bombas! en tres estaciones ferroviarias de Madrid. Los servicios de seguridad ni se las olieron, demostrando o que suelen dormir en horas de trabajo o que son una partida de incapaces buenos para nada, hágame usted el favor. Hay uno o varios responsables en los cuerpos de seguridad y sin embargo, no se ha dado una sola dimisión. Bueno, quizá lo más grave del asunto es que de aquí en adelante, los habitantes de este planeta, aún sin deberla ni temerla, estaremos en un susidio constante.