FAME, la organización pastoral de la familia católica, seleccionó “La Autoestima” como tema a ventilar en su X congreso anual que celebrará en Saltillo los próximos días. Lo que pretenden con ello es “lograr que por medio del conocimiento de sí misma, la persona se acepte como ser humano único, capaz de aprender y crecer para alcanzar una vida productiva”
Nuestra sociedad vive afligida ante los dramáticos problemas de conducta humana que tienen lugar todos los días: violencia, crímenes, suicidios, drogadicción, alcoholismo, etc. ¿Qué nos sucede? Los medios informativos exploran una posibilidad de culpa en la mala situación económica y finalmente la atribuyen al olvido de los valores éticos y los fundamentos cristianos en la vorágine de la modernidad..
Los humanos, no importa el género, somos seres únicos, pues no existen hombres o mujeres idénticas, salvo en los resultados de la clonación. La unicidad personal es uno de los signos que distinguen a unos de otros, pero renunciamos a esa característica humana para ceder ante la fuerza gregaria que nos avasalla. Sucede así que nos reconocemos en las corporaciones, partidos, confederaciones, burocracia, campesinado, clase obrera, iglesias, causantes, votantes, teleaudiencia, radioescuchas, lectores, ejércitos etc. etc. más que en otros individuos; nuestros hermanos, por ejemplo..
Hay colectivos humanos que se aturden con el ruido atroz e incesante de la vida moderna; pero no se ubican en el mundo de las ideas y los valores morales, son imitantes extralógicos de otros moldes ajenos a nuestra idiosincrasia.
Otra parte de la sociedad calca modas, ideologías y hábitos ajenos, repite ideas de otras personas o tendencias, y no discierne las propias, atenta siempre al bastón del pastor nacional, quien atiende a su vez la voz del caponero mundial en el gran colectivo que habita el planeta Tierra, últimamente subyugado por la globalización económica y cultural que impusieron Estados Unidos y socios, mediante un sistema supranacional de control mediático, comercial, financiero y paramilitar.
Preguntemos la causa y la razón por las que fueron a la guerra de Irak tantos buenos muchachos estadounidenses y jóvenes migrantes que perdieron sus vidas en la invasión de ese país o que enloquecieron, convirtiéndose en proditorios asesinos, procaces violadores y sádicos carceleros. ¿Acaso ellos pensaron que tomar las armas era una ciega obligación patriótica, y no reflexionaron sobre la causa ética de la guerra, si es que existe una causa moralmente válida para las conflagraciones bélicas? ¿Sería el desconocimiento de su propio valer o la falta de autoestima lo que impulsó a tantos hombres y mujeres jóvenes, de cualquier clase social o económica, a recurrir al militarismo para ocultar al hombre fiera que llevan dentro?
En las conciencia de la juventud actual existe una desazón que quiebra la voluntad individual; interna desolación cuyo alivio no encuentran por si mismos, ni en su entorno social y cultural. ¿Pensaron acaso que la vida que recibimos de nuestros padres constituye un bien desechable? ¿Adolecen de una auténtica fe en Dios? ¿Sufren graves carencias de amor, de compasión o de estímulos familiares y sociales? Lo que abarata el refuerzo espiritual son las guerras que se pelean por doquier…
En la “civilización occidental” se escucha a diario una convocatoria abierta a la violencia que debería preocupar a la sociedad, a la iglesias, a los gobiernos y a los dueños de los medios de comunicación de toda índole; especialmente a los medios impresos, al cine y a la televisión. Cuando un virus penetra en el ámbito colectivo el contagio puede ser fatal o puede ser controlable; pero la violencia contamina con celeridad, carece de anticuerpos para su defensa y desarrolla resistencia ante el pensamiento ético, frente a la norma jurídica y aún contra el propio instinto humano de conservación.
El gregarismo disminuye la inteligencia humana, provoca el sometimiento del individuo y anula sus capacidades críticas. Por eso, al encomiar el trabajo de FAME, no podemos dejar de insistir en que esta y otras organizaciones civiles tendrían que denunciar a quienes amparan otros nocivos gregarismos: los vicios existenciales. Sería inútil asistir a oír conferencias sobre temas trascendentes, sin escuchar los gritos desesperados de la sociedad. ¿Para qué aprehender los mensajes torales, sin cuestionar sus alcances ni aportar ideas para el logro de los objetivos morales y éticos —–no peco por redundancia—– que proponen las organizadoras?
Los apologistas de la anarquía moral intentan domesticar la libertad para sus fines mercantiles. Habría que combatir con energía a los vendedores de alcohol, a los empresarios de la prostitución, a los dueños de los antros y a los expendedores de narcóticos. Si nos quedamos en la pura teoría y dejamos en lo intangible las soluciones de la buena intención social, todo va a seguir como hasta ahora. Seremos masa para siempre, engendros sin unicidad, hombres acríticos, sin pensamiento ni acciones consecuentes: esclavos y zombis, en dos palabras.