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Los megalómanos

Gilberto Serna

El domingo anterior, el dirigente del Partido de Acción Nacional, Luis Felipe Bravo Mena, enteco de cuerpo; coronilla de pelo enmarcando su calvicie; amplia frente hasta el occipucio; gafas, montadas en el lomo de su nariz, descubriendo una acentuada presbicia; barba y bigote profusos, compensando su alopecia; boca semioculta por el bello del labio superior, se lanzó con todo contra los gobernadores estatales de quienes dijo se han convertido en una especie de caciques o sátrapas. Aclaremos. Se les llama caciques a las personas de viso y excesiva influencia en un pueblo, sobretodo en asuntos políticos, lo que en la realidad viene a constituir lo que se conoce como un déspota, que tienen como divisa, “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. A su vez, el sátrapa era gobernador de una provincia entre los antiguos persas, los iraníes actuales, que ejercían una autoridad casi ilimitada. Bien, las entidades del interior de la República, para el Jefe blanquiazul, son feudos con un viejo esquema de autoritarismo.

No tuvo pelos en la lengua para agregar que la división de poderes es un mito en las entidades federativas, dejando sentada la tesis de que el balance aristotélico de poderes no existe. El equilibrio que debería prevalecer entre un Poder Ejecutivo, -el gobernador-, un Poder Judicial, -los tribunales de justicia- y un Poder Legislativo, -los diputados locales-, es una fantasía que, deja entrever el dirigente, proviene de andar alimentándose con hongos alucinógenos, proporcionados por los herederos de María Sabina. En efecto, en la gran mayoría de los Gobiernos estatales, el Ejecutivo carece de obstáculos que le impidan ejercer un férreo control sobre los otros poderes. Lo mismo escogen, lo que la Ley autoriza, a los hombres que formarán su equipo de trabajo, que se arrogan facultades metaconstitucionales al patrocinar candidatos a cualquier puesto de elección popular. Es posible que deje en manos de sus segundos algunos nombramientos, pero de ninguna manera permite que se cuele quien no cuenta con su venia.

Se dan casos, bajo ciertas circunstancias, en que irrumpen en las Universidades propiciando que sus hombres lleguen a las rectorías. Sobra decir que los directivos de su partido político son gente sumisa que le rinde pleitesía. Si hacemos un esfuerzo, con el peligro de que nos duela la cabeza, podremos imaginar lo que ese conjunto de poderes, en manos de una sola persona, puede producir. Cuando menos, diríamos, una persistente y calenturienta megalomanía. A ello contribuyen todos sus colaboradores que están pendientes de satisfacer hasta la más absurda de sus extravagancias. Usted puede reconocer a un gobernador, de los que señala Luis Felipe, con relativa facilidad: viajan, por lo común, como los antiguos monarcas, con una comitiva integrada por abyectos, rastreros y serviles aduladores. Cada gobernador, en su territorio, se erige en un fiel de la balanza, término con el que Jolopo rebautizó el dedazo. Para un gobernante, el momento culminante, el que más le preocupa en los días postreros, es escoger entre su gente más cercana, a aquel que deberá ser su sucesor. Un amigo que le cuide las espaldas y no se atreva a esculcar en los bolsillos. De ser necesario, organizará una patraña que legitime su preferencia.

A esos gobernadores, un puñado, se refería el esmirriado preboste blanquiazul que hizo sus declaraciones, con evidentes tintes electorales, en el estado de Durango, refiriéndose en concreto a Oaxaca y Chihuahua donde, dijo, que en provincia todavía se vive el viejo absolutismo estatal, abusivo y corrupto del pasado, señalando que hay que dar la batalla para consolidar la democracia en la República Mexicana. Aunque, asediado por los reporteros, ni aseguró ni negó que en Durango haya cacicazgos. Hay quien pensará que estaba por demás que lo dijera. En fin, hacemos votos sinceros por que, en el no muy lejano domingo cuatro de julio, la ciudadanía se dé cuenta que es tiempo que Durango entre al camino democrático que requiere este país. Lo que significa, en buen castellano, que los electores elijan libremente a sus autoridades. Que al fin y al cabo soñar no cuesta nada.

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