Mascarell, como aquí es conocido por todos desde que llegó en la década de los cincuenta, nació el 26 de diciembre de 1933 en Callosa del Seguras, Alicante, España. Así que es de la Valencia mía, jardín de España y etcétera, que cantara nuestro músico poeta.
En el 39, con el triunfo de Franco le llevan a Alzira, también en Valencia, a vivir con los abuelos. Allá, con los padres escolapios estudia su primaria y bachillerato. En la Academia Júcar hace una carrera y al terminarla se dedica a buscar trabajo sin encontrarlo. Se desespera y en ésas andaba cuando se encuentra a un “hermano de leche” (que la misma nodriza les alimentó) de su mamá, que andaba en las mismas, es decir, también buscando qué hacer y más desesperado, o más esperanzado que Mascarell, le invitó a venir a México. Y, efectivamente, a la Ciudad de México llegaron en el 55. Aquéllos fueron en que lo más socorrido era tomar un muestrario y lanzarse con él a recorrer los caminos de México, con lo que llegaban a conocerlo de gratis, es decir, recibiendo sueldo o comisiones o ambas cosas y era lo que hacía la mayoría, pero Mascarell que, entre otras cosas había estudiado bien su gramática consiguió su primera oportunidad de trabajo en México en Lito Arte, imprenta en la que se contrató como corrector de pruebas y comprobó la maldición divina de que, efectivamente, el hombre ganaría el pan con el sudor de su frente.
Después de aquello fue que tomó el muestrario de los laboratorios médicos Ingram, que lo sacaron de la Ciudad de México en la que había pasado sus primeros cuatro años en este país.
Promocionando, pues, los productos Ingram fue que llegó a esta ciudad en 1959. Las primeras manos laguneras que estrecharon las suyas fueron las del inolvidable Paco Fernández, las de los hermanos Colores y las de Pablo de la Fuente, aquél del sueño nunca realizado del “Pavo and Neto Billiars in the Nadadores Club”, pero que realizara cosas mejores como la de su gran amistad con el licenciado Juan Pablo García Álvarez.
Los acontecimientos se vienen con rapidez. El destino mueve a Mascarell. Lo llevan a Saltillo, a Chihuahua. En esta última conoce a Blanca Talamás Talamás (nótese la coincidencia de los apellidos repetidos de ambos), que es saltillense, pero que en la ciudad norteña tenía unos tíos abuelos y por eso estaba allá visitándolos. Luego la que vuelve a ver en la Ciudad de México en la Navidad del 58. Se siguieron buscando y se encontraron, pues no faltaba más, de tal manera que un año después, el 15 de diciembre del 59 contrajeron matrimonio, fijando su residencia en la colonia Torreón Jardín, en unos departamentos recién construidos por los señores Murra. Él trabajaba entonces para el señor Zelman Kesler.
Luego de aquello comenzó a trabajar en la Preparatoria La Salle, de la que fue maestro fundador; en el Tecnológico de Monterrey de Torreón tuvo la cátedra de Filosofía y Letras. Fue por entonces que Margarita Guerrero y Joaquín Sánchez Matamoros lo convencen de que era tiempo de que comenzara a publicar. Corría la década de los setenta, en la que el grupo de Cauce terminaba su esfuerzo de un cuarto de siglo en la cultura lagunera; las circunstancias particulares de cada uno de sus componentes, así como logró integrarlos los dispersó, volviéndolos a su lugar de origen o segando la vida de algunos, pero gente como Paco Fernández y sus amigos, entre los que se encontraba Mascarell siguieron escribiendo y editando. Éste publicó por entonces una introducción a la filosofía que ha sido libro de texto para instituciones escolares de Querétaro, Chihuahua y por supuesto, Torreón. Algunos de sus libros de poesía le han sido editados por el Tecnológico de La Laguna; el hoy académico Felipe Garrido le prologó entonces El Hombre se Abanica Como Puede, uno de sus tomos. Tiene dos novelas: La Casa de la Colón y Los Muertos no Tienen Razón.
Lamentablemente el primero de abril de 1999 viajando de Saltillo a Zacatecas con su esposa y sus hijos, sufrieron un accidente en el que murió su esposa y él quedó con deficiencias físicas que hasta ahora no ha vencido del todo. Pero, lo mantienen activo el afecto de sus amigos y el calor de sus amigos que le han seguido y su vocación por la enseñanza. Entre sus grandes amigos recuerda a Harry de la Peña, al Chato Zulueta, a los Alarraga, a Salvador Vizcaíno, a Madame del Barrio, a Federico Elizondo y, sin serlo, recuerda a Sir Waitron, el pintoresco y elegante torreonense. Participó en el teatro local en su época de oro en las obras La Casa de los Siete Balcones y en Cosas de Mamá y Papá. Y de aquella época recuerda mucho a Aurora Bab, a Roberto Thomé, a Silvia Achem y a Joaquín Guerra.
Eduardo Mascarell Mascarell es un hombre sin ociosidades, un hombre que siempre está haciendo algo: enseñando, leyendo, escribiendo, pero que no tiene tiempo para recordar, no añora porque siempre está viviendo algo. Pero es un lagunero ciento por ciento, porque después del accidente sus hijos le propusieron vivir en mejores climas o sitios más cómodos y entonces sintió que esto, La Laguna, Torreón, donde ha vivido sus buenos cincuenta años era lo suyo y aquí está para los restos como uno de LOS NUESTROS.