Todo parecía propicio para que, al nacer, Susi, como muchos le llamamos con cariño, gozara de una vida totalmente llena de lo mejor que, en lo material, este mundo ofrece.
Nació en esta ciudad de Torreón el 29 de marzo de 1951, es decir, al principio de aquella primavera, siendo la segunda hija de Raúl Hoyos Hoyos y Manola Fernández Marines y por lo mismo era nieta de Abilio Hoyos, acaso el agricultor más rico en aquel medio siglo en el que cuatro días antes de nacer Susi el licenciado José Gerónimo García Jiménez fue nombrado Presidente Municipal Interino de nuestra ciudad con motivo de la renuncia que a ese cargo presentara Román Cepeda Flores para pugnar por la candidatura al gobierno de nuestro Estado.
El doctor Guillermo Tinajero era por entonces el pediatra más destacado en La Laguna; recibía a los sucesores de nuestros más prominentes apellidos (sin exclusión de muchos otros que no lo eran, claro) y por supuesto, él fue quien recibió a Susi Hoyos Fernández al llegar a este mundo.
Los primeros cuatro años de Susi fueron normales, es decir: gateó, se puso vertical, trastabilló, hizo caer y rompió todo lo que le tocaba, y dijo de un tirón sus primeras palabras, pues no anduvo tartamudeando ni cosas por el estilo. Por otra parte, fue la segunda decepción de su padre que quería varones como descendencia y ya Alejandra, la hermana mayor de Susi había sido la primera en no darle ese gusto a su padre, y después llegarían Gabriela, y Georgina para hacerlo rabiar, hasta que nació Abilio que fue el quinto, de los que se dice que todos dan gusto. Y luego Manuel y Gerónimo. Pero, ya para entonces él se había acostumbrado a quienes crió como hombres, es decir, subiéndolas lo mismo en bicicletas que en caballos.
Luego, repentinamente, cuando Susi apenas tenía cuatro años aparece en su vida el infortunio, en su terrorífica versión de Poliomielitis, haciéndola su víctima diríase que con verdadera saña: y aquel cuerpo hasta un minuto antes lleno de salud y con una inquietud que le mantenía en constante movimiento, con excepción de los dedos de las manos, se queda quieto. Quieto del cuello a la punta de los dedos de los pies.
Recordar lo anterior, sólo recordarlo, entristece a Susi. Y en cuanto a su madre, tuvo que enfrentarse a la decisión de qué hacer, si dar la vuelta para amparar a Susi, tuviera lo que tuviera, en el prestigio de aquellos hospitales, porque esto ocurrió en el asiento de atrás de un coche en el que ambas volvían de Houston, a donde su madre había ido de compras y ella de acompañante, y en el que, de pronto Susi soltó aquello de “Mamá: no puedo moverme”.
Por encima de la confianza en toda la ciencia que podían comprar, en Manola Fernández, madre de Susi, apareció su espíritu religioso y la gran devoción que desde niña sentía por la Virgen del Perpetuo Socorro y por San Gerardo María de Ligorio. Decidió, pues, no retroceder y llegar cuanto antes a Torreón. Avisado su esposo, llamaron de inmediato a los que tenían que llamar, vieron a los que tenían que ver, dándoles libertad para hacer lo que tenían qué hacer, que era lo mejor que entonces se conocía. En cuanto a ella, doña Manola, el caso se volvía un asunto de fe, y la tenía. Para ella lo que se necesitaba era un milagro y eso era lo que pedía. Nada menos. Entre tanto, por una parte la ciencia iba haciendo su parte diariamente, y el milagro elaborándose lentamente. Susi iba siendo la paciente paciente que, desde el primer día iba aprendiendo que la salud para recobrarse necesita tiempo, arma que es más fuerte que las débiles armas del amor.
Un día, al fin algo nuevo: movió los dedos de las manos, y comenzó a llenar cuadernos y cuadernos de píntelo usted solo. Dos años después de que la polio le atacara cuando tenía cuatro años, al cumplir seis comenzó a desaparecer.
Susi fue creciendo y con ello, ¡vuelta a las andadas!, le apareció un desvío en la columna. En ese tiempo fue cuando vino a visitarlos el cantante Alberto Vázquez, emparentado con ella por su matrimonio con María del Rocío “La Charra Hoyos”, quien insistió en llevársela a la Ciudad de México para que allá la atendieran, y así fue. En la capital la atendió el Dr. Eduardo Luque, quien la trajo cinco años envuelta en yeso y la operó a los 15 años.
En 1970 volvió a su terruño. Muchas cosas habían cambiado desde que se había ido. Grandes fortunas se habían terminado, otras padecido notablemente, entre ellas las de su padre y su abuelo. Ella se puso a trabajar y a estudiar de noche, en tanto seguía su rehabilitación.
En 1970 terminó la preparatoria, y años después, estudiando de noche, en 1987 terminó la carrera de Licenciada en Administración Pública, a la que años después agregara un diplomado en Administración de Hospitales gracias a una beca del Instituto Nacional de Salud Pública.
Como Maestra Titular Administrativa en instituciones de salud, Susi dio clases en la Ibero en 1992 y del 88 al 90 en los cursos post básicos a través de las jefaturas de enfermería del Hospital Universitario se impartían en la Facultad de Medicina, una de cuyas generaciones lleva su nombre.
Todos estos años no sólo han sido de lucha, de trabajos y estudios sino, también, de sufrimiento. La vida de Susi es una vida ilusionada, brillante, ambiciosa. Hoy no es aquella niña que apenas sí llegó a darse cuenta de que podía tener todo lo que quisiera con sólo pedirlo, sino una mujer de voluntad tan acerada que está convencida de lograr todo lo que se proponga sólo con que la vida le dé tiempo, como lo ha venido haciendo, incluida en sus conquistas la belleza corporal.
Todavía en el 92 tuvo necesidad de ver al doctor Luque en la capital, por la mala formación de su columna, que le causaba problemas para respirar, oprimiéndole el pulmón y deformándole el tórax. Pero, Susi jamás se quejaba. Luchaba, eso sí, nunca ha dejado de hacerlo. Cuando la recibió el Dr. Luque, le dijo: Te voy a operar. Y Susi dijo: está bien. Fue una cirugía de nueve horas con respirador mecánico. De ello hace 12 años. En el 97, 15 días después de operada la dieron de alta. Su destino la probó como a pocas, pero se encontró con una mujer entera, una mujer dispuesta a pasar por esta vida dejando huella. Ha sobrevivido a lo que ha sobrevivido porque está hecha para sobrevivir. Y lo que hace que la vida sea verdaderamente vida es eso, precisamente. Al final de cuentas la vida no es buena ni mala. Es como nosotros la hacemos. Lo que sí es, es única. Por eso hay que vivirla. Vivirla enfrentándola. Como la ha vivido Susi, sin negarse nada, ni siquiera la maternidad, pues, casada, tiene un hijo que le ha dado muchas satisfacciones. Por todo ello ha llegado a ser lo que es: Una de LAS NUESTRAS. Y Susi, yo sé ahora que usted sabe que lo que ha alcanzado no es el fin. Que sea lo que sea, hay que olvidar el aplauso y la palmada en la espalda y comenzar de nuevo.