Hace diez años caía baleado Luis Donaldo Colosio. La terrible escena mostrando la fragilidad letal de un ser humano, repetida al infinito, sacudió al país y recorrió el mundo. Una década después más del 90 por ciento de los mexicanos sigue pensando que fue un complot. Con la cabeza repleta de intrigas evadimos lo evidente: hay un asesino confeso, es por cierto un desquiciado mental; allí está la pistola barata, el anuncio previo a la novia y un vacío de motivos. Fiscales especiales han entrado y salido concluyendo lo mismo: fue un asesino solitario. Lo paradójico del caso es el rechazo a la versión sustentada en los hechos: nos parece inverosímil y poca cosa. Con superficialidad desechamos esa posibilidad. Volvemos el rostro para no mirarnos al espejo.
En la versión del complot un grupo obligadamente pequeño, con un fin avieso, fue quién tomó la decisión. Un horror. La ambición de poder da para todo. Hay que encontrarlos y se acabó. Por cierto no ha ocurrido ni hay nuevas pistas. Pero en el caso del asesino solitario el veneno, la violencia como alternativa, está en la sociedad, esperando brotar en cualquiera, Aburto por ejemplo. El veneno está entonces en nosotros mismos. La teoría del complot nos entretiene y así nos evadimos de la realidad: la sociedad mexicana está enferma, invadida de violencia. Violencia fue la alternativa tomada por el EZLN. Violencia la desatada entre las comunidades por conflictos religiosos o étnicos, no sólo en Chiapas, también Nayarit o Hidalgo. Violencia la de los guardias blancos fuera de control. Violencia las de supuestos policías, Aguas Blancas y compañía. Violencia la de los frecuentes linchamientos, como en Morelos, de los cuáles escuchamos como parte de la normalidad. Violencia la de los enfrentamientos entre narcos que se apoderan de las ciudades. Violencia la de las decenas de miles de crímenes que cada año reciben la impunidad como respuesta.
Hoy 23 de marzo podríamos armar una nueva teoría de la conspiración que seguramente vendería muy bien y de nuevo dejaríamos de lado el hecho de que tres de cada cinco mujeres han vivido algún tipo de violencia en sus hogares y que los desequilibrados como Aburto hoy pueden ser muchos más. Podríamos de nuevo presentar el hecho como algo verdaderamente excepcional sin admitir que hemos sido incapaces como sociedad de darnos normas eficaces para controlar las armas. Diez años después hay zonas de la ciudad de México,—Tepito— pero también de Tijuana o por qué no de Ciudad Juárez con su interminable rosario de muertas, donde las policías ni remotamente pueden dar garantía de nada. México hoy es un país más violento. PRI, PAN o PRD, quién esté en el poder, da lo mismo. Esa es la verdadera tragedia que está detrás. Potencialmente todos somos Colosio.
Así mientras el candidato muerto tiene su monumento en Reforma y a la sociedad le seguimos dando falsas esperanzas de que por fin aparecerán los “autores”, a diario decenas de nuevos crímenes quedan, esos sí, en la total impunidad. Diez años después de la muerte de Colosio los ministerios públicos siguen siendo igual de corruptos. Las escasísimas investigaciones criminales que se desatan son en su inmensa mayoría improductivas, nada sale de allí. La sociedad mexicana sufre hoy más heridas, actos de injusticia que tarde o temprano buscan venganza, emoción incontrolable del ser humano. Violaciones, asaltos que devienen en crímenes absurdos como el de la hija de don Henrique González Casanova.
Ese es el México muy violento en el que a diario vivimos, el país en el que se pierden tráileres y hasta vagones de ferrocarril. El México que en diez años ha sido incapaz de crear mecanismos generalizados de autorregulación para que los medios no inculquen, no siembren violencia a través de las pantallas. ¿Qué programas de televisión miraba Aburto? Exactamente los mismos que siguen mirando decenas de millones todos los días. ¿Qué hemos hecho para que este país de verdad sea menos violento? Hay acaso un mejor control de las armas o nuevas instituciones para contender con la creciente violencia intrafamiliar.
Cómo estamos pensando enfrentar la hiriente realidad de que la proporción de hogares sostenidos exclusivamente por mujeres, alrededor de cinco millones, crece incontenible. Tanto que hoy se habla de filantropía y de amor a nuestro país y de “Vamos México” para acá y para allá, pero ¿cuánto se ha incrementado el apoyo real a los niños de la calle? Decenas de miles de criaturas abandonadas, infantes que a los pocos años ya son adictos al cemento como puerta de entrada a un mundo de horror. Cuántos Aburtos potenciales no andarán por allí en el creciente número de enfermos que dependen de sustancias cada día más destructivas. Se afirma que ya más del 80 por ciento de los delitos de la Ciudad de México son cometidos por jóvenes que tienen como móvil conseguir dinero rápido para atender su adicción.
Se acordará el lector de la creación, con bombo y platillo, hace apenas un par de años del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad. Se necesitaban datos ciertos de criminalidad para poder actuar se dijo, pues esa institución está a punto de desaparecer. Ahora, después de dar a conocer cifras que molestaron a algunos gobernadores prominentes, resulta que ya no hay interés ni presupuesto. Así de consistentes somos en nuestra lucha en contra de la violencia. El Congreso puede esperar lo que sea necesario sin pasar la iniciativa que daría independencia al Ministerio Público, que abriría la posibilidad de juicios orales y de alternativas eficaces en la persecución del delito. Pero para que darle prisa, total la violencia está a diario en los microbuses a los cuáles no se suben los señores legisladores. Y qué decir de los secuestros, tradicionales o en su modalidad exprés. Para no olvidar lo que es ese horror vale la pena leer el terrible testimonio de Eduardo Gallo, el padre que tomó la investigación de su hija en sus manos. Las tragedias siguen desfilando a diario frente a nuestros ojos, como la de Eric Benítez, el niño de diez años muerto por su captores hace apenas unos días.
Incapaz de tomar medidas efectivas que den garantías mínimas de seguridad, el Estado mexicano se mira acorralado frente a una delincuencia que todo lo invade. Esa es la razón central de la existencia del Estado. Pero resulta que en México no nos podemos poner de acuerdo en los impuestos que debemos pagar y en pagarlos y por lo tanto no hay dineros para combatir la violencia que es parte asumida de nuestra vida cotidiana. Pasamos junto a ella sin mirar, como hacemos con los animales muertos en las calles. Mejor entonces sigamos con las divertidas conspiraciones. Para qué pensar que a Luis Donaldo Colosio lo mató México.