Viñales (Cuba) (EFE).- Tras los mogotes del Valle de Viñales, uno de los más emblemáticos parajes cubanos, se esconde la aldea de los "acuáticos", una comunidad campesina que mantiene inalterable su fe en los poderes curativos del agua desde hace décadas.
El origen de los "acuáticos" se remonta a la década de los 30 y va ligado a la figura de Antoñica Izquierdo, una campesina que defendió los poderes curativos del agua y que, según la leyenda, salvó la vida de su propio hijo y de muchos de sus vecinos.
Antoñica, que habitaba en la zona conocida como los Cayos de San Felipe, en Pinar del Río (oeste de la isla), se convirtió en la principal, y en muchos casos única, alternativa de curación para los empobrecidos guajiros cubanos de la época.
Esta mujer logró crear un movimiento que, además de compartir la fe en los poderes curativos del agua, renegaba de la política y del derecho al voto y rechazaba la asistencia de los niños a las escuelas.
Según los estudiosos del tema, Antoñica llegó a atender a algunos estrechos colaboradores del dictador Fulgencio Batista antes de caer en desgracia cuando los poderosos de la región se sintieron amenazados por su popularidad y terminaron encerrándola en un manicomio de La Habana.
Su muerte no terminó con la cultura de la fe en los poderes curativos del agua, que décadas después siguen practicando los "acuáticos".
Nueve de estas familias están asentadas desde hace sesenta años en la Sierra del Infierno, un zona de singular belleza pese a su nombre, escondida tras los mogotes del Valle de Viñales, en Pinar del Río.
Los "acuáticos" son descendientes de emigrantes españoles, concretamente canarios, viven de su trabajo como agricultores, son semi-analfabetos y mantienen la fe en los poderes del agua, según el historiador de Pinar del Río, Ricardo Alvarez.
El grupo conserva algunas de las costumbres de sus ancestros que han sido respetadas por la revolución de Fidel Castro.
Por ejemplo, no aceptan servicios médicos, aunque en los últimos años han tenido que recibir atención médica en casos de peligro de muerte, recordó Alvarez.
Muchos no tienen documento de identidad y no aprueban que sus hijos acudan al colegio pero no se niegan a la visita de un profesor tres veces por semana para instruir a los seis niños de la comunidad.
La aldea, explicó el historiador , se abastece de agua a través de un pequeño acueducto construido por ellos mismos que canaliza las aguas de un manantial y se alumbra gracias a un panel de energía solar instalado recientemente.
La inclusión de la aldea en las guías turísticas ha convertido a los "acuáticos" en objetivo de viajeros y curiosos ansiosos por conocer el secreto de la longevidad de los vecinos de la Sierra del Infierno.
Muchos salen decepcionados de la visita porque no hay tal secreto. Ni aguas milagrosas en la sierra, ni ritos espectaculares. Sólo la fe en el poder del agua.
"El agua no es la cura, es la fe que tu pones en lo estás haciendo. Tienes que poner la fe en que el agua es que te va a curar la enfermedad", aseguró Antonio Rodríguez, nieto de Félix Rodríguez, que fue el "acuático" más viejo hasta su muerte, a los 93 años, en 2001.
"Mi abuelo tenía un hijo enfermo y Antoñica Izquierdo lo curó con agua. Ya en mi familia nadie se curó de otra manera desde entonces", recordó Antonio.
Su tío Sixto, de 75 años, atribuye su extraordinaria salud a tres baños diarios con fe, aunque reconoce que "desde que curamos con agua ha habido, como en todos los lugares, enfermos y muertos, porque hay enfermedades que no se curan con nada y no hay nada que cure todo".
Para Sixto, la clave no está en la calidad del agua porque "sirve cualquier agua natural, en cualquier lugar que se encuentre, depende de la fe que tenga el individuo. El que se cura con agua se cura donde quiera, como ustedes con la medicina".
Por si acaso no se trata sólo de fe, no son pocos los visitantes que aprovechan para tomar un poco de agua en las viviendas de los "acuáticos".
