KIRUNA, Suecia (AP) .- Entrecerrando los ojos para protegerse del sol de invierno que despunta en el horizonte, Hans-Goeran Partapuoli revisa el espeso colchón de nieve que lo cubre todo en busca de huellas de linces o glotones, enemigos tradicionales de sus renos.
Lo hace más bien por hábito. En la actualidad, los peligros más graves que enfrentan sus 1.500 renos son automóviles, trenes y motonieves que cruzan de un lado a otro el territorio helado cerca de Kiruma, una ciudad minera a 150 kilómetros dentro del Círculo Ártico.
"El peor depredador es el sueco mismo", se queja el pastor de 45 años, mientras observa el paso cansino del rebaño por la nieve.
Su lamento refleja el arraigado resentimiento entre los samis, un pueblo otrora nómada esparcido por la Laponia --o sapmis, como ellos mismos se llaman--, una región que abarca el extremo norte de Suecia, Noruega, Finlandia y el rincón noroccidental de Rusia.
Los samis, a quienes se conocía antes como lapones, han preservado su idioma y tradiciones pese a los esfuerzos de sus gobiernos por asimilarlos. Han abandonado su vida nómada y reservan sus atuendos coloridos y sombreros emplumados para las ocasiones especiales, aunque conservan su propia bandera e himno nacional, símbolos creados en 1986.
Pese a que en las últimas décadas se ha tomado más conciencia sobre la cultura sami, las disputas sobre la tenencia de tierras y los derechos de caza y pesca siguen causando fricciones en las relaciones entre los samis y los descendientes de los colonos noruegos y finlandeses.
"El problema es que Suecia todavía no ha terminado de aceptar su pasado colonial", conjetura Lars-Anders Baer, miembro del semiautónomo Parlamento Sami de Suecia. La asamblea decide las cuestiones relativas al idioma y cultura de los samis, pero está subordinada al gobierno central en Estocolmo.
Baer compara la situación de los 80.000 samis, que viven mayormente en Noruega y Suecia, a la de los indígenas estadounidenses, ambos desplazados de sus tierras por los colonos europeos y a menudo oprimidos.
En vez de establecer reservas para los samis, los gobiernos nórdicos trataron de absorberlos. Noruega desalentó el pastoreo de rebaños de renos y proscribió el idioma sami en las escuelas hasta los años 60. Hoy sólo un 10% de los samis pacen sus rebaños.
Los gobiernos nórdicos ahora aceptan la cultura sami como parte de su propia tradición.
Suecia se disculpó formalmente en 1998 por las injusticias cometidas contra los samis y al año siguiente reconoció el sami como idioma minoritario.
Finlandia incorporó una enmienda constitucional en 1996 para conceder mayor autonomía a los samis, incluyendo el derecho al uso de su idioma sami --relacionado con el finlandés-- para comunicarse con el gobierno. En la Laponia finlandesa, donde el gobierno es propietario de casi toda la tierra, hay una iniciativa para devolver parte de esos territorios a los samis.
Pero Finlandia, Suecia y Noruega --críticos diligentes a los abusos de los derechos humanos en todo el mundo-- son acusados rutinariamente por las Naciones Unidas por no respetar los derechos de sus propias minorías. Suecia y Finlandia no han firmado la convención de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas; Noruega ya lo hizo.