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Los tres petardos

Gilberto Serna

Los mexicanos no somos dados a crear focos de insurgencia, por lo que la detonación de petardos en la madrugada del pasado domingo debe considerarse como la expresión de un grupo que tiene como deseo que el ruido que produzca la pólvora despierte a las autoridades del marasmo en que se encuentran. Se le reprocha al Gobierno Federal que no haya puesto en prisión a los que han lucrado desde sus cargos públicos. En ese tenor Guido Belsasso estaría sirviendo de ejemplo de cómo se castiga a los funcionarios deshonestos, poniendo en un brete a lo que hacen los otros, los del DF, quienes, se dice, les han otorgado una carta de impunidad a los que fueron cogidos recibiendo dinero ilícito. Es cierto que ya pasaron nueve meses, desde que fue descubierto por periodistas, que Guido cometía el delito de tráfico de influencias. Diremos que más vale tarde que nunca. Se sabe que a Belsasso se le nombró comisionado del Consejo Nacional contra las Adicciones por ser esposo de Sari Bermúdez, quien durante la campaña foxista actuó como personera de Marta Sahagún.

La humanidad se encuentra perpleja, pues si volteamos a nuestro alrededor veremos que al igual que las tribus salvajes no hemos parado de pelear durante todo el curso de la historia. En uno u otro de los continentes no pasa un momento en que la prensa no nos ponga al tanto de lo que ocurre lo mismo en Chechenia, que en África, que en España, en América Latina, en Afganistán o últimamente en Irak. Somos un mundo violento en que las causas son lo de menos. Quizá los mexicanos actuales seamos la excepción. No hay que olvidar las guerras floridas del México azteca en que se buscaba hacer el mayor número de prisioneros para sacrificarlos ante sus dioses. No podríamos decir que somos del todo pacifistas pues tuvimos un costo de vidas en las guerras en que nos hemos visto obligados a tomar las armas como fue el caso de las intervenciones francesas y estadounidense. En el terreno doméstico lucharon los mexicanos durante la Independencia, lo hicieron en la época de las Leyes de Reforma y también en el movimiento armado que derrocó a Porfirio Díaz.

No somos ajenos a movimientos sociales. Sin embargo acostumbramos, bajo el pretexto de no alarmar a la sociedad, a no darle importancia a sucesos como los ocurridos en Jiutepec, Estado de Morelos, donde tres artefactos produjeron al ser accionados, estropicios en igual número de sucursales bancarias. No hace mucho en este mismo sexenio gubernamental se produjeron explosiones en el Distrito Federal que causaron daños en instituciones crediticias. Lo que no nos permite ignorar que vivimos en un país de enormes desigualdades sociales. Ahora que no por los problemas que arrastramos debemos permitir que se resuelvan bajo la vía de la violencia. Tenemos partidos políticos, elecciones que pueden o no ser democráticas, poderes de la Unión que no funcionan como debieran pero que le dan a este país un aspecto de libertad en el que simulada o realmente está representado el pueblo. Hay pues de todo, ¿será así?, para resolver pacíficamente nuestras diferencias. Lo que sucede es que el tiempo apura.

¿Qué lección nos debe dejar lo sucedido? Lo primero es que debemos acabar con las farsas. No acabo de entender qué pasa cuando se usan las dependencias del Gobierno para impedir que en el futuro la gente escoja al gobernante que prefiera. Lo que está ocurriendo en el centro del país debe ponernos a temblar, pues en medio de una agresión, aparentemente legal, se pretende dejar fuera de futuras contiendas electorales a un sector que no es del agrado de los que en la actualidad detentan el poder. La derecha, el centro y la izquierda eran los matices en que se movían las fuerzas políticas. Su existencia era una fórmula ideal para mantener la tranquilidad social. Durante décadas se guardó ese equilibrio. Al venir el cambio los que tomaron las riendas del país no parecen confiar en la democracia. Hablan de ella como si hubieran inventado, no se les cae de la boca, pero al paso de los días muestran que, cuando no les conviene lo que el pueblo pueda decidir, reniegan de ella. Los tronidos puede que constituyan una llamada de atención. Nos dice: el que tenga oídos que escuche.

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