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Los usos del terrorismo

Jorge Zepeda Patterson

Cosas de la vida: Bin Laden, el enemigo público número uno de Estados Unidos, será el fiel de la balanza, el factor decisivo, en la reñida competencia entre George W. Bush y John Kerry por la Presidencia. El terrorismo ha cambiado el presente y el futuro de las sociedades modernas, de una manera que nadie podría haber anticipado hace cinco años. La mejor muestra es el caso de España. Independientemente de que muchos simpaticemos más con el régimen de Zapatero del PSOE, que con el de Aznar del PP, el hecho es que el PP seguiría gobernando sino hubiese sido por los atentados a los trenes de Madrid días antes de las elecciones. Nunca los terroristas habían tenido un impacto tan inmediato y visible en un régimen político como el que se dio este año con esta la increíble sucesión de hechos que experimentó la sociedad española. Algo parecido podría estar sucediendo en Norteamérica.

Para empezar, nada ha cambiado tanto la evolución de la economía y la política mundial en este arranque de milenio, como el atentado a las torres de Nueva York. En los ejercicios de historia alternativa tendríamos que hacer un verdadero esfuerzo para imaginarnos cómo hubiese sido el mundo si Bin Laden no hubiera tenido éxito en Manhattan. Incluso el Gobierno de Fox sería distinto en el marco de una relación intensa y abierta con Estados Unidos y con un contexto económico mundial mucho más favorable. Pero la sociedad norteamericana se blindó en torno a la seguridad, la guerra distanció a unos y a otros y la economía hizo morder el polvo a todo el planeta. Al Queda logró más para conmover a Wall Street y el capitalismo en dos horas de ejercicios aéreos acrobáticos, financiados por la Boeing, que el Ejército Soviético en décadas de amenazas y presupuestos bélicos multibillonarios.

El terrorismo ha desmontado la piedra fundamental sobre la que se cimentaron las estrategias de búsqueda de seguridad en las sociedades modernas. Siempre se pensó que las peores amenazas para un país procederían de un país vecino. Por consiguiente, la mejor manera de preservar la tranquilidad consistía en armar un Ejército superior o equivalente al de los vecinos. Se suponía que la guerra y la paz quedaban definidas por un asunto entre Estados soberanos. Por eso es que al final de la Segunda Guerra Mundial, se fundaron una serie de organismos internacionales (en especial la ONU) que pugnaba por el arreglo de los asuntos mundiales, con el protagonismo de los Gobiernos.

El terrorismo internacional ha trastocado esta lógica. No hay manera de sentarlos a negociar en La Haya o Nueva York. Sin interlocución es imposible resolver el conflicto. Incluso el poderoso aparato militar estadounidense, la peor arma de destrucción concebida desde el origen de la especie, es impotente contra este enemigo. Simplemente no hay Ejército contra el cual medirse. Atacar un avispero con un garrote es la mejor manera de describir el combate que hasta ahora ha conducido El Pentágono en contra de Al Queda. La guerra contra Irak fue una operación fulminante de eficiencia militar, pero el balance en términos de operaciones terroristas simplemente resultó desastroso.

En la Edad Media o en la Antigüedad, un terrorista se les habría visto negras para conmocionar a sus semejantes. A lo más que podía aspirar era a realizar un atentado en contra del soberano. Pero un atentado político es eso, un acto político que puede no tener mayores repercusiones sociales. Muerto el rey, viva el rey y la población sigue viviendo tal cual, dependiendo de los arreglos entre los actores del poder. La diferencia con el terrorismo es que se trata de un acto político sí, pero perpetrado a través de la sociedad.

Ahora bien, pocas veces los actos terroristas alcanzan sus fines últimos. Ni ETA se encuentra más cerca de lograr la autonomía de la región Vasca, ni Al Queda ha disminuido un ápice el proceso de globalización del orbe. Lo que sí consiguen es una multiplicación de impactos de efectos impredecibles. La única certidumbre es que al final es la sociedad la que paga los efectos del terrorismo. Y no tanto por el resultado de un bombazo, sino por los usos que los Gobiernos hacen del miedo.

Antes de los atentados del 11 de septiembre, Bush se encaminaba a una debacle presidencial. Su régimen tenía todas las trazas de convertirse en el peor de las últimas décadas. Bin Laden convirtió a las posiciones anacrónicas de derecha de Bush en una estrategia patriótica exitosa. El simplismo y la incapacidad del tejano se hicieron de pronto el mejor brazo vengador de la sociedad.

A tres meses de la elección presidencial, Bin Laden es el elemento más decisivo de la política norteamericana. Sin él Bush estaría perdido en sus aspiraciones. Gracias a la política del miedo y a los continuos llamados de alerta roja y amarilla, que mantiene un mínimo margen de posibilidades. Y sin duda, un atentado de Al Queda en los próximos meses lo reelegiría para otros cuatro años.

Cada día mueren de Sida en África más personas que las que sucumbieron aquel 11 de septiembre. Cada hora fallecen más niños de desnutrición en el mundo que las vidas que Bin Laden ha podido segar en su trayectoria. Es el pánico, la desproporción y el uso del miedo por parte de los poderosos, lo que ha hecho del terrorismo un jinete del Apocalipsis.

(jzepeda52@aol.com)

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