En aquel tiempo llegaron al oriente de la ciudad, en Torreón, a una casa sobre la que dejaron caer toda su metralla, la que parecería, por la furia desatada, que querían derrumbar. A la luz de un nuevo día, alguien comentó en voz baja, la dejaron como coladera. Adentro se encontraba una familia que fue llevada al aeropuerto donde un avión les trasladó a la Ciudad de México. En aquella metrópoli se les encerró en el campo militar número uno. Años después la mujer salió de su encierro y relató el infierno que vivió privada de su libertad. Eran los años del echeverriato cuando la policía política actuaba sin necesidad de cumplir con ninguno requisito legal, como si se hubieran suspendido las garantías individuales y día a día se estuviera trabando una feroz batalla. La mayoría de los detenidos, fueron torturados para lograr sus declaraciones, otros, simplemente fueron desaparecidos.
La pregunta que debo hacerme, es: ¿dónde estaban los senadores?, ¿dónde los diputados federales?, ¿en que lugar se hallaban los miembros del Gabinete, los gobernadores, los presidentes municipales? ¿dónde estábamos nosotros? ¿Usted y yo? La respuesta es obvia: callados, en una absoluta sumisión, con la cara escondida, mirando al piso, sin atrevernos a disentir de la forma como los gobiernos a cargo de Gustavo Díaz Ordaz, (1964-1970) Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982) a la sazón Presidentes de la República, mandaban reprimir a sangre y fuego a organizaciones fuera de la Ley, ordenando secuestros, torturas, desapariciones y homicidios de activistas, en lo que luego se conocería como la “guerra sucia”. Lo que me ha dado la clave de lo sucedido, es un párrafo actual al pie de una fotografía, en una de las notas periodísticas en que se narran los pormenores de la detención de Nazar, la que es del tenor siguiente: los empresarios de Monterrey enviaron al detenido en la cárcel de Topo Chico, “alimentos como para tres meses”.
Si algo realizó, de lo que se le atribuye, está perdonado de antemano por un poderoso grupo empresarial. Él dice que sólo hizo cumplir el orden, que había que combatir a los terroristas y a la guerrilla con el mismo fanatismo que ellos tenían. La imagen de un Estado represivo, filosofía que compartía Nazar Haro, la justificó el general Mario Arturo Acosta Chaparro, cuando dijo a un reportero que lo entrevistaba, “a ustedes les gusta la libertad, salir a las calles e ir al cine. Bueno, pues para que vivan hombres como usted, como su familia, con tranquilidad, para eso ¡tiene que haber gente como yo!”. Esto cabe entenderlo, sin tapujos ni circunloquios, que es necesaria la existencia de verdugos que torturen y asesinen en nombre de la libertad, los que después, para tranquilidad de las buenas conciencias, cuando ya pasó el peligro, serán carne de presidio.
La Dirección Federal de Seguridad, alega Nazar, fue la institución que guardaba la paz en el país y el bienestar de todos los mexicanos. La lucha era contra los grupos violentos que ponían en riesgo la estabilidad del país, agregó. Quizá, pienso yo, no había otra manera. No obstante me contesto, ¿en un estado de derecho?, quizá si la había. Esto no deja de producir un verdadero revoltijo de ideas encontradas. Lo que habría que saber es hasta dónde los guerrilleros eran culpables de lo que se dijo hacían y cuál hubiera sido el México de hoy si se les hubiera dado manga ancha. El comportamiento de los cuerpos policíacos ¿debió limitarse a perseguir, capturar y poner a disposición de las autoridades judiciales? o era preciso desaparecerlos, que es un eufemismo tras el que se esconde la palabra asesinar. Dicho de otra forma, ¿somos tan mojigatos que nos escandaliza que alguien proteja nuestros intereses a cualquier precio, aun el de violentar el estado de derecho? O ¿lo horroroso es enterarnos hasta donde llegan los veneros de maldad en el ser humano?