Sale Alejandra, mi nieta pequeñita, de su jardín de niños. Ha habido fiesta en el jardín: ella es una princesa con vestido de encaje blanco y zapatillas de cristal. La cabellera de Ale es un pequeño sol que va con ella a todas partes; su sonrisa hace que sonría el mundo, y con sus ojos podría hacer que la más nocturna noche se convirtiera en día.
La ve una señora que va pasando y exclama contristada:
-¡Ay, cómo a mí no me dio Dios una niña!
No esté triste, señora. A todos nos da Dios una niña. Nos la puede dar en la forma de una madre, de una esposa, de una hija o una nieta. En toda mujer hay una niña, lo mismo que en cada niña hay ya una mujer.
Yo tomo de la mano a Alejandra, mi pequeña niña. El corazón se me hace blanco igual que su vestido, y mi alma tiene ahora la misma transparencia de sus zapatillas de cristal.
¡Hasta mañana!...