Aquel escritor visitó un cementerio. Se sorprendió al ver que las fechas de nacimiento y muerte que se leían en las lápidas mostraban muy pocos años de vida: un año, dos o tres... Le preguntó al sepulturero:
-¿Es que sólo hay niños en este panteón, y todos muertos a muy corta edad?
-No, señor -respondió el hombre-. Todos los que aquí están son hombres y mujeres maduros. Los años inscritos en su lápida muestran el tiempo que en verdad vivieron. Ahí están sumados los días de amor, de plenitud, de bien; los días vividos lejos de la rutina, la indiferencia, el egoísmo, la falta de interés en los demás... Por eso los que están aquí vivieron tan poco: porque la mayor parte de sus días no los vivieron bien.
Cuando salió del cementerio el escritor iba pensando cuál sería su edad. ¿Un año? ¿Dos acaso? ¿Tres?
¡Hasta mañana!...