No hay flores más hermosas que las que da el desierto. A su lado una rosa de jardín es como era Doris Day comparada con Sofia Loren. Yo he caminado por los desiertos del norte de Coahuila, y puedo por eso reír cuando alguien dice que el desierto es desértico.
En el desierto, igual que en todas partes, late la vida con el latido de un poderoso corazón. La aparente desolación de los secanos guarda amorosa la semilla que a la primera lluvia habrá de germinar con la fuerza de todo el universo. En primavera -y no hay primavera más intensa que la de los desiertos- florecen los nopales, los cactos, las biznagas... Sus flores son de color de púrpura, como la sangre, o gualda, con el color del sol. Cada flor es un grito de amor vibrante que convoca a otro amor a fin de perpetuar la vida.
Ni en la naturaleza ni el hombre existen los desiertos. La vida está en todas partes, y su eternidad se impone sobre la muerte, que es apariencia nada más.
¡Hasta mañana!...