Estas rosas tienen más hermosura de la que pueden soportar. Se doblan entonces sobre el tallo, como en homenaje a su propia belleza, y así rendidas parecen reinas que ofrecen el cuello a su verdugo, el tiempo.
Yo no sé si cortarlas antes de que los días las maten o dejarlas en el rosal hasta que mueran. Efímeras y eternas son las rosas, imagen de la vida inmortal y pasajera. Si temblamos en la presencia de la muerte deberíamos temblar también en la presencia de la rosa.
Dejarla sola es lo mejor que con una rosa puede hacerse. Sobre todo no hay que escribir sobre ella, pues eso la profana. Mírala nada más, y no de cerca. Que la rosa sea rosa, y ruede el mundo.
¡Hasta mañana!...
