Aquella mañana San Virila parecía llevar dentro de sí todo el gozo del mundo. Salió de su celda cantando una canción, y cuando llegó al huerto abrió los brazos para que en ellos se posaran los pájaros del cielo. Ellos creían que aquel humilde fraile era un árbol que caminaba.
-¿Por qué estás tan contento? -le preguntaron sus hermanos. (Los religiosos, como no eran santos, sospechaban de todas las alegrías). Y respondió Virila, jubiloso:
-Ustedes dicen que yo hago milagros. La verdad es que los milagros se hacen a través de mí. Y ayer se obró en mí el mayor milagro.
-¿Cuál es? -quisieron saber los compañeros.
Les dijo San Virila:
-Hice lo que el Señor me pide, en vez de esperar que el Señor haga lo que le pido yo.
¡Hasta mañana!...