Iba la lechera con su cántaro. Por el camino iba pensando el pensamiento que conocemos ya: vendería la leche; con el dinero se compraría pollos que al paso del tiempo se volverían gallinas que le darían huevos y más pollos; los vendería para comprarse una ternera que a su vez se convertiría en vaca que le daría más terneras; las vendería; se compraría una casa y entonces sí hallaría marido.
Iba pensando todo eso la lechera. En dirección contraria venía el moralista (los moralistas van siempre en dirección contraria). Pensó el hombre que la muchacha no tenía derecho a soñar (los moralistas piensan que nadie tiene derecho a soñar), e ideó una linda fábula moralizadora: la lechera tropezaría, se le caería el cántaro, y adiós todos sus sueños.
Las mujeres, sin embargo, siempre saben lo que piensan los hombres, aunque sean moralistas. Adivinó la muchacha lo que venía pensando el moralista y le rompió el cántaro en la cabeza. Es cierto: por el momento ya no hubo leche, pollos, gallinas, vacas, terneras, casa y marido. Pero valió la pena. Sí, valió la pena.
¡Hasta mañana!...