Llegó sin anunciarse y dijo llanamente:
-Soy el hilo negro, para servir a usted.
Yo le dije mi nombre y le extendí la mano, según las buenas formas determinan. Luego le pregunté en qué le podía servir.
-Vengo a que me descubra -dijo.
Mi gesto debe haber sido de interrogación.
-Sí -continuó-. Todos hablan de descubrir el hilo negro. Nadie habla nunca de descubrir el hilo blanco, o rojo, o amarillo. Se supone que están ya descubiertos. Pero a cada rato se dice: "No quieras descubrir el hilo negro". ¿Por qué a mí nadie me quiere descubrir? ¿No me haría usted el favor de descubrirme?
La verdad, no tengo la curiosidad que se necesita para hacer descubrimientos, y así se lo dije. Pero él insistió en su petición: quería que yo lo descubriera. Accedí, finalmente, y lo descubrí. De modo, señoras y señores, que hago esta solemne declaración: tengo el honor de haber descubierto el hilo negro.
¡Hasta mañana!...