L U N E S
A veces pienso que el Señor, arrepentido de haberme arrebatado a mi madre antes de que pudiera conocerla y recordarla, se ha dedicado toda mi vida a compensarme de ello. Y me dio una tía, cuyo nombre llevo, que fue como mi madre y algo más. Y me dio un tío político, español de origen, que en septiembre jamás olvidó comprarme cohetes, enseñándome a encenderlos, lanzarlos al aire y gritar con fervor mi ¡Viva México! Así fue como llegué a amar también a España.
Llegado el día, me dio por esposa a Elvira, que es lo más que un hombre puede esperar: alegre con hondura y llena de tal fortaleza que bendice cada día. Y a ambos nos dio nueve hijos, dos de los cuales nos quitó, Él sabrá por qué, uno a los tres días de nacido y otro a los treinta años pero, ambos permanecen en nuestros corazones.
Tú me dirás que por qué te cuento todo esto, y ni yo mismo lo sé. La causa acaso sea todo ese cariño que nuestros hijos, los cercanos y los lejanos, nos hacen siempre presente, visitándonos los que aquí están, llamándonos por teléfono con frecuencia los que están fuera, pensamiento que se me vino a la cabeza aquella tarde que sentado en una banca de madera en la placita del viejo San Juan de Puerto Rico, en la que luego me acompañaría Elvira, de pronto nos vimos rodeados de cientos de palomas. Y pienso que es el Señor, (¡Quién más si no?) que no nos deja de su mano, valiéndose de las de nuestros hijos. Ahora, por ejemplo, acaban de tocar el timbre. Es Ricardo, dice Elvira. Y lo es, acompañado de Luz María, su esposa, y de Richard, su hijo, nuestro nieto, como lo vienen haciendo los lunes desde hace un rato largo.
M A R T E S
Esto de las palomas me trae otros recuerdos. Nuestros vecinos de la Allende, los Carrillo, tenían unas pocas en su patio. De él salían cada mañana, pero siempre regresaban. No era propiamente un palomar lo que les tenían, pero, como digo, volvían siempre, encariñadas con el sitio.
Octavio, al ver las fotos de las de Puerto Rico, recordó, según me dijo de inmediato, el que su papá les puso a las que de niño le regalara. En fin, que de una manera u otra todos hemos tenido en nuestra niñez la cercanía de algunas aves u otros animales. Canarios, canarios alemanes, eran los que mi tía tenía en aquella gigantesca jaula que ocupaba la cuarta parte del pequeño patio de la casa, y eran tantos que jamás se dio cuenta de que a partir de un día le faltó uno, que fue lo que Jesús, mi gran amigo de aquellos tiempos de tercero o cuarto de primaria me exigió para prestarme “El Jorobado” o Enrique de Lagardere, y que yo no lo pedí por estar seguro de que no me lo daría. Cada quien quiere sus cosas”. Así que lo que hice fue meter la mano a la jaula aquélla y comprobar que más vale pájaro en mano que docenas encerrados. Volviendo a las palomas las primeras que recuerdo son la que vi, y acaso sea mi primer recuerdo, y seguro, seguro, uno de ellos, las que compartían, con las golondrinas, los aleros del rancho de “Arcinas”.
M I É R C O L E S
Ahora andamos en esos preparativos para pasarnos juntos padres, hijos, nietos y hasta bisnietos la Navidad, como seguramente todas las familias del mundo lo hacen a estas alturas. Los preparativos, más que nada, se refieren a la búsqueda de algún recuerdo que sorprenda a todos. Quienes de ellos más tienen, son los troncos de las familias, aquello que salvó la curiosidad de la rama femenina, pues por lo regular los hombres siempre estuvimos en contra de aquel guardar de tanta tontería de papeles y otras cosas por el estilo. Pero, ahora que veo, el primero, todo lo que Elvira fue capaz de hacer escapar del rompedero o quemadero, no me queda otra que decir: ¡Qué bueno que lo hizo!
¡Qué gran invento la fotografía! ¡Y qué bueno que todos pasamos por esa época en la que nos entró la locura de fotografiar en todas sus edades a nuestros hijos y que vamos a poder ver otra vez todos juntos. Aunque la primera vez que vieron algunas de ellas como que hubieran preferido no haber sido captados, creo que a estas alturas, cuando a todos ya les da lo mismo, las disfrutarán plenamente. Hubo un tiempo en que mi “cámara escondida” fue implacable, pero, a pesar de todo se reirán de ellos mismos, cosa que es muy saludable para el espíritu. Llevaremos hasta rollos de aquellas películas mudas, pues allá por los cincuenta no había de otras, y confiamos en que muchos de los que en ellas salgan recordarán, por sus gestos o cualquiera otra cosa, lo que entonces dijeron. En fin que, por el espíritu que llevaremos, no quedará.
J U E V E S
Lo único que en estos días se pide lo mismo por las noches que por las mañanas es que el Señor nos conserve la salud por toda esta próxima quincena. Que nos libre “de todo mal, amén”, como solía terminar mamá Lola, la madre de mi padre y de mi tía Emilia cuando, por la noche me llevaba cargado, hasta mi cama para hacerme rezar con ella algunas oraciones y dejarme encargado a San Luis Gonzaga.
Menudo encargo le dejó al pobre santo que jamás imaginó, seguramente, los años que le iba a durar el encargado. Pero, ni modo, él no se ha rajado, y yo no tengo por qué ser menos. Hoy sigo amando la vida lo mismo que entonces y que siempre, porque no encuentro por qué no hacerlo. No puedo correr, como por tantos años lo hice, pero caminando aguanto lo que cualquiera otro aguante, y la última prueba la he pasado sino con un diez sí con un ocho bastante aceptable en las caminatas por Miami y por el viejo San Juan.
Que me he vuelto un poco vulnerable para los resfríos también es cierto, pues todo fue llegar del mar Caribe y al día siguiente ya me había hecho su preso una gripe que me apaleó toda la semana; pero, bueno, recobrarse de tales zancadillas también es un gusto bastante disfrutable.
Acaso tales males sólo sean un aviso oportuno para que nos cuidemos más por estos días, para que reparemos que no todo está en manos de nuestros guardianes celestiales, y que algo debemos de poner de nuestra parte para que nos vaya bien.
V I E R N E S
Como todos los de mi generación a quien primero leí fue a Dumas padre.
El hijo contaba del padre que su gran secreto como escritor era su entrega total a lo que hacía. Lleva dentro los personajes y siente como si fuera ellos.
Y contaba que una vez había ido a ver a su padre para un asunto urgente. Su padre cuando trabajaba, no dejaba entrar a nadie y el criado le dijo que no entrara, que era un mal momento, puesto que había dado orden de nadie le interrumpiera. Dumas hijo, esperó; ya que estaba allí prefirió esperar. Y de pronto oyó fuertes risas que venían de la habitación donde trabajaba el padre. Pensó que alguien estaba con él y que podía entrar, y así lo hizo. Pero encontró a su padre solo con algunas cuartillas en la mano.
- ¿Con quién estabais?
- Con nadie.
- Oí risas.
- ¡Ah, sí! Dumoretz se reía de lo que estaba diciendo Ragul.
Eran los nombres de dos de los personajes de la novela que estaba escribiendo. Y la risa de Dumoretz se le había contagiado y se había reído él.
S Á B A D O
Pedro I el Cruel, el Justiciero, según sus partidarios, rey de Castilla, murió a manos de su hermano bastardo Enrique de Trastamara.
Lucharon los dos y un famoso capitán francés, Beltrán Dugesclin, que estaba al servicio de don Enrique, ayudó a éste a levantarse, cuando estaba a punto de caer bajo el puñal de don Pedro.
- Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor.
Pedro el Cruel se había casado con doña Blanca de Borbón y la abandonó tres días después por doña María de Molina a la que amaba.
Se cuenta que durante el reinado de Pedro el Cruel, un arcediano de Sevilla mató a un zapatero. El hijo del muerto pidió justicia al obispo y éste condenó al arcediano a no decir misa durante un año. Entonces el hijo del zapatero mató al arcediano y el obispo fue a pedir justicia al rey. Y don Pedro, informado del caso, condenó al asesino a no hacer zapatos durante un año.
Y D O M I N G O
La muerte toma siempre la forma de la alcoba / que nos contiene. XAVIER VILLAURRUTIA
M A R T E S
Cuentan de Chardin, pintor francés, que lleva a sus lienzos cebollas, pan, duraznos, liebres, objetos de loza, ollas de cobre y hasta naipes, con tanto cariño y cuidado como otros pintores se dedican a los enamorados y a los paisajes.
En los cuadros de este pintor humilde, parisiense convencido que apenas salía de la urbe, se halla fuertemente revelada la preocupación francesa por la pintura, preocupación que llega hasta Cézanne y que de éste trasciende al español Picasso y a los pintores de hoy.
“Quien no ha sentido las dificultades de su arte no hace nada que valga la pena”, observó Chardin en un discurso dirigido al jurado del Salón.
El había sentido las dificultades profundamente, y no permitía que nadie le viera trabajar; no, como escribió un contemporáneo, porque deseara ocultar algún procedimiento misterioso de su técnica, sino porque prefería que nadie viera los “tanteos”, el esfuerzo penoso, la angustia que experimentaba en los momentos que precedían al nacimiento de su obra”.
Chardin era pobre y siguió siéndolo; salía rara vez de París, donde vivía entre tenderos y pequeños comerciantes, modesto, amable, mostrándose sorprendido, parece ser, cuando alguien estaba dispuesto a pagarle por una de sus vigorosas, ricas e incomparables pinturas.
M I É R C O L E S
Todo se paga en esta vida. Y yo estoy pagando todavía los fantásticos días pasados en el Mar Caribe con esta gripe marca diablo con que me recibió Torreón, tan cariñoso hasta antes de ahora. Y no es que me queje ni mucho menos, pero como que tampoco diciembre sea el mes más indicado para que nadie ande resfriado ni mucho menos.
Los hombres de ciencia, tan ocupados siempre buscando la forma más segura de que los suyos no pierdan la próxima guerra, deberían dedicar unos días para encontrar la manera de que en diciembre todos los días sean gozables, controlando la temperatura, al menos durante el día, para que siempre fuera amable para todos. Es decir, que si vieran a su alrededor, encontrarían que hay cosas mucho más importantes qué hacer que las que a diario hacen en sus laboratorios.
Pero, para todo hay gustos, por ejemplo, los miércoles Octavio y yo siempre encontramos tiempo durante sus mañanas para tomar juntos nuestro café semanal, y hoy lo encuentro preparándose para acudir, antes de que termine el año, o de que las fiestas que esperamos se le vengan encima y le echen a perder el disfrute por la sierra de Durango de las bajas temperaturas que aquí nos traen tiritando. El día que ello sea posible lo primero que le preguntaré a Dios, al que igual que Machado espero hablar un día, será cómo le hace para venir dando gusto, desde que el mundo es mundo, a cada una de sus creaturas que, además de serlo, son caprichositos a decir basta. ¿O no?
J U E V E S
Dentro de unos días, quiero decir, el próximo día 25, volveré a ver, aunque sea brevemente, mi vieja máquina “Remington” portátil, que ni tanto, en la que empecé a escribir estas tonterías en el 37, es decir, hace 64 años.
Hace cinco años los Herrera, convencidos por el más “loco de todos”, Emilio III, inauguramos una especie de cementerio de cosas queridas, junto con los recuerdos escritos de cada tribu, todo ello envuelto en plástico y guardado en tumbas de cemento y tambos metálicos. Nos prometimos entonces que los vivos visitarían aquel fosal cada cinco años, para recordar y enriquecerlo. Y a tal peregrinación iremos todos.
Aquellas máquinas de escribir portátiles, con no pesar lo que pesaban las de escritorio, tampoco eran tan livianas como para traerlas y llevarlas a todas partes. Esa posibilidad vendría después, de las Olivetti en adelante, si así se quería. Yo siempre la tuve en casa, quieta y esperándome.
Cuando llegaron las computadoras que todos adoptamos de inmediato, mi “Remington” inicial se quedó arrinconada, triste y sola sin que nadie le hiciera la menor caricia a ninguna de sus teclas. Por eso cuando surgió la posibilidad de esa sepultura de antiguas cosas familiares, la apoyé de inmediato.
Tampoco que fuera del todo original la idea. Años antes un millonario norteamericano comenzó a sepultar sus “Cadillac” del año anterior en una de sus propiedades. Sepultaba inclinada la mitad trasera quedando el motor de fuera, y como cada año crecía y el lugar daba a una carretera de mucho tránsito, los conductores la escogían para ver aquello. No sé si sigue creciendo, todo está en que el millonario viva. Pero, si no fuera por este tipo de locuras que, a veces, tenemos, la vida sería más aburrida.
V I E R N E S
La placita de San Juan es pequeña, pequeñísima, más que para estar en ella me parece que fue hecha para pasarla siempre bajo sombra. La de sus pocos árboles la cubren por completo.
Plazas como aquella, cuyo piso llenan en determinados momentos del día las palomas, pues los que por ella pasan a diario son conscientes de su existencia y muchos van provistos de semillas o pan desmenuzado que les echan al pasar para aquerenciarlas con el sitio.
Aquellas palomas van y vienen. No están siempre allí, ni sé a dónde irán cuando no están allí, pero ellas saben su negocio y éste le ha enseñado a ausentarse de cuando en cuando.