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M I R A J E S

Emilio Herrera

L U N E S

Durante muchos años, desde que nací, de la muerte se hablaba poco,

la gente estaba ocupaba en vivir, en ganarse la vida, con el menor sudor que

fuera posible, pero, de todas maneras, algo sudaba, no podía evitarlo:

trabajos para gente de cuello blanco no había tantos; había más para los de

cuello negro, es decir, que si se quería comer no había mucho donde elegir.

Más que de la muerte se hablaba entonces de los aparecidos. ¡Si

vieran ustedes cómo había aparecidos entonces en nuestra ciudad! No

todos tenían aparecidos en sus vidas, pero en una cuadra si había siempre

una señora que parecía tener la exclusiva de ellos, y cada noche, en cuanto

comenzaba abril, es decir, el calor, sacaba su mecedora a la puerta de su

casa, esperaba que se le reunieran un par de vecinas y comenzaba a contar

lo de algún aparecido, cuento que cada vez contaba de manera diferente

aunque igual de convincente: Aparecidos que salían de las paredes; que

cambiaban el disco que el fonógrafo tocaba; trastos que se salían de sus

clavos; valientes que se atrevían a preguntar al aparecido si era de este

mundo o del otro y aparecidos mal educados que no contestaban, cosas así.

Aquella generación fue la última que supo de aparecidos y, ahora

recuerdo que cuando alguna vez se preguntaba por el sitio donde tal

encuentro había tenido lugar, la calle que se citaba con más frecuencia era la Iturbide, de donde, desde que le cambiaron el nombre por el de Carranza los aparecidos se fueron, para nunca volver.

M A R T E S

Entre las cosas que en los últimos tiempos nos vienen sucediendo,

llenas de hombres y de nombres que se desenvuelven en un escenario

donde el dinero va y viene, más lo primero que lo último, y donde es

evidente que un porcentaje muy grande de esa gente que lo ha hecho no lo

ha hecho de una manera íntegra, ¿qué es lo que le toca hacer al gobierno?,

¿qué es lo que le corresponde hacer a quien está por encima de todos, o al

menos eso se supone?

Los libros de historia nos hablan de reyes o emperadores que se

encargaban de que las cosas anduvieran derechas en sus Estados y si

alguno robaba mandaba que le cortaran las manos para que no lo volviera a

hacer; y si alguno mataba, ojo por ojo, diente por diente, ordenaba que le

dieran matarili para emparejar las cosas; y así aquellos que hacían planes

para quitarle la vida a alguien, ya sabían a lo que se exponían.

El tiempo nos ha civilizado: lo de ojo por ojo ya no, y lo de diente por

diente, tampoco, y está bien, sólo que entonces, ¿qué se debe hacer con

aquellos que, no que matan sino que mandan matar, y con aquellos otros

que, en cuanto miran un peso, no resisten la tentación de quedarse con él,

como esa maestra inmeritamente rica? Y, más que nada, ¿qué hacer con los

jueces venales que, pudiendo hacer justicia, no la hacen, dejándose comprar

por los ladrones que con lo que roban les pagan con esplendidez, poniéndolos en situación de vivir igual que sus clientes? ¿Y a quién le toca

hacerlo?

M I E R C O L E S

Todos sabemos aquello de que cuando el Señor estaba creando lo que

después sería México no faltó a quien (su rastro se ha perdido) le pareciera

que el Señor se estaba mandando regalándole cosas, y como el señor era

demócrata a su manera, y aceptaba críticas para darse el lujo de no hacerles

caso, el fisgón de la obra divina no tuvo empacho en decírselo, añadiendo la

aclaración de que eso sería injusto para otros en un momento dado de la

historia del hombre. El señor le escuchó, diciéndole entre sonrisas que no

se preocupara, que al terminar con aquello para equilibrar todo el regalo

para vivir allí crearía a los mexicanos, incluso a Montemayor y a Elba Esther

Gordillo.

Todo lo que nos pasa es, pues, en cierta forma, un complot, una trama

a largo plazo del Señor, que a sabiendas de que podría atestiguarlo siglos

y aún milenios después se preparaba cosas como éstas para disfrutarlas

más tarde y sonreír con ellas. De la misma manera habrá sonreído con el

pobre de Menelao y la llamada guerra de Troya que siguió al secuestro de

Helena por Paris.

Por cosas como éstas no debemos creer que nacimientos como el de

Bush sean cosas del azar, y menos de que sea casualidad su nacimiento en

el país más rico de la tierra. Si llega a nacer en un país indigente, ¿cómo y

con qué iba a armar la guerra que armó contra Irak? De todas maneras, el

Señor no podía darle todo, y le negó el entendimiento.

J U E V E S

La más bella anécdota legendaria de las amazonas es la que refiere la

muerte de Pentesilea, la más hermosa reina que las amazonas tuvieron

jamás. Pentesilea luchó contra los griegos en la guerra de Troya , a favor de

los troyanos. Prometió a Príamo, rey de Troya, que daría muerte a Aquiles y

marchó al encuentro de los griegos al frente de un grupo de sus amazonas.

En la primera batalla, abatió siete héroes griegos sin ninguna baja en su

ejército de mujeres. Aquiles supo que una mujer combatía con los troyanos,

se armó de todas sus armas y fue al encuentro de aquella mujer al parecer

invencible y le gritó:

¡Mujer! ¿Quién eres que te atreves a luchar contra nosotros? ¿Acaso

la locura se alberga en tu cabeza? Ha sonado tu última hora y tu cuerpo

servirá de pasto a nuestros perros.

Arremetió contra ella, le arrojó la lanza y el hierro le atravesó el pecho.

Pentesilea a pesar de la herida, consiguió mantenerse en el caballo. Aquiles

le arrojó otra lanza que atravesó el caballo y la amazona. Pentesilea cayó a

tierra exánime.

Aquiles se acercó a su víctima, le arrancó la lanza y le quitó el casco. Y

entonces al verle el rostro, quedó deslumbrado por su belleza. Y se quedó

montando la guardia junto al cadáver, para evitar que otro de sus guerreros

la profanara. Y según la leyenda no pudo olvidarla jamás.

V I E R N E S

Se dice que fue dos siglos A. C. cuando se pensó por primera vez en

enjuiciar a los muertos; sería entonces, también, cuando la gente dejó de

creer en la paz de los sepulcros. Pues, mira tú, que ni siquiera allí, en los

cementerios, los hombres se dejaran en paz. Esas no son sino ganas de

enchinchar al prójimo, de hacer a muchos dejar de gozar su vida terrenal,

por miedo a que ?en la otra? les vaya a tocar un juez demasiado estricto y

riguroso y capaz de sentenciarlo con ganas de acabar de fastidiarlo.

Hoy las cosas suceden de manera diferente: como si los señalados

para castigar se hubieran cansado de hacerlo por ser cosa muy aburrida,

o como si los que aquí tienen que decidir si viven o no su vida acabaran

diciendo, como Clavillazo: ?A mí, mis timbres? y se echaran de clavado a

vivir la vida como ves en la televisión y en la misma calle, donde en pleno

medio día los enamorados practican los besos de algo más que afecto que

la noche anterior habrán visto en la pantalla doméstica, cada cual por su

lado. Es decir, que ya reunidos, no dejan para mañana lo que pueden hacer

hoy, y que el amenazante juicio del porvenir lejano les cobre lo que quiera,

porque lo gozado, por efímero que haya sido, no se los quita nadie.

Y más vale que tal juicio no suceda, porque tal y como han cambiado

las cosas de aquel segundo siglo A. C. a la fecha, no un juez, un millón que

pusieran no iban a desahogar las sentencias de vivos y muertos de todos lo

que entonces era malo, y que ahora está muy cerca de ser bueno.

S A B A D O

¿Cuándo se terminará con este asunto que puso en movimiento

el dizque argentino Ahumada, que comenzó y no termina, porque el hecho

de que lo hayan localizado en Cuba (de no poder haber ido a Las Vegas, a

dónde mejor que a Cubita la Bella?) no quiere decir sino que tonto no es, y

así lo comprobó una vez más.

Como aquí el tiempo no vale nada, como lo hemos llegado hasta a

cantar, para que este polémico señor pise tierras nacionales va a pasar

un rato, y a lo mejor nuestros nietos serán los testigos de la terminación de

este embrollo. Y si no allí está el caso de Colosio que de nuevo se ha sacado

a relucir, como si hubiera sucedido ayer, prueba de que entre nosotros nada

tiene la secuencia debida, nada se sigue hasta el fin, todo se suspende y se

le da otro empujoncito cuando así conviene políticamente años después. El

pueblo, claro, nunca estuvo conforme con el final feliz que le dieron a aquel

caso, no obstante que se dijera lo de caiga quien caiga que siempre se les

cae de los labios sin que, al final, nadie caiga. El único que ha sido caído y

allí sigue ha sido el hermano incomodo, y esto es tan sospechoso que más

parece que sigue donde está por fraternidad que por efecto de la justicia.

En fin, es de desearse que el haber encontrado al señor Ahumada no

quede en eso, y sólo por variar la justicia se empeñe en esta ocasión en

cumplir lo que es su deber, separando los buenos (para que se vea que

también los hay) de los malos.

Y D O M I N G O

De la inmoralidad auténtica, la nuestra, que es culpa de todos los mexicanos

y no nada más del gobierno, así se halle hundido en la inmoralidad ?

son producto directo la irresponsabilidad, el fraude, el ocultamiento de la

verdad, la incompetencia, el latrocinio, el engaño, la torpeza de obras y

palabras. MARGARITA MICHELENA.

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