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M I R A J E S

Emilio Herrera

L U N E S

Leyendo los diarios y las revistas uno acaba por creer que en México no pasa nada verdaderamente importante. Tanto es así que, por no tener nada que hacer nuestros políticos, siempre tan activos, ya se ocupan de las próximas elecciones, diligencia que en sexenios anteriores no atendían sino hasta el penúltimo año de gobierno. Y aunque el sabio Fidel haya dicho en el pasado que el que se movía no salía en las fotografías donde en el futuro sería importante figurar, nuestros políticos andan ahora más movidos que Ana Gabriel en las pistas de carreras, lo que prueba que, efectivamente, todo cambia, y que lo que antes hacía ganar ahora puede hacer perder. Y, pues, bueno, el tiempo de nuestros políticos en lo único que se va es en declaraciones que tampoco tienen por qué ser definitivas como las Tablas de la Ley.

Esto nos trae, por otra parte, a enfrentarnos a la verdad que, siendo la misma, no lo es para los participantes principales por la sencilla razón de que cada cual tiene su versión, y si no ahí está la pareja presidencial que, lo único que recuerdan de sus pláticas a solas, y a lo mejor tomando un café en la cocina de Los Pinos, él que el único tema que no tocan es el de la silla presidencial para su esposa, y ella, que cómo que no; que no hablan de ningún otro tema que no sea el de esa posibilidad. Y en eso se les va a ambos el tiempo, ignorando los graves problemas para los que él necesitaría un consejo, que más o menos dijera: ?Haz algo, viejo; haz algo?.

M A R T E S

De vez en cuando aparecen esas fotografías en color sepia, no del viejo, que le faltan siglos para serlo, sino del Torreón naciente que te ponen nostálgico tanto de lo que ves como de la edad en que viste lo que la cámara captó. La foto que me enseñan deja ver parte de la Papelería y tabaquería ?El Modelo?, el edificio del Hotel Salvador, en cuya planta estuvo el primer Puerto de Liverpool que los laguneros conocieran, propiedad del señor José Goodman, y un poco de la Casa Buchenau, lo que quiere decir que la foto fue tomada desde la esquina de lo que fue ?La Suiza?. La calle todavía no recibía el beneficio de la pavimentación y se ve la tierra suelta. La atraviesan dos cargadores, de aquellos que usaban aquellas pecheras de cuero y delantales de gamuza que fascinaban al pintor Guillermo Lourdes; van cargados con pesados muebles que llevan sobre sus hombros y espaldas, y van despacio, pues el tráfico casi no existe, aunque ya se ven las vías del ferrocarril eléctrico, los famosos tranvías que cubrían el servicio de circunvalación y llevaban a nuestros primeros habitantes por la Hidalgo hasta la Francisco I. Madero, donde ya estaba el Sanatorio Español, que por aquellos entonces era casi el fin de nuestra famosa ciudad, que no deja de seguir dando sorpresas a sus habitantes, y que con los recién inaugurados puentes muchos, con un poco de curiosidad, pueden descubrir prolongaciones que los dejarán admirados y con la boca en ¡Ah . . .!

M I É R C O L E S

Lo de ayer nos trae a recordar la velocidad con que el tiempo se nos va a todos de las manos y, a veces, hasta del cuerpo. 1907, pues, está no por llegar sino encima de nosotros, digo, las autoridades e instituciones que tienen la responsabilidad de recibirlo como se debe, no deben olvidar esto y si no están trabajando por ello, ponerse a trabajar cuanto antes.

El pasado campesino de nuestra región es eso, un pasado cada día más lejano, pero, no por eso debemos olvidarlo. Al contrario, debemos pensar en este primer centenario que nuestra ciudad cumplirá el 2007, para dejar constancia de ese origen con algo hermoso que lo recuerde a las generaciones venideras.

No tenemos mucho, es cierto. Pero, el pintor Ruiz Vela nos dejó una hermosa pintura que tituló, me parece ?Almuerzo Campesino?. Decoraba, la última vez que la vi, una de las paredes del ?Apolo Palacio?, entrando a la izquierda. Si se encontrara y se copiara en bronce, de tamaño natural en adelante, sería un magnífico regalo de nuestras autoridades estatales o locales o de ambas, para nuestra ciudad con motivo de su centenario. ¿Por qué no investigar? ¿Por qué no pensarlo? ¿Por qué no hacerlo? Y si no pueden (¡Qué pena!) ¿Por qué no proponerlo? Patrocinarlo sería un magnífico gesto de todos esos negocios capitalinos que han venido a Torreón para quedarse. Sería una manera de identificarse más rápidamente con los laguneros.

J U E V E S

Como ustedes saben, Francisco I, rey de Francia, fue derrotado por Carlos V en la batalla de Pavía y conducido prisionero a Madrid, donde firmaron después los dos monarcas la paz de Madrid.

De aquel cautiverio real (relativo cautiverio, pues el prisionero fue tratado con todos los honores debidos a su alto rango) se cuentan algunas anécdotas. Cuenta una de ellas que, ya prisionero el rey de Francia, se le acercó un arcabucero español y le dijo: ?Sepa vuestra merced que ayer, cuando supe que hoy se daría la batalla, hice seis balas de plata, y una de oro para mi arcabuz; las de plata para seis de vuestros ?musiures? y la de oro para vos. Usé muchas de plomo contra vuestros soldados, y cuatro de las de plata para seis de vuestros ?musiures? que se me pusieron a tiro. Me sobraron las otras dos y la de oro, que no os pude disparar, pues no os eché la vista encima en toda la batalla. Pero os la destinaba y aquí la tenéis para que os sirva de ayuda en pago de vuestro rescate, que su peso es de una onza y bien puede valer ocho ducados.?

Se dice que el rey de Francia aceptó la bala y la guardó después de agradecer su buen deseo al arcabucero español.

V I E R N E S

Está bien crecer, pero, tampoco se estaba mal viviendo en una ciudad en la que todo mundo se conocía y se saludaba con afecto, aunque no dejaba de haber gente que viéndose a diario no se saludaba porque |nadie los había presentado, que de todo hay en la viña del Señor. Sin embargo, esos mismos se encontraban un día en la capital, o en alguna playa, o en cualquier parte fuera de aquí y lo primero que hacían era saludarse con una sonrisa. Y al volver a lo mejor acababan haciendo una gran amistad, de ésas de para toda la vida. ¡Qué cosas!

La ciudad tenía su horario y, por ejemplo, a las seis de la tarde, hora en que cerraban las oficinas, la Hidalgo se llenaba de automóviles que iban y venían por ella buscando sus conductores ligar con las secretarias que a esas horas salían, entre ellos los más conocidos e infalibles eran un banquero y un comprador de algodón, cada uno por su lado.

La amistad se cultivaba en la Plaza de Armas por diferentes grupos, cada uno de los cuales tenía su banca, que ocupaban los más puntuales, permaneciendo parados los que llegaban tarde, pero disfrutando todos la reunión. Los domingos no. Los domingos era el dar vueltas en ella caminando, ellas hacia un lado, ellos hacia el otro, viendo y dejándose ver.

La mayoría de los matrimonios de aquellos tiempos por allí comenzaban. Luego los automóviles se hicieron accesibles y la Plaza de Armas tuvo que dar otro servicio.

S Á B A D O

Chayito le habló a Elvira como a las diez, que este día casi fue de madrugada para nosotros. Llamó para decirle que era consciente de que el tiempo se le había pasado sin sentir, pero que su amor por nosotros era invariable, a sabiendas de que el nuestro para ellas, y ella en particular, así lo era, y que allí venía con la campana para la colección de Elvira y los buñuelos para la glotonería por ellos de este servidor. Yo que tenía una cita para las once, no estaba cuando llegó, pero regresé a las doce y media, precisamente cuando ella bogaba en un yate sobre el Danubio y valsaba con Rafael nada menos que ?Sobre las Olas? de nuestro Juventino, que la mayoría de los turistas creían de Straus, lo que la puso furienta y aclaradora.

De allí en adelante nos fuimos a los mutuos recuerdos de Praga, pues si nosotros visitamos la capital de la república checa fue por la plática entusiasmada que ella nos había hecho seis o nueve meses antes tanto de aquella ciudad como de Budapest. Ahora anda con la vista puesta en China, y a lo mejor, a lo mejor, se le hace. Dios lo quiera. Por lo pronto que el Señor les dé a ambos mucha salud.

Y D O M I N G O

La historia de todos los pueblos se inicia con una epopeya. La nuestra empieza con una tragedia. Los mexicanos somos herederos de dos derrotas perdurables: una del imperio azteca, otra de la Armada Invencible. JOSÉ EMILIO PACHECO

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