“Listo para el deber” fue la primera expresión del nuevo JFK. El saludo militar acompañó a una sonrisa provocadora. El discurso, una espléndida pieza oratoria, -¡cómo se extraña la buena oratoria!- cumplió con sus objetivos. Kerry quería presentarse como el líder fuerte que puede guiar a la nación más poderosa del orbe. Ni grandes planes burocráticos, ni retórica partidaria. John Forbes Kerry vendió al hombre. Habló de su historia personal, de los orígenes de su familia, de la participación de su padre en la Guerra Mundial, de su propia experiencia guerrera. Por supuesto habló de su visión económica, pero no de economía como tal. Ineludible, fijó su postura sobre los impuestos. Tema central fue la guerra, cómo lidiar con ella, cómo salirse de ella. Los temas estaban allí, -faltó América Latina, ¿omisión voluntaria o lapsus?, veremos- pero insisto, Kerry no quiso desarrollar un frío listado de asuntos a tratar. Vendió sus ideales y compromisos como una garantía. Esto soy yo, aquí me tienen.
En general la política anglosajona recurre a esa fórmula: las capacidades profesionales son secundarias. Ésas se pueden suplir. Lo primero son los ideales, las convicciones. Son ellas las que pueden convencer del rumbo que mantendrá una persona en el poder. En la gran biografía de Winston Churchill escrita por William Manchester, The Last Lion, se desnuda mil veces como el personaje que gozaba de la credibilidad de sus conciudadanos, no porque fuera infalible, sus grandes errores eran muy conocidos, sino porque se sabía exactamente cuáles eran sus referentes morales. La política al final de cuentas es una confrontación de moralidades. Los asuntos públicos siempre serán complejos, los políticos siempre se ven orillados a decir medias verdades. Pero entonces por lo menos debemos saber cuáles son sus límites.
De allí la valía de posturas testimoniales, yo he defendido desde el senado, decía Kerry esa noche, para demostrar su congruencia. La prueba de fuego es precisamente esa: asumir posturas políticas y poder dar la cara por ellas. Por supuesto que los gobernantes estadounidenses le han fallado a su pueblo, pero es en la forma de asumir los compromisos donde podríamos aprender algo. Quizá porque aquí no hay carrera parlamentaria, quizá como producto del tapadismo y de la jefatura de partido hegemónico en manos del Presidente, motivos hay muchos, el hecho es que los políticos mexicanos rara vez fijan posturas. Uno pensaría que lograda la alternancia en el Ejecutivo y con una evidente pluralidad, las cosas al respecto podrían cambiar. Sin embargo parece que no es así.
En los últimos meses he escuchado, sobre todo entre empresarios, la inquietud de no saber quiénes son en realidad los que hoy se perfilan como los más viables sucesores de Vicente Fox. A menos que haya sorpresas estaríamos hablando de una lista muy corta, cinco, cuando más seis. Entre más se acerca la contienda menos probabilidades hay de que otros se agreguen. Así que Calderón, ¿Castañeda?, Creel, Jackson, López Obrador y Madrazo, están hoy en la mira. Todo mundo los conoce, pocos afirman saber bien a bien cuál es su pensamiento. Las personas tienen buena o mala impresión de ellos, pero no está allí la información sobre sus compromisos personales. De hecho el miedo surge porque a varios de ellos los creen capaces de todo. ¡Cómo no vamos a tener desconfianza, es tanto como firmar un cheque en blanco, o embarcarse sin conocer al capitán! Algunos de ellos tienen muchos años ya de exposición pública y sin embargo su ideario no está a la mano. Castañeda fue comunista dicen, qué tal que lo sigue siendo. López Obrador invadía pozos, defiende la vía violenta, odia a los Estados Unidos ¿cómo podría ser Presidente? Creel es ultra conservador, está resentido con la Revolución Mexicana, es porfiriano. Jackson es un echeverrista embozado. Madrazo es un autoritario de colección. Calderón es premoderno. Los estereotipos que se manejan son muy radicales y son en parte producto del vacío. Cómo es posible que después de tanta exposición pública, la ciudadanía carezca de amarres mínimos para saber cuáles son las definiciones políticas y personales básicas de estos hombres públicos. Salvo Castañeda que tiene una larga y rica obra publicada, la más reciente sobre sus compromisos para el 2006, el resto más bien ha huido del testimonio escrito. En general los políticos huyen del negro sobre blanco.
El asunto se está volviendo disfuncional para el país e incluso para ellos. Es claro que todavía no están en campaña y que sus posturas sobre ciertos asuntos candentes -a favor o en contra de la apertura del sector energético- se las están guardando para evitar costos políticos. Pero también es claro que la desconfianza generalizada sobre el grupo del cuál saldrá un vencedor lastima al país. En ese sentido pareciera que todos, salvo Castañeda, están esperando un “destape” que les autorice a exponerse públicamente. Aun así habría que ver si son capaces de presentar su marco ético personal -religioso, biográfico, de compromisos personales que los anclen ante la opinión pública-.
Sé que el asunto en México suena muy subjetivo. Pareciera que incluso violenta la privacía. Pero no es así, cuando uno compara a México con otras democracias consolidadas es evidente que los políticos en nuestro país se solapan. No hay tradición de compromisos parlamentarios, no hay asignación de carteras por proyectos que se hayan defendido y, aun más grave, la sombra del régimen presidencial los cubre a todos. Por respeto al “señor Presidente” todavía hoy los políticos ocultan sus verdaderas convicciones. ¿Es acaso un exceso que a dos años de elegir presidente los mexicanos vayamos conociendo las posturas básicas de quienes habrán de gobernarnos? ¿Creen en la propiedad privada como un derecho natural sí o no? Por supuesto hay asuntos muy incómodos ¿Qué piensa el futuro presidente de México sobre el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, qué piensa del aborto o sobre las uniones legales entre personas del mismo sexo? ¿Han consumido droga como Edwards lo admite? Y como esas hay muchas.
Un asunto es la privacía, que todos debemos defender a capa y espada, y otra muy distinta el eludir temas centrales que están en la plaza pública y que como gobernantes tarde o temprano los tocarán. Cierta certidumbre no la pueden dar las instituciones, ella mana solamente de los individuos que encarnan la política. Nada gana el país con ésta indefinición que pretende erigir en el mejor candidato al que menos posturas asume. Por esa vía la política terminaría por ser un juego de acomodaticios por no decir cobardes. La gran política es defensa e incluso promoción de las convicciones éticas. Nuestra política necesita seres humanos, de carne y hueso, y no maniquíes. Ya es hora de que demos el paso.