*** El problema es que la clase política tiene las manos vacías. Nada qué entregarle, aunque suene cursi, a las próximas generaciones. Si el fraude electoral con que se ungió Carlos Salinas de Gortari marcó un despertar democrático que tuvo un alto costo incluso en vidas y, con todo, reanimó la idea de construir un sistema electoral donde los votos contaran y fueran contados, la escena electoral de Veracruz y Oaxaca hace pensar que se camina en reversa. Si la apertura económica tuvo como un efecto secundario -no deseado por Carlos Salinas de Gortari- la oportunidad de abrir sectores de actividad y civilidad no directamente relacionados con la economía pero sí con el desarrollo integral del país (derechos humanos, medios de comunicación, debilitamiento del partido hegemónico), hoy la renovación de mandos en instituciones electorales y de derechos humanos habla de una pérdida en el impulso democrático original. Si el poder de la naturaleza -aunque no la naturaleza del poder- hizo que viejos símbolos y operadores del corporativismo sindical desaparecieran de la escena (Fidel Velázquez, Blas Chumacero, Emilio M. González), la falta de decisión para ventilar y modernizar los sindicatos terminó por revitalizar a los herederos de aquellas estructuras. Carlos Romero Deschamps, Ricardo Aldana, Leonardo Rodríguez Alcaine viven eternamente agradecidos con el régimen del cambio. Le deben más al nuevo que al viejo régimen: sobreviven y sobreviven mejor que antes, gracias a él. Si las batallas por reivindicar el concurso electoral legal y legítimo como el principal recurso para dirimir civilizadamente las diferencias se perfila como un brillante horizonte, la aparición de los grandes padrinos de los candidatos presidenciales, el abuso de la mercadotecnia y el desuso de las ideas, la perversión del combate a la corrupción como el recurso para aniquilar popularidades indeseables, revierten aquel enorme esfuerzo ciudadano y hacen de la ambición de poder una lucha fratricida sin cuartel. Todos tienen padrinos, todos buscan dinero sin importar dónde lo encuentren, todos saben que es más barato pagar sanciones que renunciar al dinero que cifra la posibilidad de acceder al poder. La única duda existencial que limita esa tentación es ser o no ser videograbado. Si la alternancia en el poder presidencial marcaba la oportunidad de fortalecer los cimientos de la transición y comenzar a pensar en los acabados de la democracia mexicana, hoy la alternancia exhibe a un muy buen candidato que nunca se planteó llegar a ser un jefe de Estado. Un hombre audaz sin partido que desbancó a una fuerza instalada por años en el poder, pero sin la menor idea de lo que había que hacer después. De la alternancia no se hizo una alternativa y, sin Gobierno, la degradación amenaza con regresar a un pasado que, por más que se quiera, no existe más. Del sexenio se hizo simplemente una cuenta regresiva. La clase política se presenta a los jóvenes con las manos vacías..., pero sucias y empeñadas en dilapidar el esfuerzo de otra generación que, increíblemente, les dio una gran oportunidad.
*** Todo esto viene a cuento porque muchos de esos jóvenes se topan con un país que, a causa de los pleitos por el poder, se desubica de más en más en un mundo marcado por una tremenda competencia. Una competencia que exige con prisas a las naciones replantearse seriamente el derrotero de su desarrollo, mientras que en México se dilapida el presente con el único propósito de cancelar un futuro que, obviamente, ya no le pertenece a la actual clase política. Un país del que increíblemente se expulsa a las nuevas generaciones porque la actual clase dirigente no es capaz de poner el empeño en crear verdaderas oportunidades, en vez de promover changarros, atraer sin mucho éxito maquiladores o crear nuevos braceros que, después, presentan como grandes logros nacionales. Un país que pierde sin ninguna vergüenza en el extranjero a sus mejores brazos y cerebros y, aquí, dispone un teléfono -como si fuera una gran hazaña- para encontrar chamba. Chambatel es un triunfo del régimen del cambio. Un país donde la clase política se esmera, día con día, en exhibir al diálogo y el acuerdo como un fracaso reiterado y, después, mira con azoro el nivel que alcanza la violencia organizada y desorganizada. Esa clase política se presenta ante las nuevas generaciones a las que, en breve, les pedirá su voto, con las manos vacías y asquerosamente sucias. Así se presenta ante las nuevas generaciones, la actual y la anterior generación que, en su proporción, se empeñó en asumir su condición ciudadana y poner su grano o costal de arena para construir un país mejor y distinto y le dedica la más sonora carcajada, la peor burla, el mayor engaño. La clase política está con las manos vacías y sucias... falta por ver cómo acaban por manchárselas. Venga el siguiente acto de su espectáculo que han hecho costumbre.