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Marta y la élite/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Hay velas que lo alumbran todo, menos el propio candelero”. Christian Hebbel

Nunca antes en la historia de nuestro país se había hablado y escrito tanto acerca de una primera dama. Quizá Marta Sahagún de Fox así lo provocó cuando decidió que no quería permanecer en el virtual anonimato que ha rodeado a la mayoría de las esposas de los presidentes y buscó una actividad política intensa.

Sin embargo, la reacción de los intelectuales y de muchos políticos ha sido de una agresividad desproporcionada. Los cuestionamientos a la esposa del Presidente no se han detenido en las simples críticas políticas sino que han llegado a la descalificación y al insulto personal. Yo he expresado en esta columna mi opinión de que no es adecuada la postulación de Marta a la Presidencia de la República. También he señalado que no considero buena la idea de que la labor social de la esposa del Presidente se lleve a cabo a través de una fundación privada.

Sin embargo, he apuntado también que Marta es una mujer de buenas intenciones que ha generado el resentimiento de la élite política e intelectual de la ciudad de México. Y nunca me ha quedado esto tan claro como ahora, después de leer una verdadera avalancha de libros y artículos dedicados a atacarla.

A Marta se le tiene resentimiento por su popularidad personal. Así como es odiada en los medios políticos e intelectuales de la ciudad de México, las encuestas de opinión señalan consistentemente que se trata de uno de los personajes públicos más populares del país. La popularidad por sí sola no debería ser motivo de ataque, pero en este caso a Marta se le ve cada vez más como un rival político. Una razón del rechazo a Marta es el hecho de que la élite intelectual y política de la ciudad de México, la cual está acostumbrada a tener el control del poder mediático y político nacional, la ve como una provinciana arribista.

Este grupo se da aires de apertura y de cosmopolitanismo, pero en realidad siempre ha sido muy cerrado. No entiende cómo una mujer que viene de fuera y que considera inferior puede pretender alcanzar cargos de responsabilidad ni mucho menos asumir la bandera de ayuda a los pobres que considera como su coto privado. Para la élite la esposa del Presidente es un ama de casa de Celaya o de Zamora que por azares del destino se ha ubicado en la posición de primera dama del país con todo el poder que esto implica.

En contraste, para millones de mujeres mexicanas de clase media o baja, completamente distanciadas de ese grupo privilegiado, Marta es un ejemplo de mujer que, siendo como ellas, ha podido llegar hasta lo más alto sin olvidar sus orígenes. También es una persona y esto es importante, que usa el poder para ayudar a quienes menos tienen. En el momento en que Marta reveló que mantiene la opción de contender por la Presidencia de la República abrió las puertas a la crítica política.

Esto es sano para ella y para la sociedad en general. A nadie le debería incomodar que se cuestionen los aspectos públicos de la actividad de una aspirante a un cargo electoral. Pero las críticas debieran ser tan respetuosas como las que se dirigen a otros participantes de la política. La sociedad mexicana no permitiría que se lanzaran descalificaciones o insultos, en vez de cuestionamientos políticos, a otros personajes de la política.

Y, sin embargo, parece que las leyes de la tolerancia y la cortesía no se aplican a la esposa del Presidente. Yo no sé cuál vaya a ser el futuro de Marta. El Consejo Político Nacional del PAN ha establecido reglas que le harán difícil contender por la candidatura de ese partido en 2006.

Sin embargo, quienes la han visto operar, como lo hizo en la campaña presidencial de 2000 y como lo ha hecho en la Presidencia, saben que Marta es una mujer que sabe trabajar para conseguir lo que quiere. Y tiene derecho a buscarlo, como los demás personajes de la vida política de nuestro país. Tiene también derecho a hacerlo en un ambiente de respeto, como el que debe otorgárseles a todos los políticos. Este es el meollo del asunto. Mal haríamos en olvidarlo por festejar malsanamente el linchamiento público que se hace a una mujer.

Juicio político

Los “juicios políticos” son más políticos que juicios. En ellos cuentan los votos de los legisladores no los méritos del caso. Al destituir a un funcionario electo, un juicio político viola la voluntad popular expresada en las urnas. Por eso sólo debe usarse en casos extremos. Si Sergio Estrada es destituido en Morelos por no haber sabido de las irregularidades de un jefe de policía, entonces también podría serlo Andrés Manuel en el D.F. por no enterarse de las andanzas de sus colaboradores. Pero si empezamos a andar por ese camino, pronto destruiremos todo el sistema democrático.

Correo electrónico:

sergiosarmiento@todito.com

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