La escritora Christine Longaker nos relata en su libro titulado Afrontar la Muerte y Encontrar Esperanza, que una familia estadounidense al pasar sus vacaciones en Italia le sobrevino una tragedia: en la carretera, unos ladrones les robaron su dinero y les mataron al hijo pequeño. Cuando llevaron el cadáver del niño al hospital de la localidad, los padres dieron su consentimiento para que los órganos del niño fuesen donados a quienquiera que los necesitase. A pesar de su dolorosa aflicción, permitieron que la prensa les entrevistase y explicaron su motivación para realizar esta acción. No se les devolvería a su hijo, pero sí podía servir para que otros vivieran, y quizá así su muerte tendría sentido. Los que en toda Italia vieron o leyeron las entrevistas que los medios de comunicación hicieron a los padres, se sintieron conmovidos por su compasión. Desde entonces, los italianos en número sin precedentes empezaron a donar sus órganos como respuesta a ese valiente gesto de amor. Ese gesto compasivo no sólo ayudó a los padres a que no se quedaran con la sensación de que su hijo había muerto en vano. El beneficio de su compasión continúa creciendo, pues gracias a ello muchos se han sentido inspirados a dar y recibir la vida en el umbral de la muerte.
En el mundo conflictivo en que vivimos, poca gente siente compasión por sus semejantes. Se trata de un sentimiento que se encuentra en vías de extinción por el materialismo que estamos padeciendo. Sentir una compasión profunda hace que la práctica espiritual y las oraciones tengan más fuerza para ayudar a los que sufren. Con frecuencia escuchamos que a una persona enferma de diabetes le cortan su pierna. Solamente los que sufren esa amputación y los familiares más cercanos, pueden darse cuenta lo que esto significa. Su dolor se acrecienta con tan sólo pensar que también puede gangrenarse la otra extremidad. La verdad es que la gente está sufriendo mucho, no podemos permanecer indiferentes, y lo menos que podemos hacer es sentir compasión y orar para que disminuyan sus tribulaciones.
Cuando tomó posesión de la presidencia de los Estados Unidos George W. Bush, un amigo mío que vive en Los Ángeles, California, me habló por teléfono para decirme que se sentía muy orgulloso de ser ciudadano norteamericano, porque se dio cuenta que en su discurso el Presidente mencionó en repetidas ocasiones la palabra "compasión". Yo me quedé callado, como si presintiera que las palabras de Bush eran huecas y que solamente las decía para agradar al público que no cesaba de aplaudirle. Desconfié, porque cuando gobernó en el Estado de Texas, jamás perdonó a un condenado a muerte. Con el paso del tiempo, el mundo entero se ha dado cuenta que en la mente y en el corazón de esa persona, no existe un solo gramo de compasión. No veo en su rostro la menor preocupación y mucho menos el arrepentimiento por los seres humanos que injustamente ha matado en Afganistán y en Irak; por los hombres, las mujeres y los niños que ha dejado mutilados con sus bombas como es el caso del pequeño Alí (que se quedó sin brazos y piernas y con todo el vientre quemado); por las miles de familias palestinas que los israelitas han dejado sin vivienda -gracias al apoyo que el señor Bush otorga a los judíos en forma por demás descarada. Tampoco se le ve preocupado por los soldados norteamericanos que diariamente fallecen en combate (con toda seguridad se debe a que la mayoría son latinos y gente de color).
En su viaje reciente a Roma, el señor Bush visitó al Santo Padre y puso su mejor cara de "redentor del mundo" porque le conviene reconciliarse con el sucesor de Pedro para ganar de nuevo las elecciones (aunque las primeras "las ganó" de forma fraudulenta). Cuando el Papa gritaba que suspendieran los ataques a Irak, Bush y sus consejeros respondieron cínicamente que no entendían lo que el Papa les quería decir. Ahora le regala al Sumo Pontífice "La Medalla de la Libertad" y le dice "que su gobierno trabajará por la paz para poder expandir la ?compasión? en el mundo". (¿Quién se lo puede creer?)
Compasión es un sentimiento de piedad por la desgracia ajena. Jesús sintió en su persona el dolor de los demás. Mostró su infinita compasión por los enfermos. Gracias a la compasión del Maestro, los ciegos recobran la vista y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. Son innumerables los pasajes en los que Jesús se movió a compasión al contemplar el dolor y la enfermedad. Sentir un dolor sincero al ver el sufrimiento de los demás, significa tener compasión. Duele mucho ver a un sacerdote o a un médico comportarse fríos e indiferentes ante el sufrimiento moral y físico de las personas. Mejor sería que dejasen a un lado su vocación y su profesión.
Cuando hablo de compasión, no puedo dejar de recordar aquella anciana mujer que durante la Segunda Guerra Mundial sufrió el asesinato de su único hijo. Ella se enteró después de una larga investigación personal, que el asesino de su hijo fue un soldado que perteneció al partido Nazi, que después de haberle disparado en la cabeza, huyó hacia Alemania Oriental para eludir la acción de la justicia. El odio que sentía la madre era muy grande a pesar de los años transcurridos, y por lo tanto, se propuso dar con el homicida para matarlo. Compró una pistola y se internó en Alemania Oriental. Después de varias semanas lo encontró en un departamento en la parte más antigua e insalubre de la ciudad. Vivía sólo y estaba gravemente enfermo, casi moribundo. Al verlo en ese estado, sintió compasión, arrojó la pistola a la basura, lloró junto a él cuando recordó a su hijo, lo perdonó, lo trasladó con la ayuda de otras personas a un hospital, le salvó la vida y finalmente lo adoptó para cuidarlo como si fuera su madre.
Otro caso de una gran compasión es el de aquella mujer que sufrió el abandono de su esposo después de haber vivido casada con él durante más de cuarenta años. Él la dejó, arrebatándole hasta el último centavo que juntos habían podido ahorrar, así como también todas las propiedades que entre los dos pudieron comprar, para irse detrás de una atractiva joven que le llamó la atención. Después de cinco años de amor libre, la amante lo abandona porque se da cuenta que está viejo y enfermo, pero ya para entonces se había gastado todos los ahorros que tenían, incluso los dineros que éste consiguió por la venta de las propiedades. Cuando la esposa se dio cuenta de las desgracias por las que estaba pasando su legítimo esposo, sintió compasión, lo fue a buscar, lo perdonó sin hacerle reclamos y le entregó otra vez su amor sincero hasta el último día en que falleció.
No puedo dejar de mencionar también la importancia que tiene el ser compasivo con nosotros mismos. La vida no es fácil, y puede ser tentador el no perdonar las propias faltas y errores. Debemos reconocer nuestras equivocaciones y perdonarnos, para pasar al siguiente momento con la cabeza despejada y la conciencia tranquila, manteniendo la esperanza. Si nuestro propio sufrimiento nos permite desarrollar un corazón compasivo que se hace cada vez más amplio para abarcarlo todo, entonces tendremos algo auténtico que ofrecer a los demás y habremos contribuido de esa manera con un poco de paz que tanta falta le hace al mundo.
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